miércoles, 19 de diciembre de 2012

La Poesía Gauchesca

Monumento al Pionero de la Poesía Gauchesca
Bartolomé Hidalgo en Montevideo
Fué Borges el primero en poner las cosas en su lugar respecto a los orígenes de la poesía gauchesca. Hasta él, los historiadores de la literatura la derivaban de la poesía de los payadores o improvisadores de la campaña, de los gauchos mismos. La circunstancia de que entre una y otra poesía había coincidencias formales (lenguaje popular, verso octosílabo y las formas estróficas sextina, décima y copla) parecía justificar esa genealogía. Pero lo cierto es que, más allá de esa coincidencia material (así lo hizo ver Borges), la poesía gauchesca constituía una situación narrativa esencialmente distinta a la de las obras de los payadores de la campaña. En efecto, los payadores populares, "no versificaron jamás en un lenguaje deliberadamente plebeyo y con imágenes derivadas de los trabajos rurales; el ejercicio del arte es , para el pueblo, un asunto serio y hasta solemne"
En apoyo de su lúcida observación, Borges señala el testimonio del propio Martin Fierro, en cuyos últimos cantos José Hernandez presenta una payada en una pulpería. En dicho certamen, los dos payadores olvidan el pobre mundo pastoril en que viven y abordan con inocencia y temeridad grandes temas abstractos, algunos hasta metafísicos: el tiempo, la eternidad, el canto de la noche, el canto del mar, el peso y la medida. "Es como si el mayor de los poetas gauchescos hubiera querido mostrarnos la diferencia que separa su trabajo deliberado de las irresponsables improvisaciones de los payadores".
La poesía gauchesca es, de esta manera, obra de autores cultos, de habitantes de la ciudad, ilustrados, que deliberadamente (esta es la palabra clave) manejan el lenguaje oral de los gauchos.
El primero en descubrir esta "entonación del gaucho" y adoptar esta convención narrativa no fue un argentino, sino un uruguayo: el montevidiano Bartolomé Hidalgo (1788-1822). Sus primeras composiciones fueron los Diálogos Patrióticos, en los cuales dos gauchos (el capataz Jacinto Chano y Ramón Contreras) recuerdan sucesos de la patria. Hidalgo (como más tarde Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo) fue soldado, y las guerras que en sus Diálogos y Cielitos Patrióticos cantan sus gauchos fueron guerras en las que él militó, las de la independencia. En su obra se plasman los sentimientos de rebelión y odio contra el poder español, como asimismo los ideales de libertad y justicia. 

La ley es una no más,
y ella da su protección
a todo el que la respeta.
Ella es igual contra el crímen
y nunca hace distinción
de arroyos ni de lagunas,
de rico ni pobretón.
Pero es platicar de balde,
y mientras no vea yo
que se castiga el delito
sin mirar la condición,
digo que hemos de ser libres
cuando hable mi manzarrón...

Bartolomé Hidalgo, el fundador de la poesía gauchesca, muere muy tempranamente, recién cumplidos los treinta y cuatro años, de una enfermedad pulmonar, en Morón. Pero su legado lo sobrevivirá largamente.

El segundo hito importante en la historia del género lo constituye Hilario Ascasubi (1807-1875). Es el poeta de las guerras civiles, y su tema específico es el gaucho bajo la tiranía de Rosas. En Paulino Lucero, Ascasubi toma partido por los gauchos unitarios y predica el odio a muerte contra el tirano; en Aniceto el Gallo, el objeto de sus versos es el general Urquiza. Aparte de estas dos piezas, apreciadas en general por los críticos por sus felices y vistosos versos, escribió posteriormente, en París, un largo y a ratos tedioso poema titulado Santos Vega, que muestra a un gaucho que relata la vida del campo en los años que precedieron a la independencia.

Cierta sentencia gauchesca
del sabio rey don Alfonso
dice así: ¡Malo es que a un zonzo
la Virgen se le aparezca!
y aunque parece burlesca
tal advertencia reyuna,
desde Caseros ¡ahi-juna!
Urquiza la comprobó
cuanto se le apareció
la Virgen de la fortuna.
Solo así en su cacariada
acción de Monte Casero
pudo ese loco altanero
hacer una zapallada:
y gracias a la cuartiada
de argentinos y orientales,
y a los barcos imperiales,
y sobre todas las cosas.
a que ya estaban de Rosas
muy cansaos los federales

Entre los autores más importantes de la poesía gauchesca, aparece luego Estanislao del Campo, el cual confesándose discípulo de Ascasubi (Aniceto el Gallo), adopta el seudónimo de Anastasio el Pollo. En 1866 aparece la primera edición de su ya clásico Fausto, y en 1870 aparecen sus Poesías, unas gauchescas de intención social y otras cultas, amatorias o festivas que enmarcan dentro del movimiento Romántico del siglo XIX.

Hilario Ascasubi
Una circunstancia que fue necesaria para la formación de la poesía gauchesca (que, como sabemos, no es poesía hecha por los gauchos, sino por ilustrados señores de Buenos Aires y Montevideo) fue la existencia de hombres de ciudad que se compenetraron con el estilo de vida de los gauchos y con su lenguaje. Vía princi`pal por la que este encuentro se produjo fue la larga serie de campañas militares que tuvieron lugar en el curso del siglo XIX.
Estanislao del Campo fue, como Ascasubi, un soldado de carrera. A los veinticinco es designado teniente del Regimiento Cuarto de Guardias Nacionales, y dos años después es ascendido a capitán. Culmina su carrera militar como teniente coronel, grado que alcanza a los cuarenta años. Toma parte en importantes episodios de armas de su tiempo: El sitio de Buenos Aires, Cepeda, Pavón, el levantamiento mitrista del ´74, y la tropa que le toca comandar (particularmente la caballería) es casi toda gaucha.
La obra Fausto carece de propósito político; está escrito en clave cómica. El recurso en el cual funda su comicidad es muy simple: ofrecer el relato de un espectáculo culto (ópera Fausto de Gounod), desde la perspectiva de un inculto hombre de pueblo, como es Anastasio el Pollo. Es una obra escrita para hacer reír, y a juzgar por el éxito que alcanzó en su tiempo, particularmente en las ciudades (y especialmente entre las mujeres), debemos suponer que lo consiguió.

La obra Fausto de del Campo, es efectivamente cómica; pero de seguro no debe haber hecho reír a los gauchos que pudieron leerla o escuchar su recitación. Tampoco hizo reír a algunos hombres de la ciudad, que vieron en ella una burla del gaucho. Cuando José Hernández prologa su Martín Fierro, deja muy en claro que no simpatizaba con este procedimiento: "Quizá la empresa (de escribir un poema gauchesco) habría sido para mí más fácil y de mayor éxito si sólo me hubiese propuesto hacer reír a costa de la ignorancia del gaucho..." El expediente de ridiculizar al gaucho no podía avenirse con la intención de Hernández de reivindicar la imagen de eta "clase desheredada" de su país.


Caricatura de Estanislao del Campo
Revista "El Mosquito" (1866)

La crítica que le hará a del Campo, Eduardo Gutierrez (autor de la célebre novela Juan Moreira) se trata de algo muy interesante, ya que fue contemporánea a la edición de la obra y remitida en una carta al propio autor de Fausto. En ella dispara: "para pintar e interpretar al gaucho es preciso trasladarse, no a su lenguaje, sino a su corazón, y arreglarlo todo, no al paisaje, sino a su preocupación, a su filosofía, a su sentimiento... no todos tienen bastante luz interna para penetrar el corazón ajeno en la vorágine de sus instintos, y creen que dibujando la vestimenta puede reflejarse el tipo moral... Esos que así son retratados no son gauchos de este mundo ni del otro..."

si quiere hagamos un pato:
usté su alma me ha de dar,
y en todo lo he de ayudar:
¿Le parece bien el trato?
Como el Dotor consintió,
el Diablo sacó un papel
y lo hizo firmar en él
cuanto la gana le dio.

Y culminando la corta vida del género gauchesco aparece el más popular: José Hernández, quien escribe en verso el poema Martín Fierro en el año 1872. Con un contenido altamente político (Hernández lo escribe en oposición a la política de campaña llevada a cabo por el gobierno del presidente Sarmiento), el poema intenta mostrar la penosa vida del gaucho, quien se encuentra en oposición a la autoridad. Reclutamientos forzosos, entreveros, y un exilio a la frontera junto con los indios, son mostrados por Hernández como ejemplo de las injusticias propinadas por el gobierno y sufridas por los gauchos en aquel momento.

"Martín Fierro payando" de Carlos Alonso
Imágen Modificada

La obra de Hernández obtuvo una favorable recepción, particularmente entre los hombres de campo. En siete años se vendieron setenta y dos mil ejemplares de ediciones autorizadas y no menos de otro tanto de ediciones clandestinas; las que llevaron a su autor a iniciar acciones judiciales para defender sus derechos de autor. También se sabe que en algunos lugares de reunión, en el campo, proliferó un tipo de lector en torno al cual se congregaban hombres y mujeres (analfabetos) a escuchar la recitación del poema.

Aquí me pongo a cantar
Al compás de la vigüela,
Que el hombre que lo desvela
Una pena estraordinaria,
Como la ave solitaria
Con el cantar se consuela.

Pido á los Santos del Cielo
Que ayuden mi pensamiento,
Les pido en este momento
Que voy á cantar mi historia
Me refresquen la memoria
Y aclaren mi entendimiento.

Vengan Santos milagrosos,
Vengan todos en mi ayuda,
Que la lengua se me añuda
Y se me turba la vista;
Pido á mi Dios que me asista
En una ocasión tan ruda.


Fuente: Hilario Ascasubi, Santos Vega y estudio preliminar. CEAL.
            Estanislao del Campo, Fausto y estudio preliminar. CEAL.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Sarmiento; el genio de Ingenieros

El famoso ensayo sociológico de José Ingenieros titulado "El Hombre Mediocre", el cual está dedicado a describir el fenómeno de la mediocridad, dedica unas palabras a la figura de Domingo Sarmiento, el cual es, según el pensador, prototipo del genio que se diferencia de las mayorías mediocres por su incansable voluntad de perseguir un ideal  y la capacidad de llevarlo a cabo contraponiéndose a las adversidades.

Sus pensamientos fueron tajos de luz en la penumbra de la barbarie americana, entreabriendo la visión de cosas futuras. Pensaba en tan alto estilo que parecía tener, como Sócrates, algún demonio familiar que alucinara su inspiración. Cíclope en su faena, vivía obsesionado por el afán de educar.
Tenía la clarividencia del ideal y había elegido sus medios: organizar civilizando, elevar educando. Todas las fuentes fueron escasas para saciar su sed de aprender; todas las inquinas fueron exiguas para cohibir su inquietud de enseñar. 

Facundo es el clamor de la cultura moderna contra el crepúsculo feudal. Un libro es más que una intención: es un gesto. Todo ideal puede servirse con el verbo profético. La palabra de Sarmiento parece bajar de un Sinaí. Proscrito en Chile, el hombre extraordinario encuadra, por entonces, su espíritu en el doble marco de la cordillera muda y del mar clamoroso.
Monumento a Sarmiento en la ciudad de Boston, E.E.U.U.
La pasión enciende las dantescas hornallas en que forja sus páginas y ellas retumban con sonoridad plutoniana en todos los ámbitos de su patria. Para medirse busca al más grande enemigo, Rosas, que era también genial en la barbarie de su medio y de su tiempo: por eso hay ritmos apocalípticos en los apóstrofes de Facundo, asombroso enquiridión que parece un reto de águila, lanzado por sobre las cumbres más conspicuas del planeta.
Su verbo es anatema: tan fuerte es el grito que por momentos, la prosa se enronquece. La vehemencia crea su estilo, tan suyo que, siendo castizo, no parece español. Sacude a todo un continente con la sola fuerza de su pluma, adiamantada por la santificación del peligro y del destierro. Cuando un ideal se plasma en un alto espíritu, bastan gotas de tinta para fijarlo en páginas decisivas; y ellas, como si en cada línea llevasen una chispa de incendio devastador, llegan al corazón de miles de hombres, desorbitan sus rutinas, encienden sus pasiones, polarizan su aptitud hacia el ensueño naciente. La prosa del visionario vive: palpita, agrede, conmueve, derrumba, aniquila. En sus frases diríase que se vuelca el alma de la nación entera, como un alud. Un libro, fruto de imperceptibles vibraciones cerebrales del genio, tórnase tan decisivo para la civilización de una raza como la irrupción tumultuosa de infinitos ejércitos.

Dijo primero. Hizo después....

La política puso a prueba su firmeza: gran hora fue aquella en que su Ideal se convirtió en acción.
Presidió la República contra la intención de todos: obra de un hado benéfico. Arriba vivió batallando como abajo, siempre agresor y agredido. Cumplía una función histórica. Por eso, como el héroe del romance, su trabajo fue la lucha, su descanso pelear.
Se mantuvo ajeno y superior a todos los partidos, incapaces de contenerlo. Todos lo reclamaban y lo repudiaban alternativamente: ninguno, grande o pequeño, podía ser toda una generación, todo un pueblo, toda una raza, y Sarmiento sintetizaba una era en nuestra latinidad americana. Su acercamiento a las facciones, compuestas por amalgamas de subalternos, tenía reservas y reticencias, simples tanteos hacia un fin claramente previsto, para cuya consecución necesitó ensayar todos los medios. Genio ejecutor, el mundo parecíale pequeño para abarcarlo entre sus brazos; sólo pudo ser el suyo el lema inequívoco: "Las cosas hay que hacerlas; mal, pero hacerlas".

Sarmiento en la etapa de la Gobernación de San Juan cuando
combatió a las guerrillas de Ángel "Chacho" Peñaloza
     
Ninguna empresa le pareció indigna de su esfuerzo; en todas llevó como única antorcha su Ideal. Habría preferido morirse de sed antes de abrevarse en el manantial de la rutina. Miguelangelesco escultor de una nueva civilización, tuvo siempre libres las manos para modelar instituciones e ideas, libres de cenáculos y de partidos, libres para golpear tiranías, para aplaudir virtudes, para sembrar verdades a puñados. Entusiasta por la patria, cuya grandeza supo mirar como la de una propia hija, fue también despiadado con sus vicios, cauterizándolos con la benéfica crueldad de un cirujano.
La unidad de su obra es profunda y absoluta, no obstante las múltiples contradicciones nacidas por el contraste de su conducta con las oscilaciones circunstanciales de su medio. Entre alternativas extremas, Sarmiento conservó la línea de su carácter hasta la muerte. Su madurez siguió la orientación de su juventud; llegó a los ochenta años perfeccionando las originalidades que había adquirido a los treinta. Se equivocó innumerables veces, tantas como sólo puede concebirse en un hombre que vivió pensando siempre. Cambió mil veces de opinión en los detalles, porque nunca dejó de vivir; pero jamás desvió la pupila de lo que era esencial en su función. Su espíritu salvaje y divino parpadeaba como un faro, con alternativas perturbadoras. 

Miró siempre hacia el porvenir, como si el pasado hubiera muerto a su espalda; el ayer no existía, para él, frente al mañana. Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y los pueblos fuertes sólo necesitan saber dónde van. Vivió inventando doctrinas o forjando instituciones, creando siempre, en continuo derroche de imaginación creadora. Nunca tuvo paciencias resignadas, ni esa imitativa mansedumbre del que se acomoda a las circunstancias para vegetar tranquilamente. La adaptación es mediocrizadora; rebaja al individuo a los modos de pensar y sentir -que son comunes a la masa, borrando sus rasgos propiamente personales. Pocos hombres, al finalizar su vida, se libran de ella; muchos suelen ceder cuando los resortes del espíritu sienten la herrumbre de la vejez. Sarmiento fue una excepción. 
A los setenta años tocóle ser abanderado en la última guerra civil movida por el espíritu colonial contra la afirmación de los ideales argentinos: en La escuela ultrapampeana, escrita a zarpazos, se cierra el ciclo del pensamiento civilizador iniciado con Facundo. En esas horas crueles, cuando los fanáticos y los mercaderes le agredían para desbaratar sus ideales de cultura laica y científica, en vano habría intentado Sarmiento rebelarse a su destino. Una fatalidad incontrastable le había elegido portavoz de su tiempo, hostigándole a perseverar sin tregua hasta el borde mismo de la tumba. En pleno arreciar de la vejez siguió pensando por sí mismo, siempre alerta para abalanzarse contra los que desplumaban el ala de sus grandes ensueños: habría osado desmantelar la tumba más gloriosa si hubiera entrevisto la esperanza de que algo resucitaría de entre las cenizas.

Personificó la más grande lucha entre el pasado y el porvenir del continente, asumiendo con exceso la responsabilidad de su destino. Nada le perdonaron los enemigos del Ideal que él representaba; todo le exigieron los partidarios. El mayor equilibrio posible en el hombre común es exiguo comparado con el que necesita tener el genio: aquél soporta un trabajo igual a uno y éste lo emprende equivalente a mil. Para ello necesita una rara firmeza y una absoluta precisión ejecutiva. Donde los otros se apunan, los genios trepan; cobran mayor pujanza cuando arrecian las borrascas; parecen águilas planeantes en su atmósfera natural.
La incomprensión de estos detalles ha hecho que en todo tiempo se atribuyera a insania la genialidad de tales hombres, concretándose al fin la consabida hipótesis de su parentesco con la locura, cómoda de aplicar a cuantos se elevan sobre los comunes procesos del raciocinio rutinario y la actividad doméstica. Pero se olvida que inadaptado no quiere decir alienado; el genio no podría consistir en adaptarse a la mediocridad.
El culto de lo acomodaticio y lo convencional, halagador para los sujetos insignificantes, implica presentar a los grandes creadores como predestinados a la generación o al manicomio. Es falso que el talento y el genio pueblen los asilos; si enloquecen, por acaso, diez hombres excelentes, encuéntrase a su lado un millón de espíritus vulgares.
Los hombres como Sarmiento pueden caldearse por la excesiva función que desempeñan; los ignorantes confunden su pasión con la locura. Pero juzgados en la evolución de las razas y de los grupos sociales, ellos culminan como casos de perfeccionamiento activo, en beneficio de la civilización y de la especie. El devenir humano sólo aprovecha de los originales. El desenvolvimiento de una personalidad genial importa una variación sobre los caracteres adquiridos por el grupo; ella incuba nuevas y distintas energías, que son el comienzo de líneas de divergencia, fuerzas de selección natural. La desarmonía de un Sarmiento es un progreso, sus discordancias son rebeliones a las rutinas, a los prejuicios, a las domesticidades.
Locura implica siempre disgregación, desequilibrio, solución de continuidad; con breve razonamiento, refutó Bovio el celebrado sofisma. El genio se abstrae; el alienado se distrae."La sublime locura del genio es, pues, relativa al vulgo; éste, frente al genio, no es cuerdo ni loco: es simplemente la mediocridad, es decir, la media lógica, la media alma, el medio carácter, la religiosidad convencional, la moralidad acomodaticia, la politiquería menuda, el idioma usual, la nulidad de estilo".
La ingenuidad de los ignorantes tiene parte decisiva en la confusión. Ellos acogen con facilidad la insidia de los envidiosos y proclaman locos a los hombres mejores de su tiempo. Algunos se libran de este marbete: son aquellos cuya genialidad es discutible, concediéndoseles apenas algún talento especial en grado excelso. No así los indiscutidos, que viven en brega perpetua, como Sarmiento. Cuando empezó a envejecer, sus propios adversarios aprendieron a tolerarlo, aunque sin el gesto magnánimo de una admiración agradecida. Le siguieron llamando "el loco Sarmiento".

El Loco Sarmiento. Caricatura 1875
¡El loco Sarmiento! Esas palabras enseñan más que cien libros sobre la fragilidad del juicio social. Ningún americano ilustre sufrió más burlas de sus conciudadanos. No hay vocablo injurioso que no haya sido empleado contra él; era tan grande que no bastó el diccionario entero para difamarle ante la posteridad. Las retortas de la envidia destilaron las más exquisitas quintaesencias; conoció todas las oblicuidades de los astutos y todos los soslayos de los impotentes. La caricatura le mordió hasta sangrar, como a ningún otro: el lápiz tuvo, vuelta a vuelta, firmeza de estilete y matices de ponzoña. 
Los espíritus vulgares ceñían a Sarmiento por todas partes, con la fuerza del número, irresponsables ante el porvenir. Y él marchaba sin contar los enemigos, desbordante y hostil, ebrio de batallar en una atmósfera grávida de tempestades, sembrando a todos los vientos, en todas las horas, en todos los surcos. Despreciaba el motejo de los que no le comprendían; la videncia del juicio póstumo era el único lenitivo a las heridas que sus contemporáneos le prodigaban. 
Para conservar intactos sus atributos, el genio necesita períodos de recogimiento; el contacto prolongado con la mediocridad despunta las ideas originales y corroe los caracteres más adamantinos. Por eso, con frecuencia, toda superioridad es un destierro. Los grandes pensadores tórnanse solitarios; aparecen proscritos en su propio medio. Se mezclan a él para combatir o predicar, un tanto excéntricos cuando no hostiles, sin entregarse nunca totalmente a gobernantes ni a multitudes. Muchos ingenios eminentes arrollados por la marea colectiva, pierden o atenúan su originalidad, empañados por la sugestión del medio; los prejuicios, más arraigados en el individuo, subsisten y prosperan; las ideas nuevas, por ser adquisiciones personales de reciente formación, se marchitan. Para defender sus frondas más tiernas el genio busca aislamientos parciales en sus invernáculos propios. Si no quiere nivelarse demasiado necesita, de tiempo en tiempo, mirarse por dentro, sin que esta defensa de su originalidad equivalga a una misantropía. Desde su cima formula con firme claridad aquel sentimiento, doctrina o esperanza que en todos se incuba sordamente. En él adquieren claridad meridiana los confusos rumores que serpentean en la inconsciencia de sus contemporáneos. Tal, más que en ningún otro genio de la historia, se plasmó en Sarmiento el concepto de la civilización de su raza, en la hora que preludiaba el surgir de nacionalidades nuevas entre el caos de la barbarie. Para pensar mejor, Sarmiento vivió solo entre muchos, ora expatriado, ora proscrito dentro de su país, europeo entre argentinos y argentino en el extranjero, provinciano entre porteños y porteño entre provincianos. Dijo Leonardo que es destino de los hombres de genio estar ausentes en todas partes.

Sarmiento y el evolucionismo. Caricatura de El Mosquito (1882)

Viven más alto y fuera del torbellino común, desconcertando a sus contemporáneos. Son inquietos: la gloria y el reposo nunca fueron compatibles. Son apasionados: disipan los obstáculos como los primeros rayos del sol licuan la nieve caída en una noche primaveral. En la adversidad no flaquean: redoblan su pujanza, se aleccionan. Y siguen tras su Ideal, afligiendo a unos, compadeciendo a otros, adelantándose a todos, sin rendirse, tenaces como si fuera lema suyo el viejo adagio: sólo está vencido el que confiesa estarlo. En eso finca su genialidad. Ésa es la locura divina que Erasmo elogió en páginas imperecederas y que la mediocridad enrostró al gran varón que honra a todo un continente. Sarmiento parecía agigantarse bajo el filo de las hachas.

Fuente: José Ingenieros, El Hombre Mediocre (1913)