miércoles, 19 de diciembre de 2012

La Poesía Gauchesca

Monumento al Pionero de la Poesía Gauchesca
Bartolomé Hidalgo en Montevideo
Fué Borges el primero en poner las cosas en su lugar respecto a los orígenes de la poesía gauchesca. Hasta él, los historiadores de la literatura la derivaban de la poesía de los payadores o improvisadores de la campaña, de los gauchos mismos. La circunstancia de que entre una y otra poesía había coincidencias formales (lenguaje popular, verso octosílabo y las formas estróficas sextina, décima y copla) parecía justificar esa genealogía. Pero lo cierto es que, más allá de esa coincidencia material (así lo hizo ver Borges), la poesía gauchesca constituía una situación narrativa esencialmente distinta a la de las obras de los payadores de la campaña. En efecto, los payadores populares, "no versificaron jamás en un lenguaje deliberadamente plebeyo y con imágenes derivadas de los trabajos rurales; el ejercicio del arte es , para el pueblo, un asunto serio y hasta solemne"
En apoyo de su lúcida observación, Borges señala el testimonio del propio Martin Fierro, en cuyos últimos cantos José Hernandez presenta una payada en una pulpería. En dicho certamen, los dos payadores olvidan el pobre mundo pastoril en que viven y abordan con inocencia y temeridad grandes temas abstractos, algunos hasta metafísicos: el tiempo, la eternidad, el canto de la noche, el canto del mar, el peso y la medida. "Es como si el mayor de los poetas gauchescos hubiera querido mostrarnos la diferencia que separa su trabajo deliberado de las irresponsables improvisaciones de los payadores".
La poesía gauchesca es, de esta manera, obra de autores cultos, de habitantes de la ciudad, ilustrados, que deliberadamente (esta es la palabra clave) manejan el lenguaje oral de los gauchos.
El primero en descubrir esta "entonación del gaucho" y adoptar esta convención narrativa no fue un argentino, sino un uruguayo: el montevidiano Bartolomé Hidalgo (1788-1822). Sus primeras composiciones fueron los Diálogos Patrióticos, en los cuales dos gauchos (el capataz Jacinto Chano y Ramón Contreras) recuerdan sucesos de la patria. Hidalgo (como más tarde Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo) fue soldado, y las guerras que en sus Diálogos y Cielitos Patrióticos cantan sus gauchos fueron guerras en las que él militó, las de la independencia. En su obra se plasman los sentimientos de rebelión y odio contra el poder español, como asimismo los ideales de libertad y justicia. 

La ley es una no más,
y ella da su protección
a todo el que la respeta.
Ella es igual contra el crímen
y nunca hace distinción
de arroyos ni de lagunas,
de rico ni pobretón.
Pero es platicar de balde,
y mientras no vea yo
que se castiga el delito
sin mirar la condición,
digo que hemos de ser libres
cuando hable mi manzarrón...

Bartolomé Hidalgo, el fundador de la poesía gauchesca, muere muy tempranamente, recién cumplidos los treinta y cuatro años, de una enfermedad pulmonar, en Morón. Pero su legado lo sobrevivirá largamente.

El segundo hito importante en la historia del género lo constituye Hilario Ascasubi (1807-1875). Es el poeta de las guerras civiles, y su tema específico es el gaucho bajo la tiranía de Rosas. En Paulino Lucero, Ascasubi toma partido por los gauchos unitarios y predica el odio a muerte contra el tirano; en Aniceto el Gallo, el objeto de sus versos es el general Urquiza. Aparte de estas dos piezas, apreciadas en general por los críticos por sus felices y vistosos versos, escribió posteriormente, en París, un largo y a ratos tedioso poema titulado Santos Vega, que muestra a un gaucho que relata la vida del campo en los años que precedieron a la independencia.

Cierta sentencia gauchesca
del sabio rey don Alfonso
dice así: ¡Malo es que a un zonzo
la Virgen se le aparezca!
y aunque parece burlesca
tal advertencia reyuna,
desde Caseros ¡ahi-juna!
Urquiza la comprobó
cuanto se le apareció
la Virgen de la fortuna.
Solo así en su cacariada
acción de Monte Casero
pudo ese loco altanero
hacer una zapallada:
y gracias a la cuartiada
de argentinos y orientales,
y a los barcos imperiales,
y sobre todas las cosas.
a que ya estaban de Rosas
muy cansaos los federales

Entre los autores más importantes de la poesía gauchesca, aparece luego Estanislao del Campo, el cual confesándose discípulo de Ascasubi (Aniceto el Gallo), adopta el seudónimo de Anastasio el Pollo. En 1866 aparece la primera edición de su ya clásico Fausto, y en 1870 aparecen sus Poesías, unas gauchescas de intención social y otras cultas, amatorias o festivas que enmarcan dentro del movimiento Romántico del siglo XIX.

Hilario Ascasubi
Una circunstancia que fue necesaria para la formación de la poesía gauchesca (que, como sabemos, no es poesía hecha por los gauchos, sino por ilustrados señores de Buenos Aires y Montevideo) fue la existencia de hombres de ciudad que se compenetraron con el estilo de vida de los gauchos y con su lenguaje. Vía princi`pal por la que este encuentro se produjo fue la larga serie de campañas militares que tuvieron lugar en el curso del siglo XIX.
Estanislao del Campo fue, como Ascasubi, un soldado de carrera. A los veinticinco es designado teniente del Regimiento Cuarto de Guardias Nacionales, y dos años después es ascendido a capitán. Culmina su carrera militar como teniente coronel, grado que alcanza a los cuarenta años. Toma parte en importantes episodios de armas de su tiempo: El sitio de Buenos Aires, Cepeda, Pavón, el levantamiento mitrista del ´74, y la tropa que le toca comandar (particularmente la caballería) es casi toda gaucha.
La obra Fausto carece de propósito político; está escrito en clave cómica. El recurso en el cual funda su comicidad es muy simple: ofrecer el relato de un espectáculo culto (ópera Fausto de Gounod), desde la perspectiva de un inculto hombre de pueblo, como es Anastasio el Pollo. Es una obra escrita para hacer reír, y a juzgar por el éxito que alcanzó en su tiempo, particularmente en las ciudades (y especialmente entre las mujeres), debemos suponer que lo consiguió.

La obra Fausto de del Campo, es efectivamente cómica; pero de seguro no debe haber hecho reír a los gauchos que pudieron leerla o escuchar su recitación. Tampoco hizo reír a algunos hombres de la ciudad, que vieron en ella una burla del gaucho. Cuando José Hernández prologa su Martín Fierro, deja muy en claro que no simpatizaba con este procedimiento: "Quizá la empresa (de escribir un poema gauchesco) habría sido para mí más fácil y de mayor éxito si sólo me hubiese propuesto hacer reír a costa de la ignorancia del gaucho..." El expediente de ridiculizar al gaucho no podía avenirse con la intención de Hernández de reivindicar la imagen de eta "clase desheredada" de su país.


Caricatura de Estanislao del Campo
Revista "El Mosquito" (1866)

La crítica que le hará a del Campo, Eduardo Gutierrez (autor de la célebre novela Juan Moreira) se trata de algo muy interesante, ya que fue contemporánea a la edición de la obra y remitida en una carta al propio autor de Fausto. En ella dispara: "para pintar e interpretar al gaucho es preciso trasladarse, no a su lenguaje, sino a su corazón, y arreglarlo todo, no al paisaje, sino a su preocupación, a su filosofía, a su sentimiento... no todos tienen bastante luz interna para penetrar el corazón ajeno en la vorágine de sus instintos, y creen que dibujando la vestimenta puede reflejarse el tipo moral... Esos que así son retratados no son gauchos de este mundo ni del otro..."

si quiere hagamos un pato:
usté su alma me ha de dar,
y en todo lo he de ayudar:
¿Le parece bien el trato?
Como el Dotor consintió,
el Diablo sacó un papel
y lo hizo firmar en él
cuanto la gana le dio.

Y culminando la corta vida del género gauchesco aparece el más popular: José Hernández, quien escribe en verso el poema Martín Fierro en el año 1872. Con un contenido altamente político (Hernández lo escribe en oposición a la política de campaña llevada a cabo por el gobierno del presidente Sarmiento), el poema intenta mostrar la penosa vida del gaucho, quien se encuentra en oposición a la autoridad. Reclutamientos forzosos, entreveros, y un exilio a la frontera junto con los indios, son mostrados por Hernández como ejemplo de las injusticias propinadas por el gobierno y sufridas por los gauchos en aquel momento.

"Martín Fierro payando" de Carlos Alonso
Imágen Modificada

La obra de Hernández obtuvo una favorable recepción, particularmente entre los hombres de campo. En siete años se vendieron setenta y dos mil ejemplares de ediciones autorizadas y no menos de otro tanto de ediciones clandestinas; las que llevaron a su autor a iniciar acciones judiciales para defender sus derechos de autor. También se sabe que en algunos lugares de reunión, en el campo, proliferó un tipo de lector en torno al cual se congregaban hombres y mujeres (analfabetos) a escuchar la recitación del poema.

Aquí me pongo a cantar
Al compás de la vigüela,
Que el hombre que lo desvela
Una pena estraordinaria,
Como la ave solitaria
Con el cantar se consuela.

Pido á los Santos del Cielo
Que ayuden mi pensamiento,
Les pido en este momento
Que voy á cantar mi historia
Me refresquen la memoria
Y aclaren mi entendimiento.

Vengan Santos milagrosos,
Vengan todos en mi ayuda,
Que la lengua se me añuda
Y se me turba la vista;
Pido á mi Dios que me asista
En una ocasión tan ruda.


Fuente: Hilario Ascasubi, Santos Vega y estudio preliminar. CEAL.
            Estanislao del Campo, Fausto y estudio preliminar. CEAL.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Sarmiento; el genio de Ingenieros

El famoso ensayo sociológico de José Ingenieros titulado "El Hombre Mediocre", el cual está dedicado a describir el fenómeno de la mediocridad, dedica unas palabras a la figura de Domingo Sarmiento, el cual es, según el pensador, prototipo del genio que se diferencia de las mayorías mediocres por su incansable voluntad de perseguir un ideal  y la capacidad de llevarlo a cabo contraponiéndose a las adversidades.

Sus pensamientos fueron tajos de luz en la penumbra de la barbarie americana, entreabriendo la visión de cosas futuras. Pensaba en tan alto estilo que parecía tener, como Sócrates, algún demonio familiar que alucinara su inspiración. Cíclope en su faena, vivía obsesionado por el afán de educar.
Tenía la clarividencia del ideal y había elegido sus medios: organizar civilizando, elevar educando. Todas las fuentes fueron escasas para saciar su sed de aprender; todas las inquinas fueron exiguas para cohibir su inquietud de enseñar. 

Facundo es el clamor de la cultura moderna contra el crepúsculo feudal. Un libro es más que una intención: es un gesto. Todo ideal puede servirse con el verbo profético. La palabra de Sarmiento parece bajar de un Sinaí. Proscrito en Chile, el hombre extraordinario encuadra, por entonces, su espíritu en el doble marco de la cordillera muda y del mar clamoroso.
Monumento a Sarmiento en la ciudad de Boston, E.E.U.U.
La pasión enciende las dantescas hornallas en que forja sus páginas y ellas retumban con sonoridad plutoniana en todos los ámbitos de su patria. Para medirse busca al más grande enemigo, Rosas, que era también genial en la barbarie de su medio y de su tiempo: por eso hay ritmos apocalípticos en los apóstrofes de Facundo, asombroso enquiridión que parece un reto de águila, lanzado por sobre las cumbres más conspicuas del planeta.
Su verbo es anatema: tan fuerte es el grito que por momentos, la prosa se enronquece. La vehemencia crea su estilo, tan suyo que, siendo castizo, no parece español. Sacude a todo un continente con la sola fuerza de su pluma, adiamantada por la santificación del peligro y del destierro. Cuando un ideal se plasma en un alto espíritu, bastan gotas de tinta para fijarlo en páginas decisivas; y ellas, como si en cada línea llevasen una chispa de incendio devastador, llegan al corazón de miles de hombres, desorbitan sus rutinas, encienden sus pasiones, polarizan su aptitud hacia el ensueño naciente. La prosa del visionario vive: palpita, agrede, conmueve, derrumba, aniquila. En sus frases diríase que se vuelca el alma de la nación entera, como un alud. Un libro, fruto de imperceptibles vibraciones cerebrales del genio, tórnase tan decisivo para la civilización de una raza como la irrupción tumultuosa de infinitos ejércitos.

Dijo primero. Hizo después....

La política puso a prueba su firmeza: gran hora fue aquella en que su Ideal se convirtió en acción.
Presidió la República contra la intención de todos: obra de un hado benéfico. Arriba vivió batallando como abajo, siempre agresor y agredido. Cumplía una función histórica. Por eso, como el héroe del romance, su trabajo fue la lucha, su descanso pelear.
Se mantuvo ajeno y superior a todos los partidos, incapaces de contenerlo. Todos lo reclamaban y lo repudiaban alternativamente: ninguno, grande o pequeño, podía ser toda una generación, todo un pueblo, toda una raza, y Sarmiento sintetizaba una era en nuestra latinidad americana. Su acercamiento a las facciones, compuestas por amalgamas de subalternos, tenía reservas y reticencias, simples tanteos hacia un fin claramente previsto, para cuya consecución necesitó ensayar todos los medios. Genio ejecutor, el mundo parecíale pequeño para abarcarlo entre sus brazos; sólo pudo ser el suyo el lema inequívoco: "Las cosas hay que hacerlas; mal, pero hacerlas".

Sarmiento en la etapa de la Gobernación de San Juan cuando
combatió a las guerrillas de Ángel "Chacho" Peñaloza
     
Ninguna empresa le pareció indigna de su esfuerzo; en todas llevó como única antorcha su Ideal. Habría preferido morirse de sed antes de abrevarse en el manantial de la rutina. Miguelangelesco escultor de una nueva civilización, tuvo siempre libres las manos para modelar instituciones e ideas, libres de cenáculos y de partidos, libres para golpear tiranías, para aplaudir virtudes, para sembrar verdades a puñados. Entusiasta por la patria, cuya grandeza supo mirar como la de una propia hija, fue también despiadado con sus vicios, cauterizándolos con la benéfica crueldad de un cirujano.
La unidad de su obra es profunda y absoluta, no obstante las múltiples contradicciones nacidas por el contraste de su conducta con las oscilaciones circunstanciales de su medio. Entre alternativas extremas, Sarmiento conservó la línea de su carácter hasta la muerte. Su madurez siguió la orientación de su juventud; llegó a los ochenta años perfeccionando las originalidades que había adquirido a los treinta. Se equivocó innumerables veces, tantas como sólo puede concebirse en un hombre que vivió pensando siempre. Cambió mil veces de opinión en los detalles, porque nunca dejó de vivir; pero jamás desvió la pupila de lo que era esencial en su función. Su espíritu salvaje y divino parpadeaba como un faro, con alternativas perturbadoras. 

Miró siempre hacia el porvenir, como si el pasado hubiera muerto a su espalda; el ayer no existía, para él, frente al mañana. Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y los pueblos fuertes sólo necesitan saber dónde van. Vivió inventando doctrinas o forjando instituciones, creando siempre, en continuo derroche de imaginación creadora. Nunca tuvo paciencias resignadas, ni esa imitativa mansedumbre del que se acomoda a las circunstancias para vegetar tranquilamente. La adaptación es mediocrizadora; rebaja al individuo a los modos de pensar y sentir -que son comunes a la masa, borrando sus rasgos propiamente personales. Pocos hombres, al finalizar su vida, se libran de ella; muchos suelen ceder cuando los resortes del espíritu sienten la herrumbre de la vejez. Sarmiento fue una excepción. 
A los setenta años tocóle ser abanderado en la última guerra civil movida por el espíritu colonial contra la afirmación de los ideales argentinos: en La escuela ultrapampeana, escrita a zarpazos, se cierra el ciclo del pensamiento civilizador iniciado con Facundo. En esas horas crueles, cuando los fanáticos y los mercaderes le agredían para desbaratar sus ideales de cultura laica y científica, en vano habría intentado Sarmiento rebelarse a su destino. Una fatalidad incontrastable le había elegido portavoz de su tiempo, hostigándole a perseverar sin tregua hasta el borde mismo de la tumba. En pleno arreciar de la vejez siguió pensando por sí mismo, siempre alerta para abalanzarse contra los que desplumaban el ala de sus grandes ensueños: habría osado desmantelar la tumba más gloriosa si hubiera entrevisto la esperanza de que algo resucitaría de entre las cenizas.

Personificó la más grande lucha entre el pasado y el porvenir del continente, asumiendo con exceso la responsabilidad de su destino. Nada le perdonaron los enemigos del Ideal que él representaba; todo le exigieron los partidarios. El mayor equilibrio posible en el hombre común es exiguo comparado con el que necesita tener el genio: aquél soporta un trabajo igual a uno y éste lo emprende equivalente a mil. Para ello necesita una rara firmeza y una absoluta precisión ejecutiva. Donde los otros se apunan, los genios trepan; cobran mayor pujanza cuando arrecian las borrascas; parecen águilas planeantes en su atmósfera natural.
La incomprensión de estos detalles ha hecho que en todo tiempo se atribuyera a insania la genialidad de tales hombres, concretándose al fin la consabida hipótesis de su parentesco con la locura, cómoda de aplicar a cuantos se elevan sobre los comunes procesos del raciocinio rutinario y la actividad doméstica. Pero se olvida que inadaptado no quiere decir alienado; el genio no podría consistir en adaptarse a la mediocridad.
El culto de lo acomodaticio y lo convencional, halagador para los sujetos insignificantes, implica presentar a los grandes creadores como predestinados a la generación o al manicomio. Es falso que el talento y el genio pueblen los asilos; si enloquecen, por acaso, diez hombres excelentes, encuéntrase a su lado un millón de espíritus vulgares.
Los hombres como Sarmiento pueden caldearse por la excesiva función que desempeñan; los ignorantes confunden su pasión con la locura. Pero juzgados en la evolución de las razas y de los grupos sociales, ellos culminan como casos de perfeccionamiento activo, en beneficio de la civilización y de la especie. El devenir humano sólo aprovecha de los originales. El desenvolvimiento de una personalidad genial importa una variación sobre los caracteres adquiridos por el grupo; ella incuba nuevas y distintas energías, que son el comienzo de líneas de divergencia, fuerzas de selección natural. La desarmonía de un Sarmiento es un progreso, sus discordancias son rebeliones a las rutinas, a los prejuicios, a las domesticidades.
Locura implica siempre disgregación, desequilibrio, solución de continuidad; con breve razonamiento, refutó Bovio el celebrado sofisma. El genio se abstrae; el alienado se distrae."La sublime locura del genio es, pues, relativa al vulgo; éste, frente al genio, no es cuerdo ni loco: es simplemente la mediocridad, es decir, la media lógica, la media alma, el medio carácter, la religiosidad convencional, la moralidad acomodaticia, la politiquería menuda, el idioma usual, la nulidad de estilo".
La ingenuidad de los ignorantes tiene parte decisiva en la confusión. Ellos acogen con facilidad la insidia de los envidiosos y proclaman locos a los hombres mejores de su tiempo. Algunos se libran de este marbete: son aquellos cuya genialidad es discutible, concediéndoseles apenas algún talento especial en grado excelso. No así los indiscutidos, que viven en brega perpetua, como Sarmiento. Cuando empezó a envejecer, sus propios adversarios aprendieron a tolerarlo, aunque sin el gesto magnánimo de una admiración agradecida. Le siguieron llamando "el loco Sarmiento".

El Loco Sarmiento. Caricatura 1875
¡El loco Sarmiento! Esas palabras enseñan más que cien libros sobre la fragilidad del juicio social. Ningún americano ilustre sufrió más burlas de sus conciudadanos. No hay vocablo injurioso que no haya sido empleado contra él; era tan grande que no bastó el diccionario entero para difamarle ante la posteridad. Las retortas de la envidia destilaron las más exquisitas quintaesencias; conoció todas las oblicuidades de los astutos y todos los soslayos de los impotentes. La caricatura le mordió hasta sangrar, como a ningún otro: el lápiz tuvo, vuelta a vuelta, firmeza de estilete y matices de ponzoña. 
Los espíritus vulgares ceñían a Sarmiento por todas partes, con la fuerza del número, irresponsables ante el porvenir. Y él marchaba sin contar los enemigos, desbordante y hostil, ebrio de batallar en una atmósfera grávida de tempestades, sembrando a todos los vientos, en todas las horas, en todos los surcos. Despreciaba el motejo de los que no le comprendían; la videncia del juicio póstumo era el único lenitivo a las heridas que sus contemporáneos le prodigaban. 
Para conservar intactos sus atributos, el genio necesita períodos de recogimiento; el contacto prolongado con la mediocridad despunta las ideas originales y corroe los caracteres más adamantinos. Por eso, con frecuencia, toda superioridad es un destierro. Los grandes pensadores tórnanse solitarios; aparecen proscritos en su propio medio. Se mezclan a él para combatir o predicar, un tanto excéntricos cuando no hostiles, sin entregarse nunca totalmente a gobernantes ni a multitudes. Muchos ingenios eminentes arrollados por la marea colectiva, pierden o atenúan su originalidad, empañados por la sugestión del medio; los prejuicios, más arraigados en el individuo, subsisten y prosperan; las ideas nuevas, por ser adquisiciones personales de reciente formación, se marchitan. Para defender sus frondas más tiernas el genio busca aislamientos parciales en sus invernáculos propios. Si no quiere nivelarse demasiado necesita, de tiempo en tiempo, mirarse por dentro, sin que esta defensa de su originalidad equivalga a una misantropía. Desde su cima formula con firme claridad aquel sentimiento, doctrina o esperanza que en todos se incuba sordamente. En él adquieren claridad meridiana los confusos rumores que serpentean en la inconsciencia de sus contemporáneos. Tal, más que en ningún otro genio de la historia, se plasmó en Sarmiento el concepto de la civilización de su raza, en la hora que preludiaba el surgir de nacionalidades nuevas entre el caos de la barbarie. Para pensar mejor, Sarmiento vivió solo entre muchos, ora expatriado, ora proscrito dentro de su país, europeo entre argentinos y argentino en el extranjero, provinciano entre porteños y porteño entre provincianos. Dijo Leonardo que es destino de los hombres de genio estar ausentes en todas partes.

Sarmiento y el evolucionismo. Caricatura de El Mosquito (1882)

Viven más alto y fuera del torbellino común, desconcertando a sus contemporáneos. Son inquietos: la gloria y el reposo nunca fueron compatibles. Son apasionados: disipan los obstáculos como los primeros rayos del sol licuan la nieve caída en una noche primaveral. En la adversidad no flaquean: redoblan su pujanza, se aleccionan. Y siguen tras su Ideal, afligiendo a unos, compadeciendo a otros, adelantándose a todos, sin rendirse, tenaces como si fuera lema suyo el viejo adagio: sólo está vencido el que confiesa estarlo. En eso finca su genialidad. Ésa es la locura divina que Erasmo elogió en páginas imperecederas y que la mediocridad enrostró al gran varón que honra a todo un continente. Sarmiento parecía agigantarse bajo el filo de las hachas.

Fuente: José Ingenieros, El Hombre Mediocre (1913)

viernes, 30 de noviembre de 2012

Literatura y Política en la época de Rosas

Esteban Echeverría: figura central del Salón Literario
En julio de 1830 Esteban Echeverría regresa a Buenos Aires después de varios años de permanencia en Europa. El joven que al partir en 1825 se registra en la Aduana como "comerciante" ahora lo hace como "literato". En París ha frecuentado las tertulias literarias; ha realizado serios estudios de historia, literatura, política, economía. Viene imbuido de los principios de un movimiento que conmocionó a Francia: el Romanticismo literario, que Chateaubriand  Mme. de Stäel importaron de Alemania, y el romanticismo social de los saintsimonianos.
Poco antes de la llegada de Echeverría a Buenos Aires, Rosas se ha hecho cargo del gobierno y reclama la prolongación indefinida de las facultades extraordinarias. Los unitarios, encabezados por Juan Cruz Varela, ya han iniciado el camino del exilio; la prensa opositora, silenciada, se refugia en Uruguay. El panorama que se ofrece a los ojos del recién llegado es desalentador: "¡Cuántas esperanzas traía!, pero todas estériles, la patria ya no existía", dirá años más tarde en una nota autobiográfica.
A comienzos de 1832 un decreto de Rosas clausura dos periódicos: aunque de filiación federal, insinúan veladas críticas al gobierno. De allí en más toda nueva publicación deberá contar con la anuencia de las autoridades. Meses más tarde Rosas rechaza su reelección, cuando la Sala de Representantes de Buenos Aires le niega las facultades extraordinarias.
Ese mismo año de 1832, Echeverría publica, en forma anónima, su poema Elvira o la novia del Plata que, pese a sus debilidades literarias (reconocidas por el propio autor), llega a ocupar un lugar singular en nuestras letras ya que se trata de la primera obra romántica escrita en lengua española. Recibida con frialdad y hasta con rechazo, su mérito mayor reside en el intento de abandonar "las vías trilladas por nuestros poetas" (carta de Echeverría a Fonseca). Los Consuelos, de 1834, primer libro de versos de autor argentino editado en el país, y sobre todo las Rimas de 1837, cumplen más ajustadamente los postulados del romanticismo: exaltación de la subjetividad, espontaneidad en la expresión de los sentimientos, revaloración de los asuntos nativos. El éxito de los Consuelos y las Rimas (cuyo primer poema, "La Cautiva", hace del paisaje de la pampa su materia literaria, iniciando según Ricardo Rojas, una escuela que tenderá "a poner en molde urbano y castizo la emoción de los asuntos americanos"), otorga a Echeverría un prestigio que lo convierte en maestro de toda una generación.
Mientras tanto, el 13 de abril de 1835, Rosas asume por segunda vez el poder en medio de grandes festejos populares. Dos meses antes Facundo Quiroga ha caído asesinado en Barranca Yaco. En su proclama, Rosas sostiene la necesidad de un poder ilimitado y amenaza a los enemigos políticos con una persecución "tan tenaz y vigorosa que sirva de espanto a los demás que puedan venir en adelante".
Dejando de lado la controvertida cuestión del federalismo de Rosas, cuya actitud centralista en la defensa de los intereses de la clase terrateniente nada tiene que ver con los ideales de la federación de Dorrego, lo cierto es que Rosas convierte "la causa nacional de la federación" en un pretexto para acallar cualquier conato de oposición.


EL SALÓN LITERARIO Y "LA MODA"

Marcos Sastre. En torno a su librería se formó el
Salón Literario que reunió a la Generación del '37
En junio de 1837 abre sus puertas el Salón Literario de Marcos Sastre, que nucleará a los jóvenes reunidos en torno a Echeverría. Meta fundamental de esta generacion del '37 será la consolidación de una personalidad nacional, de una cultura independiente, de una literatura propia; es decir, completar el proceso de emancipación, iniciado en 1810, que había quedado inconcluso. La actitud crítica ante la proyección de la cultura española en América derivará, incluso, en una búsqueda de diferenciación a través del medio expresivo: "El único legado que los americanos pueden aceptar y aceptan de buen grado de la España, porque es realmente precioso, es el idioma; pero lo aceptan a condición de mejora, de transformación progresiva, es decir de emancipación" (carta de Echeverría a Alcalá Galiano).
El acto de apertura del Salón, en el que disertan Sastre, Alberdi y Gutiérrez, alcanza contornos de un verdadero acontecimiento cultural. Los discursos de Sastre y Alberdi no omiten elogios a Rosas: "... el hombre que la providencia nos presenta más a propósito para presidir la gran reforma de ideas y costumbres que ha empezado" (Sastre); "... el hombre grande que preside nuestros destinos públicos" (Alberdi). Sastre explicita los objetivos del Salón (reunir obras de mérito, realizar cursos y disertaciones para difundir las nuevas ideas) asignando un papel protagónico a la juventud, "esta generación en quien reposa toda la esperanza de la patria", dispuesta a abjurar del "triple plagio": el político, el científico y el literario. "Ya empieza a brillar la aurora de la literatura argentina en nuestro despejado horizonte intelectual", dice Sastre; mientras que Gutiérrez propicia una literatura nacional, representativa de "nuestras costumbres y nuestra naturaleza", y señala la necesidad de aflojar el único vínculo que nos une a España: el idiomático.
La vida del Salón va a ser efímera, como lo pronostica desde el exilio, Florencio Varela, representante del pensamiento unitario. En septiembre Sastre ofrece la jefatura de la institución a Echeverría, reconociéndolo como el verdadero maestro, "llamado a presidir y dirigir el desarrollo de la inteligencia en este país". Pero poco después, seguramente debido a presiones del gobierno, el Salón cierra sus puertas.

La Moda, "gacetín de música, de poesía, de literatura, de costumbres", fundada por Alberdi en noviembre de 1837, impedirá en cierta forma la disgregación del grupo, nucleando a algunos de los adherentes al Salón. Junto a Alberdi colaboran Vicente Fidel López, Jacinto Rodriguez Peña, Manuel Quiroga de la Rosa y otros, esta vez sin la presencia rectora de Echeverría, que se mantiene al margen de la empresa. La Moda reúne artículos de costumbres, poesías inéditas, crónicas, piezas musicales, pero también difunde los nombres de los representantes del romanticismo literario y del romanticismo social. Los artículos relevantes de la publicación son los cuadros de costumbres de Alberdi, en los que se reitera la crítica a los hábitos mentales de la sociedad porteña y a los vicios de la educación colonial, el interés por superar el medio, el antiespañolismo (aunque el modelo de Alberdi es, precisamente, un español, Larra, "expresión de la joven España que se levanta sobre las ruinas de la España feudal").

"La Moda" fue una publicación de costumbres dirigida por Alberdi en 1838

El título inocente, los propósitos declarados, los reiterados intentos de acercamiento al gobierno y el hecho de que el editor responsable de La Moda fuera Rafael Corvalán, hijo del edecán de Rosas, no impide que las sospechas recaigan sobre la revista, en cuyo último número, el 23 (del 27 de abril de 1838), se señala "la no oportunidad de las publicaciones literarias". Dos meses después de la clausura de La Moda, Echeverría funda, en una reunión clandestina, la Asociación de la Joven Generación Argentina, rebautizada más tarde como Asociación de Mayo. En la sesión inaugural del 23 de junio de 1838 Echeverría lee las "palabras simbólicas" cuyo desarrollo da origen al Credo o Declaración de principios que constituyen la creencia social de la República Argentina, conocié en 1846 como Dogma Socialista. Apartados de las dos facciones "que se han disputado el poderío durante la revolución", ni federales ni unitarios, los jóvenes encabezados por Echeverría se proponen restaurar el pensamiento de Mayo: "La fórmula única, definitiva, fundamental de nuestra existencia como pueblo libre es: Mayo, Progreso, Democracia" (Dogma Socialista). Después de algunas reuniones secretas los jóvenes comienzan a dispersarse.


CANCIONERO FEDERAL

Desde el ascenso de Rosas al poder, en Buenos Aires sólo ha cabida para una prensa adicta al gobierno. Su vocero oficial es La Gaceta Mercantil, dirigida desde 1829 hasta 1852 por el erudito italiano Pedro de Angelis. A través de sus páginas, y generalmente en forma anónima, se suceden las composiciones laudatorias, en las que se celebran, vertidos en molde académico, los triunfos de Rosas, las derrotas de sus enemigos, los aniversarios de la ascensión al poder y hasta las fechas íntimas.




       
También abundan los periódicos de vida efímera (como El Gaucho, El Torito de los Muchachos, El Toro de Once, todos de Luis Pérez) escritos en lenguaje gauchesco, "acompadrado", o imitando el habla de los negros, a cuyo evidente valor testimonial cabe agregar una frescura y originalidad de la que están exentas las composiciones de corte neoclásico.
Esta poesía popular adquiere un carácter cada vez más combativo, hasta llegar al tono soez frente a ciertos acontecimientos y personajes: las campañas de Lavalle, la figura de Rivera, el bloqueo francés de 1838. Desde Montevideo la prensa proscripta contesta y ataca, empleando el mismo tono, utilizando los mismos recursos.


LOS POETAS EN EL EXILIO

Año 1839. El bloqueo francés, los levantamientos y las conspiraciones atentan seriamente contra el gobierno de Rosas, quien, sin embargo logra resistir y afianzarse aún más en el poder. Berón de Estrada, Ramón y Vicente Maza, Pedro Castelli, Ambroise Crámer y otros engrosan la lista de los caídos en la lucha contra Rosas ese año.
Alberdi ya ha abandonado Buenos Aires, iniciando un exilio que durará más de cuarenta años; poco a poco lo seguirán los restantes miembros de su generación. Echeverría es uno de los últimos en emigrar (recién lo hará a fines de 1840, ante el fracaso de la invasión de Lavalle), porque emigrar es "inutilizarse para el país".
Montevideo (y también Chile y Bolivia) recibe a los desterrados que comparten el exilio con los unitarios de la generación anterior; los une el común anhelo de abatir a Rosas, pero las diferencias generacionales (políticas, estéticas) son profundas.
Desde El Iniciador de Montevideo (desde cuyo último número se publica el Credo) los jóvenes proscriptos difunden las nuevas ideas. Más adelante, a través de El Nacional, se hostilizará abiertamente a Rosas, sobre todo desde 1839, en que Rivera Indarte se hace cargo de la dirección. Junto a éstos aparecen otros periódicos combativos, de estilo gauchesco, cuyo principal colaborador es Hilario Ascasubi. Una publicación singular por sus características es El Grito Argentino (24 de febrero - 30 de junio de 1839), en el que colaboran Alberdi, Luis Dominguez, Andrés Lamas y otros, destinado, fundamentalmente, al hombre de campo de Buenos Aires.

José Rivera Indarte. Fanático Rosista en un principio, fue
también fanático opositor desde su exilio en Montevideo
1841 es el año de la muerte de Lavalle, del fracaso de la Liga del Norte y el sacrificio de su jefe Marco Avellaneda, de los preparativos para el avance sobre Montevideo. Pero también es el año de una famosa justa poética en celebración del 25 de mayo, a raíz de la cual Alberdi, a cuyo cargo queda la publicación de los trabajos, escribe un alegato que resulta un verdadero manifiesto del romanticismo americano. Polemizando con Florencio Varela, representante del neo-clasicismo  autor del Informe del certamen, Alberdi sostiene: "...pretender que la poesía sea completa  que nuestra sociedad esté en germen, es desconocer la mutua dependencia, que todos reconocen hoy, de la literatura con la sociedad".
¿Pero es que la poesía tiene cabida en una sociedad convulsionada, cuya juventud ha decidido abocarse a la acción? Ya en 1837 , desde La Moda, Alberdi censura duramente una poesía de Juan María Gutiérrez, "A ella". "¿Cual ella?" se pregunta Alberdi, "¿La Patria? ¿La Humanidad? No. Una mujer." Pero Alberdi no es poeta. Echeverría sí lo es (el más admirado por los jóvenes, el más elogiado por la crítica) y no tiene reparos en escribir poesía amatoria e incluso canciones que en su momento alcanzan gran popularidad. Desde el exilio montevideano, los jóvenes románticos se vuelcan a una poesía combativa, centrándose, sobre todo durante las celebraciones del 25 de mayo, en la figura de Rosas, el anti-Mayo. (Pocos ataques más efectivos que la difundida composición "A Rosas, el 25 de mayo de 1843", de José Mármol). Pero otros temas también los reclaman. La poesía nativa en su vertiente culta, dentro de la línea de "La Cautiva" (y, como señala Rojas, a diferencia de la corriente dialectal en la que se inscriben Bartolomé Hidalgo, Ascasubi, José Hernández), es frecuentada por Mitre ("Santos Vega"), Luis Dominguez ("El Ombú"), Juan María Gutiérrez ("Endecha del gaucho").
Sin embargo, no es en la poesía donde los proscriptos románticos han de alcanzar sus mayores logros. Hacia 1838 Echeverría escribe El Matadero (conocido recién en 1871), perfilando el cuento nacional; en 1845 un gran romántico, Sarmiento, publica Facundo, el intento más ambicioso de definir e interpretar el país y sus formas de vida; y ya en los albores de Caseros, otro romántico, Mármol, marca con Amalia el inicioreal del género novelístico.
En la historia de las letras y el pensamiento argentino ninguna otra generación ha resultado tan pródiga en obras originales y definitorias. Con ellas la literatura nacional alcanza por fin perfiles propios.

Fuente: Cabal, Graciela, Prólogo de "La época de Rosas". Ed. CEAL.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Rivera Indarte, La Obsecuencia y la Traición

El Himno de los Restauradores fue presentado como una composición la cual, publicada en hoja suelta con la efigie de Rosas, sale a la venta cuando a éste asume por segunda vez el poder. La música fue compuesta por Esteban Mazzini. Se estrenó el 13 de junio de 1835 en el Teatro Coliseo.

¡Oh gran Rosas! tu pueblo quisiera
mil laureles poner a tus pies;
mas el gozo no puede avenirse
con el luto y tristeza que ves.
¡Aguilar y Latorre no existen
Villafañe el invicto, murió
y a tu vida tal vez amenaza
de un malvado el cuchillo feroz.

De discordia la llama espantosa
a el país amenaza abrasar
y el audaz demagogo se mira
la orgullosa cerviz levantar.
¿No los ves como ledos conspiran?
¿cual aguzan su oculto puñal?
¿cual meditan la ruina y escarnio
del intrépido y buen federal?

Esa horda de infames ¿qué quiere?
sangre y luto pretende ¡qué horror!
empañar nuestras nobles hazañas
y cubrirnos de eterno baldón.
¡Ah! cobardes temblad es en vano
agoteis vuestra saña y rencor.
Que el gran Rosas preside a su pueblo,
Y el destino obedece a su voz.



¡Asesinos de Ortiz y Quiroga!
de los hombres vergüenza y borrón,
a la tumba bajad presurosos
de los libres temed el furor.
Esos mismos que en Márques vencieron
en San Luis, Tucumán y Chacón,
con la sangre traidora han jurado
de venganza inscribir el padrón.

Del poder la Gran Suma revistes,
a la patria tu debes salvar;
¡que a tu vista respire el honrado
y al perverso se mire temblar!
La ignorancia persigue inflexible
al talento procura animar
¡Y ojalá que tu nombre en la historia
una página ocupe inmortal!

Coro

Alza ¡oh Patria! tu frente abatida,
de esperanza la aurora lució:
tu Adalid valeroso ha jurado
restaurarte a tu antiguo esplendor.


José Rivera Indarte nació en Córdoba en 1814 y murió en la isla de Santa Catalina en 1845. En una primera época es de los más exaltados defensores de Rosas, como lo demuestran su "Himno Federal" y su "Himno de los Restauradores". Más adelante sospechoso de hallarse en connivencia con los emigrados, sufre persecución y cárcel. Recuperada su libertad y después de un viaje por los Estados Unidos y Brasil, se radica en Montevideo, desde donde inicia una violenta campaña contra Rosas a través de las páginas de El Nacional. Entre sus obras posteriores se inscriben sus Poesías (1853), Rosas y sus opositores (1843), Es acción santa matar a Rosas (1843) y su famoso Tablas de Sangre (1843).

Muy dichosos nos reputaríamos si este escrito moviese el corazón de algún fuerte, que hundiendo un puñal libertador en el pecho de Rosas, restituyese al Río de la Plata su perdida ventura y librase a la América y a la humanidad en general del grande escándalo que la deshonra.
Le cuestan al Río de la Plata los gobiernos de Rosas, por los cálculos más bajos, “¡veintidós mil y treinta habitantes!!” los más activos e inteligentes de la población, muertos a veneno, lanza, fuego y cuchillo sin formación de causa, por el capricho de un solo hombre, y casi todos privados de los consuelos temporales y religiosos con que la civilización rodea el lecho del moribundo. La emigración de las familias argentinas que han huído [sic] de los gobiernos de Rosas y se han asilado en la República Oriental, en el Brasil, en Chile, Perú y Bolivia, no baja de treinta mil personas ¡Qué administraciones tan caras las de Rosas! ¡Qué precio tan subido cuesta a Buenos Aires la suma del poder público, la mas-horca y el placer de estar gobernado por Rosas!!!!!
—Rivera Indarte, Tablas de sangre


Fuente:  La época de Rosas, Antología. Ed. CEAL.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Los Anchorena, el Populismo y la Reivindicación del Gaucho

Al historiar a una familia de la alta burguesía no me propongo sino analizar la clase dirigente de la sociedad argentina. Elegimos a los Anchorena por el carácter mítico que ha adquirido ese apellido, y porque en un determinado momento fue la más representativa. Pero no debe considerarse como una historia particular: ellos no hacen sino ejemplificar un proceso histórico más general, y expresan los intereses e ideología de una clase.Del mismo modo pudimos haber tomado a las familias de Alzaga, Escalada, Lezica, Alvear, Unzué, Oliden, Obligado, Martinez de Hoz, etc.

Juan José Sebreli. Su obra "Apogeo y Ocaso de los Anchorena", pretendió investigar las clases altas
de la sociedad argentina a través del análisis de una de sus familias más representativas.


   
En el trasfondo de la historia argentina, desde la Colonia hasta nuestros días, actúa siempre algún representante de la familia Anchorena, a veces (muy pocas) en papeles preponderantes, mucho más frecuentemente moviendo los hilos entre bastidores o recurriendo a un llamativo intermediario como Rosas, para ocultar su verdadero poder. Hubo Anchorena en el Consulado, y en el Cabildo durante la colonia, y después de la Revolución de Mayo, en el Ejército del Norte, en el Congreso de Tucumán, en el Directorio. Hubo Anchorena con Rosas, y a su caída con Urquiza. Hubo Anchorena en el gobierno de Buenos Aires separado de la Confederación. Hubo Anchorena con Mitre, y después con casi todos los gobiernos, incluyendo los de Yrigoyen y de Perón. Hubo también Anchorena con Onganía. Hubo Anchorena en la presidencia de todas las grandes instituciones de la oligarquía: Jockey Club, Sociedad Rural, Sociedad de Beneficencia, Teatro Colón. Hubo Anchorena en las comisiones directivas de las principales sociedades anónimas, entidades bancarias  financieras. Miguel Anchorena fue uno de los pocos argentinos que perteneció al Jockey Club de París. Un Anchorena se unió con la familia propietaria de "La Prensa" y una Anchorena es accionista de "La Nación", los dos diarios representativos de la oligarquía. Junto con otras cincuenta familias con las que están relacionados por vínculos matrimoniales, de amistad o de interés, los Anchorena forman la clase que gobernó efectivamente el país detrás de los gobiernos títeres formalmente representativos. Llegaron en un momento a ser los poseedores del país más rico de América Latina y de uno del más ricos del mundo, y dilapidaron ostentosamente esa fortuna.


SE DICE DE MÍ

Fabián Gómez y Anchorena que vivió alrededor de 1880, se había hecho fama tal de dispendioso que en la puerta de su palacio en Madrid se amontonaban los mendigos acosándolo cada vez que salía. Recurrió entonces a la treta de vestir a un mucamo con su ropa. Las aglomeraciones de mendigos alrededor del mucamo disfrazado de Anchorena eran tan grandes que una mañana apareció en la calle su cadáver destrozado. Luego Fabián de Anchorena llegó a institucionalizar la limosna, instalando una oficina donde cada semana los mendigos iban a cobrar un jornal. Su esplendidez adquiría las características de una destrucción ritual, como cuando desde su yate tiraba la vajilla de oro al Océano.

Aaron Anchorena, aquel pionero de la aviación argentina, gustaba de hacer destrozar la vajilla por un perro tras celebrar ostentosos banquetes en los hoteles de Europa.

Aaron Anchorena junto a Jorge Newbery momentos antes de cruzar el
Río de la Plata en el globo "Pampa" en diciembre de 1907.

Clara Cobo de Anchorena, según la tradición oral, llevaba en su coche numerosas cajas con guantes, pues cada vez que terminaba de usar un par, lo arrojaba a la calle. Nuevo Heráclito de la moda, no admitía usar dos veces el mismo vestido.


LOS ANCHORENA EN LA CULTURA POPULAR

El apellido Anchorena no sólo tiene prestigio entre las clases altas, sino que ha llegado a hacerse conocido entre las clases populares.  Para la gente que nunca ha tenido ni tendrá la chance de cruzarse con un Anchorena, ese nombre, también forma parte del lenguaje corriente: "más rico que un Anchorena", "no te hagas el Anchorena", "no soy un Anchorena", son expresiones típicas del habla argentina.


EL MITO

No podía faltar el mito del "origen judío". Ha circulado la versión fantástica de que los tres hermanos (Juan José, Tomás Manuel y Nicolás), eran hijos de comerciantes portugueses judíos, y que habían sido salvados de un naufragio donde murieron los verdaderos padres, siendo recogidos en Buenos Aires por Juan Esteban de Anchorena, quien los habría adoptado y dado el apellido. De esta manera los Anchorena tienen también su mito al igual que Edipo, Moisés, Rómulo y Remo, y otros tantos personajes (incluso el propio Jesucristo), para los cuales sus padres biológicos corresponden a personas diferentes de quienes finalmente los criaron. El origen del mito judío, además, está vinculado al prejuicio que asocia a los judíos y el dinero.
La leyenda de los Anchorena judíos es recogida por el historiador revisionista José María Rosa y por Manuel Antín, quienes en el proyecto del filme sobre Juan Manuel de Rosas pensaron en el periodista judío Jacobo Timerman para interpretar a Tomás Manuel de Anchorena.
El carácter imaginario del judaísmo de los Anchorena no excluye, por otra parte, la posibilidad de un auténtico origen sefardita, ya que como ha sido demostrado por numerosos historiadores, la mayoría de las familias tradicionales argentinas tienen ese origen, que desconocen o tratan de ocultar.


  EL ANONIMATO

Tomás Manuel de Anchorena fue diputado en el
Congreso de Tucumán y hacendado rosista.
El gran ruido que en el folklore han hecho los Anchorena, contrasta con el discreto silencio con que pasan por la historia oficial. Silencio que contrasta aún más si se tiene en cuenta la necesidad de rescatar un pasado prestigioso, y a veces también de justificar una pensión estatal que lleva a la transfiguración de algún ascendiente más o menos destacado en prócer de la patria, a través de biografías apologéticas encargadas a algún escriba a sueldo. Es así cómo desde Bartolomé Mitre, el género biográfico fue la gran moda de la historiografía argentina. Sin embargo el interés de los Anchorena por pasar inadvertidos, los ha llevado, por ejemplo, a presionar sobre Juan A. Pradere para que guillotinara de su Iconografía de Rosas las hojas con caricaturas de Tomás de Anchorena. Quedan de la versión original solamente una docena de ejemplares que escaparon a la autocensura, y que constituyen una verdadera rareza de bibliófilo.
Los Anchorena nunca han gastado dinero en pagar libros que recuerden a sus antecesores. Como decía Jauretche: "Ahí están los Anchorena, que teniendo un prócer con toda barba como don Tomás, nada hacen por darle a sus blasones, otro lustre que el de los doblones...¡Y pensar que con un mucamo menos hubieran podido tener un Levene o un Gandía con cama adentro!".
A los Anchorena no les interesa la publicidad, no les conviene que se recuerde el origen de su dinero, y tampoco les interesa que las demás clases los vean como los verdaderos responsables del poder político del país. Siempre han ejercido un poder oculto e ilimitado, pasando inadvertidos ante la opinión pública quien siempre ejerce su crítica en otros poderes o personajes más aparentes y superficiales.
La documentación existente sobre los Anchorena en el Archivo General de la Nación o está escrita en clave o es de lo más anodina e inofensiva; la documentación que verdaderamente importa permanece, sin duda, oculta en archivos secretos, en gavetas familiares, en viejos arcones, y la mayor parte ha sido destruida.
Ninguno de los Anchorena ha escrito ha escrito memorias a los que eran afectos los hombres públicos del siglo XIX; pocos historiadores se han ocupado de ellos, salvo la tardía apología de Tomás de Anchorena hecha por Julio Irazusta...

Palacio Anchorena. Hoy llamado palacio San Martín y ex edificio de la cancillería. Retiro 



 
Los historiadores rosistas, de Adolfo Saldías a Julio Irazusta, son pacientes hurgadores de papeles viejos. Pero estos estos manejan principalmente documentación facilitada por la propia familia de Rosas, y por lo tanto cuidadosamente expurgada. Por otra parte, los papeles que pudieran perjudicar a Rosas o a los Anchorena ya fueron destruídos por ellos después de Caseros. Esta destrucción de papeles está documentada en la carta que los hijos de Nicolás de Anchorena (Juan y Nicolás) enviaron a su padre desde Southampton, adonde habían ido a visitar a su tío Rosas; "A tiempo de despedirnos (dicen los Anchorena) nos llevó a una pieza aparte. Nos dijo, como quien no dice nada, que todas las cartas que Ud. (Nicolás Anchorena) posea concernientes a él, lo mismo en poder de la testamentaría las que hubiera de él, las quemase; que él ya había quemado las cartas concernientes a Ud." "Todas las cartas de la Campaña del Desierto y otros papeles posteriores están en poder de mi tío Tomás y le suplica a Ud. sean quemadas".
La necesidad de secreto de sus negocios particulares, llevó a los Anchorena a desinteresarse de los puestos preponderantes (nadie más indicado que ellos para ser gobernadores de la provincia, cargo al que renunciaron cada vez que se los propusieron), ellos prefirieron siempre permanecer entre las sombras, en una actividad silenciosa. De esta manera, la actividad política fue para los Anchorena sólo un medio para asegurar sus privilegios económicos, y siempre que pudieron la dejaron en manos de representantes o testaferros. El General Tomás de Iriarte había observado esa tendencia. refiriéndose a Tomás Anchorena decía que su pretensión "era mandar desde su casa sin revestir carácter público para evitar toda responsabilidad".
A los Anchorena no les interesó nunca ser ministros ni presidentes, les bastó con tener a su disposición a los ministros y presidentes.


Si quiere plata tendrá.
Mi bolsa siempre está llena,
y más rico que un Anchorena
con decir quiero será.

Estanislao del Campo, "Fausto"



POPULISMO OLIGÁRQUICO

El populismo es la forma burguesa de "ir hacia el pueblo", de apropiarse de ciertos elementos de las tradiciones y costumbre populares para integrarlos a una ideología y, de ese modo mantener el control sobre las clases populares.
Desde fines de siglo hasta la llegada del peronismo, el populismo oligárquico estaba representado por los viejos caudillos conservadores (Alberto Barceló fue el más representativo de ellos) que rodeados por de un elemento lumpen (guapos de arrabal como Ruggierito, cantores de tango como Carlos Gardel, y regentas de prostíbulo), ejercían una influencia paternalista sobre el barrio o el pueblo donde se desarrollaban sus actividades.
Caído el peronismo, los representantes de las familias tradicionalesintentaron retomar su hegemonía sobre las masas populares con nuevas formas ideológicas más adecuadas a la nueva etapa de evolución social. Es así como Manuel Anchorena, el hijo de Edda Arrotea de Anchorena, aquella damaque viéramos junto a Spruille Braden en 1945, no vacilará en la década del '70 en mostrarse junto a Perón.


 ROSAS Y PERÓN

El punto de fusión entre la oligarquía ganadera y el peronismo será Rosas. Para los Anchorena particularmente, el rosismo es una especie de privilegio de familia, algo así como un título nobiliario. Manuel de Anchorena, a la vez que trata de reivindicar a Rosas, trata de ligarlo con Perón, para entroncar, de ese modo, un movimiento popular con un pasado oligárquico. Los medios de difusión de Manuel de Anchorena son las agrupaciones que creó y dirigió: la federación Gaucha Bonaerense, la comisión pro repatriación de los restos de Rosas, y el Centro Federal. 
Manuel de Anchorena comenzó sus actividades bajo el ala del gobierno de Onganía. Su primer acto público fue un homenaje a Facundo Quiroga en la Recoleta, en el que participaron centros comunitarios de villas Miserias del Gran Buenos Aires, probablemente bajo las órdenes del entonces ministro del interior Guillermo Antonio Borda, responsable de la represión de Córdoba de 1969.
Otro ejemplo lo dio en 1971 el Secretario General de la CGT José Ignacio Rucci al celebrar el Día del Trabajador con un acto organizado por Manuel de Anchorena en el Centro Federal. Ochenta y un años después de su primera celebración en la Argentina, el Día de los Trabajadores dejaba de motivar manifestaciones de protesta, para realizarse en un acto académico en una agrupación dirigida por un estanciero, y donde no se recuerda a los mártires de Chicago sino a un estanciero que acostumbraba a castigar a sus peones con el cepo y el látigo.
El propio Perón no deja de fotografiarse en Madrid con el estanciero, quien de paso a Inglaterra se dirigía a rendir homenaje a su antepasado Rosas. En la tarea de reivindicar al máximo representante de su clase, y de su familia (Rosas y Tomás M. de Anchorena eran primos), Manuel Anchorena finalmente logró conseguir la adhesión de los dirigentes de un movimiento que en su momento se declaró acérrimo enemigo de la oligarquía ganadera.


UNA CUESTIÓN FILOSÓFICA

Peronismo y antiperonismo son parcialidades que deben ser asimiladas por una vaga categoría ontológica que ellos llaman el "ser nacional", entendiendo por tal, no la nación concebida como acontecer histórico condicionado por factores económicos económicos y sociales, sino como un organismo natural, biológico (la tierra, la sangre, la raza) y por lo tanto eterno e inmutable.
La negación de la historia lineal donde los hombres y las cosas están en permanente cambio, en movimiento continuo, donde todo fluye, se desarrolla sin cesar, se transforma en su contrario, deviene y pasa (dialéctica hegeliana adoptada por el marxismo y aplicado a la lucha de clases); y su contraposición (pensamiento tradicional de derecha), donde la historia es un ciclo circular (no lineal) repetido hasta el infinito, un eterno retorno donde todo lo que fue vuelve a repetirse bajo distinto ropaje, constituye la fundamentación histórico-social que lleva a interpretar al peronismo como la repetición del rosismo, explicando una situación nueva en base a una historia antigua.

El corriente de pensamiento Nacionalista identifica a Rosas con Perón

Rosas como todo personaje mítico, es un arquetipo, un modelo ejemplar, un paradigma: debe volverse siempre a hacer lo que el héroe mítico hizo en un tiempo legendario, la realidad se adquiere por repetición. Cuando los jóvenes de 1970 escriben en las paredes: "Rosas vuelve", no están realizando sino un ritual, una abolición del tiempo real, del devenir profano, para instalarse en el tiempo sagrado, en el eterno retorno del tiempo mítico. La historia real de Rosas, ocurrida en un tiempo irreversible, se convierte en historia ejemplar, en epifanía primordial que puede repetirse y que encuentra su sentido en la repetición misma. Estamos en pleno irracionalismo de una concepción histórica prehegeliana.
Si juzgamos al rosismo y al peronismo, no de acuerdo a sus formas más exteriores y generales, sino de acuerdo a su significado histórico concreto, comprobamos que son dos fenómenos incomparables: los obreros industriales del peronismo no tienen ninguna continuidad histórica con los gauchos y campesinos que idealiza el populismo rosista. El capitalismo primitivo de la estancia rosista es un mundo completamente muerto y sin ninguna conexión con la sociedad capitalista de hoy. Es inútil que los rosistas actuales se disfracen con posturas revolucionarias y antiimperialistas; ninguna actitud revolucionaria auténtica puede permanecer vuelta a un pasado lejano ni reconocer su conductor en un personaje que expresó una situación histórica hace largo tiempo superada. Un programa político para el futuro no se extrae del Museo de Luján.

En este reemplazo de la ética por la estética, el rosismo, totalmente inoperante desde el punto de vista práctico, se vuelve en última instancia una mera actitud estética, cae en el mero folklorismo.
Ya el poeta y biógrafo rosista Manuel Gálvez afirmaba que la sociedad de extraña originalidad que creó Rosas era de "indudable valor estético, aunque no valía tanto éticamente porque implicaba la reducción de los derechos de la persona". En el rosismo hay un frecuente predominio de lo estético sobre lo ético, de lo folklórico sobre lo político.

El rosismo, de esta manera, afirma la expresión de un supuesto ser del pueblo, con el fin de escamotearle mejor sus derechos. Por eso Manuel de Anchorena no solo creó el Centro Federal, sino también la Federación Gaucha Bonaerense dedicada al carnavalesco revival de las costumbres y tradiciones de la vida campesina del siglo pasado. Lo que en una determinada circunstancia histórica pudo haber sido una fiesta espontánea por medio de la cual el pueblo campesino se evadía de sus duros trabajos, convertida ahora en una ceremonia ritual, con los peones de Manuel de Anchorena disfrazados de gauchos del siglo XIX, resulta una mistificación. Los verdadero campesinos intuyen la falsedad de estas celebraciones que solo complacen a los patrones y a los turistas en busca del color local. El auge del folklore comenzó en las boites más sofisticadas de Buenos Aires, y con el cantor Roberto Rimoldi Fraga terminó asimilando al kitsch. José María Rosa, por su parte, colabora en la industrialización de la figura de Rosas para el cine.

Cuando el pueblo madura va perdiendo las características meramente locales de sus tiempos primitivos. Van perdiendo vigencia las supersticiones y emociones irracionales en que se fundamenta el folklore. Sólo los que tienen interés en mantener al pueblo en su estado infantil, se empeñan en celebrar fiestas conmemorativas que lo retrotraigan a costumbres arcaicas.
La idealización del gaucho, del campesino arraigado a la tierra, se basa en una vieja concepción que opone la tierra, la naturaleza pura e incontaminada, a la civilización corrompida, a la ciudad cosmopolita y desarraigada; el eterno retorno de la vida sujeta a los ritmos de la naturaleza, opuesta al cambio permanente de la vida urbana industrial. Por otra parte,la glorificación del gaucho por la oligarquía fue siempre una forma de oponerse al inmigrante español, italiano y judío, desde que este comenzó a destacarse como un activo elemento de agitación social. No debemos olvidar que la idealización del gaucho comenzó con la obra de un patrón de estancia: Ricardo Güiraldes.

La reivindicación del Gaucho como prototipo del Ser Nacional llegó con la nostalgia de las clases altas al enfrentarse
al nuevo problema social que representaban las clases obreras de inmigrantes anarquistas y sindicalistas.


 
La exaltación del criollismo es común a la oligarquía nacionalista. Un escritor como Eduardo Mallea, a quien los nacionalistas calificarían de europeizante, formula no obstante, juicios que puede suscribir el más cerrado nacionalista: "Una de esas familias criollas, señoriales, pródigas, dignas, de que nuestro país se empobrece cada vez más... Esos viejos troncos familiares son la custodia, la defensa final contra un profundo mestizaje". Mallea expresa claramente el contenido racista del criollismo oligárquico. La palabra "criollo" que en 1810 era subersiva, porque designaba a quienes luchaban contra los privilegios coloniales, se ha vuelto hoy reaccionaria, porque sirve para defender los privilegios adquiridos por las clases que hicieron la Revolución. Cuando los Anchorena reivindican para sí el legado del criollismo, del pasado colonial, tienen razón y no se les debe negar el derecho a la herencia de sus ancestros criollos. Quienes se equivocan son los sectores de clase media y clase obrera (mezcla de raza y orígenes diversos), cuando inficionados por esta ideología, tratan de reivindicar los mismos valores de tradición, pasado, raza, sangre, tierra que no les pertenece.
En la Argentina criolla que añoran los nacionalistas, las multitudes proletarias no tienen cabida, se trata de la Argentina precapitalista habitada por cincuenta familias ligadas entre sí. De esta forma el revisionista y reaccionario Héctor Saenz y Quesada expresa en su Elegía de Buenos Aires que prefería "la Argentina nuestra, la verdadera, porque era de los criollos únicamente; la de cuando todos éramos primos y no necesitábamos deletrear un apellido para entenderlo".
La Argentina proletaria actual ha sido construida íntegramente por los inmigrantes de tercera clase, sin antecesores conocidos, y totalmente abiertos hacia el futuro porque su pasado no recuerda sino miseria. Los cabecitas negras, proletariado criollo, tampoco tienen ninguna tradición que reivindicar en el pasado, que no les pertenece a ellos sino a sus patrones. Las montoneras (con excepción del artiguismo), no eran guerras populares sino al servicio de los intereses de los caudillos, grandes terratenientes... como los Anchorena.

                                      Fuente: Juan José Sebreli, De Buenos Aires y su gente (Antología), Ed. CEAL 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Un Revisionismo de Fantasía

El siguiente es un artículo publicado en la edición impresa del diario La Nación del día martes 20 de diciembre de 2011. El mismo representa un esquema-resumen de la historiografía revisionista argentina y una crítica acerca de la función y validez del nuevo Instituto Nacional de Revisionismo Histórico, el cual fomenta y financia con fondos oficiales la "investigación" histórica coincidente con la ideología Nacional y Popular.

La reelecta presidenta, CFK, ha creado por decreto (1880/2011) el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, con la presidencia del escritor Mario O'Donnell. En este ampuloso título, el kirchnerismo, con su habitual voluntad refundadora de todo lo posible -y también de lo imposible-, encierra la pretensión de hacer nacer el revisionismo histórico, sobre todo ante los jóvenes, siendo que éste, como corriente historiográfica, tiene ya un largo y meritorio camino recorrido.
Podemos sostener que el revisionismo histórico nace de la pluma de Adolfo Saldías, que plasma en su obra Historia de la Confederación Argentina, en la que con documentos en la mano y entrevistando a los propios protagonistas inicia una revalorización de la acción de gobierno de Juan Manuel de Rosas, que, desde 1829 hasta 1853, año de su derrota en los pagos de Caseros, fue el actor político fundamental en una suerte de dictadura, erigiéndose como un Leviatán criollo, al decir del politólogo Vicente Massot. A esta obra, diríamos, fundacional, se sumaron otras como la de Ernesto Quesada, La época de Rosas, publicada en 1926.

La "Historia de la Confederación Argentina" de Adolfo Saldías fue la obra precursora del revisionismo cuyo eje central fue la reivindicación de Juan Manuel de Rosas por sobre el modelo liberal de la Constitución de 1853 hasta allí vigente.


       
Recién en la década del 30 surgen en distintas provincias instituciones que buscan mirar el pasado revisando lo dicho y escrito hasta el presente con una mirada crítica hacia el relato oficial o liberal, como se calificó a la escuela historiográfica que nació y se desarrolló siguiendo los postulados y la genial creación de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López.
Así, en 1934 surgirá en Santa Fe el Instituto de Estudios Federalistas, que profundizará en los análisis sobre el federalismo y el accionar de los caudillos Estanislao López, José Gervasio de Artigas y Juan Manuel de Rosas. Pero será en 1938 cuando nace el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, que continúa hasta el presente como institución académica nacional. El mismo agrupará a escritores, pensadores, literatos e historiadores de renombre que cristalizarán la escuela revisionista.
Entre ellos encontramos a personajes de distintos orígenes políticos, como el historiador José María Rosa, de familia conservadora, militante juvenil de la Democracia Progresista de Lisandro De la Torre, que a partir de 1955, luego de su paso por el nacionalismo, adhirió al movimiento creado por Juan D. Perón en 1945. Entre sus múltiples obras podemos mencionar sus diez tomos de la Historia Argentina, su investigación sobre el pasado hispano en su libro Del Municipio Indiano a la Provincia Argentina, y La caída de Rosas, escrito de profundo rigor sobre los móviles, situaciones y acciones que llevaron a la caída del régimen rosista. Los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta, que en algún momento de sus vidas adhirieron a la Unión Cívica Radical, también formaron parte del Instituto, investigando y dando a luz, el último de los mencionados, una obra fundamental y definitiva sobre los años de Rosas: Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, editada en ocho voluminosos tomos. También formaron parte Vicente Sierra, autor de una Historia Argentina en diez tomos; Ernesto Palacio, Ricardo Font Ezcurra, el padre Leonardo Castellani, Carlos Ibarguren, demócrata progresista en su juventud, autor de una clásica biografía sobre el Restaurador; su hijo Federico; Manuel Gálvez, Héctor Sáenz Quesada, el oriental Luis Alberto de Herrera, Dardo Corvalán y muchos otros historiadores y escritores que produjeron obras de gran valía en cuanto a la investigación historiográfica sobre el período de la Confederación Argentina y sus principales actores.

Juan Manuel de Rosas es la figura central de la corriente revisionista


         
Es decir que el revisionismo, como escuela historiográfica, dio la batalla por equilibrar el conocimiento de los hechos y de sus actores frente a las otras corrientes de pensamiento herederas de los que habían sido en vida los opositores al gobierno rosista. La historia de una nación es una síntesis, forjada por procesos y hombres con pasiones, ideas, amores y odios, que en períodos de guerra civil se enfrentan casi hasta el exterminio.
Con el paso del tiempo, la síntesis histórica es una sumatoria de corrientes de pensamiento, ya sean liberal, revisionista o cualquier otra. Así, debemos resaltar los aportes hechos por historiadores que no provienen del revisionismo como Tulio Halperín Donghi, Félix Luna, José Luis Romero, Armando Alonso Piñeyro, Enrique de Gandía, Ricardo Levene y Ezequiel Gallo, por citar tan sólo algunos de los más relevantes.
La repatriación de los restos mortales de Rosas en 1989 con el lema "Por la Unión Nacional", como un hecho de reparación y justicia histórica, no implicó, sin embargo, demoler la memoria de sus también ilustres oponentes; como así también la revalorización de la gesta de la Vuelta de Obligado, combate contra la intervención anglo-francesa en 1845, que fuera reivindicada en su momento por el propio Libertador José de San Martín.
Ahora bien, crear por decreto y fundamentar con esquemas maniqueos que apuntan más a un programa y proyecto político presente, basado en un relato parcial que desvirtúa a la propia ciencia e investigación histórica, autoerigiéndose en refundadores de la historia, y hacerlo en nombre del revisionismo, resulta cuanto menos una falta de respeto a la memoria de aquellos investigadores de nuestro pasado que poseyeron una formación clásica, de sólida cultura, y que se debatieron desde el llano y no desde burocracias y despachos oficiales.
Este revisionismo de fantasía no tiene que considerarse heredero de aquel revisionismo que, envuelto -por qué no decirlo- en las pasiones del debate, realizó aportes relevantes al conocimiento de nuestra historia.

Autor: Ignacio F. Brancht, (Licenciado en historia y consultor).

martes, 6 de noviembre de 2012

La Supervivencia del Más Apto

"Las sociedades humanas pueden estudiarse con el mismo criterio que los naturalistas aplican al estudio de otras sociedades animales. La sociología es una ciencia natural que estudia la evolución general de la humanidad y la evolución particular de los grupos que la componen".
Con estas oraciones el pensador argentino de origen italiano, José Ingenieros, comienza a esbozar su obra titulada "La Sociología Argentina", dentro de la cual se pretende desarrollar un sistema de pensamiento tendiente a explicar la vida del hombre a modo de como los naturalistas lo hacen con las comunidades animales.
"Las razas, naciones, tribus y todos los agregados humanos, son colonias animales organizadas de acuerdo con las condiciones de subsistencia propias de la especie; su evolución en la superficie de la tierra es un hecho tan natural como la evolución de una colonia microbiana". 
La idea no era nueva, ni circunscripta a los límites de la Argentina. En la principal obra del naturalista inglés Charles Darwin "El origen de las especies por selección natural" se enunciaba a modo general: 
"Como de cada especie nacen muchos más individuos de los que pueden sobrevivir, y como, en consecuencia, hay una lucha por la vida, que se repite frecuentemente, se sigue que todo ser, si varía, por débilmente que sea, de algún modo provechoso para él bajo las complejas y a veces variables condiciones de la vida, tendrá mayor probabilidad de sobrevivir y, de ser así, será naturalmente seleccionado".
José Ingenieros
Por otra parte, el sociologo Herbert Spencer, influído por este y por las teorías sobre la evolución de otro naturalista Jean-Baptiste Lamarck llegó a utilizar por vez primera en el estudio de las sociedades humanas, los conceptos de estructura y función. Elaboró un sistema de filosofía llamada evolucionista, en la que considera la evolución natural como clave de toda la realidad, a partir de cuya ley mecánico-materialista cabe explicar cualquier nivel progresivo: la materia, lo biológico, lo psíquico, lo social, etc.
Más fuerte aún es la influencia ejercida a partir del positivismo de Comte y Saint-Simon; corriente filosófica que afirma que el único conocimiento auténtico es el conocimiento científico, y que tal conocimiento solamente puede surgir de la afirmación de las teorías a través del método científico.
A partir de aquí la aplicación del método científico que el hombre había utilizado para el estudio del mundo orgánico material, se vuelve hacia sí mismo con la tendencia sociológica de aplicar el método de las ciencias exactas al estudio de lo puramente humano, entendido esto último como el aspecto espiritual. Pasa así, el hombre a formar una más de las especies en observación, careciéndose según este método de muchos de los aspectos que diferencian al hombre de las restantes especies que habitan la faz de la tierra. El hombre se deshumaniza y se encierra en el laboratorio con el doble objeto de ser sujeto observador y observado, aplicando a su estudio la misma rigurosidad que se aplicara al estudio de las restantes ciencias exactas.
El ansia de aplicar el conocimiento científico para el mejoramiento de la raza humana y llevarlo por la senda del progreso material fueron las motivaciones de quienes propagaron estas ideas. La idea del progreso fue una de las principales nociones regidoras de la vida de los estados occidentales a partir de la segunda mitad del siglo XIX. En la Argentina la noción fue recogida de manera fragmentaria por Sarmiento el cual con su slogan de "civilización y barbarie" dejaba entrever que existían pueblos cuya naturaleza era propicia para el progreso y otros pueblos que por su naturaleza no eran aptos para la civilización. En todos los casos las características se encontraban en los genes y nada podía hacerse para modificar la situación.

Ya en el año 1908 José Ingenieros nos dice:
"La humanidad nos ofrece el caso de una especie animal luchando por la vida con otras y procurando adaptarse, en grupos, a un medio físico limitado: la corteza de la tierra. Como este medio físico no es homogéneo  los grupos de la especie presentan variedades resultantes de sus heterogéneas condiciones de adaptación".
Así el multifácetico Giuseppe Ingegnieri intenta dar una explicación a las desigualdades físicas entre los hombres. En la teoría darwiniana, la interacción con el medio es lo que explica las diferencias físicas, el cual uno de sus efectos será la diferente capacidad de adaptación al ambiente en el que se vive, determinando en última instancia que, en un determinado lapso temporal, algunos grupos de hombres con características diferenciables (razas) subsistan y otros perezcan. De esta forma:
"(las) causas naturales determinan la desigualdad de las razas; por la interferencia de otros factores, esos grupos evolucionan y constituyen las nacionalidades, que son agregados sociales transitorios en el tiempo infinito".
Charles Darwin, padre del evolucionismo
El médico siciliano define a la evolución humana como una "continua variación de la especie bajo la influencia del medio en que vive. Por ser una especie viviente está sometida a leyes biológicas y por ser capaz de vivir en agregados sociales, se subordina a leyes sociológicas, que dependen de aquellas". Queda claro de esta manera que el hecho de ser el hombre un ser viviente, está sometido indefectiblemente a las leyes biológicas que rigen para toda especie. Inmediatamente Ingenieros agrega, que por vivir en agregados sociales, se subordina a leyes sociológicas. Y aquí es dónde parece residir su error. El hombre es ser viviente que además vive en sociedad pero no necesariamente por ello debe someterse a leyes sociológicas de la rigurosidad de las ciencias exactas por el hecho de vivir en sociedad. Vivir en sociedad no es causa de que el hombre se someta a leyes invariables al estilo de las leyes naturales. En todo caso adherir a esta clase de ideas sería tratar de normalizar desde el mundo natural, un aspecto que el hombre mismo puede reglar dada su conciencia y su libertad esencial que posee por el hecho de ser hombre. Pero sigamos con Ingegnieri: 
"Los diversos grupos sociales necesitan adaptarse a su medio y están sometidos al principio biológico de la lucha por la vida, lo mismo que las especies gregarias. Esa condición de vivir en grupos determina modificaciones colectivas, subordinadas al cambio incesante de sus condiciones de adaptación y selección natural".
Más adelante el intelectual ítalo-argentino observa que la asociación para la lucha por la vida "no es un fenómeno exclusivo de las sociedades humanas"; 
"Un carácter importante para ciertas especies es la posibilidad de vivir en colonias organizadas, es decir, en agregados cuyos individuos sean capaces de división del trabajo, especializándose en el desempeño de funciones útiles a todo el grupo". 
La visión de un mundo caótico en el que la especie humana lucha por la supervivencia, nuevamente es inferido a partir de la observación de otras especies. En una primera instancia, se lo ve al hombre como una especie más, disputándose su lugar en el mundo junto con otras especies del mundo animal y vegetal;
"Ella (la especie humana) evoluciona en un medio del cual toma sus alimentos, disputándolos a las demás especies vivas que con ella coexisten en el tiempo y en el espacio. Teniendo que satisfacer necesidades materiales para conservar y reproducir su vida, la existencia de la humanidad está subordinada a contingencias semejantes a las que influyen sobre las demás especies gregarias".
Según esta visión, entonces tenemos que todas las sociedades humanas, evolucionan principalmente según leyes biológicas a las cuales están subordinadas los hábitos y costumbres colectivas. Estos hábitos y costumbres no son más que las funciones de adaptación de un determinado agregado social al medio natural. Consecuentemente el hombre tenderá a organizar o normalizar sus hábitos colectivos a partir del derecho y las instituciones. De esta manera toda acción de la especie humana queda subordinada a que éste es el representante de una especie la cual, en el seno de su lucha con el reino animal y vegetal, crea sus propias instituciones y normaliza su vida colectiva.


LUCHA DEL HOMBRE CON EL HOMBRE

Según Ingenieros, el hombre como animal susceptible de asociarse en agregados o colonias, está sujeto a nuevas formas de lucha que se dan en el seno de su misma especie, sea como miembro de un agregado social o como individuo. Las mismas se producen entre; 
  1. agregados sociales;
  2. agregados e individuos;
  3. individuos aislados;
De esta forma nos dice Ingenieros que; "dos naciones que se arruinan recíprocamente en una guerra de supremacía económica se encuentran en el primer caso. Un delincuente que comete acciones antisociales, representa el segundo. Dos salvajes que se disputan una raíz alimenticia, se encuentran en el tercero".





Habiendo llegado hacia dónde queríamos llegar, nos detendremos en el primer caso enunciado por el gran pensador, quien interpreta como un hecho natural, el hecho de que dos agregados humanos (tribus, razas, naciones) cualquiera sea el desarrollo cultural de los mismos tienden a confrontar y disputarse los medios de subsistencia existentes en un mundo material que siendo finito como es, resulta escaso comparado con las aspiraciones de las facciones en pugna.

Lejos de ser la intención de los científicos (que tan solo pretenden conocer el mundo en que viven sin incidir en él, tal es la objetividad e impersonalidad del método científico) justificar las guerras y su consecuencia que es el exterminio, precisamente por el mismo hecho de tratarse de ciencia, estaríamos según esta doctrina ante un hecho natural, y como hecho, nos encontramos ante algo que el hombre no puede modificar. En otras palabras, la idea de que el hombre como toda raza lucha por la supervivencia y permanencia en la tierra, tiende a mostrar a toda clase de lucha como un hecho dado, y en consecuencia aceptado.
Pero el hecho de hallar una nueva verdad científica, crea en este caso, una doctrina y una nueva corriente de pensamiento en lo social. La nueva verdad que nos dice que el exterminio entre las tribus, razas o naciones, se trata de algo natural y consecuentemente fuera del alcance del hombre se encuentra el hecho de poder evitarlo.

Augusto Comte, teórico positivista
En este caso el hombre es el sujeto observador y observado al mismo tiempo, y esta nueva verdad científica conlleva  implicancias prácticas, creando una nueva moral o principio de acción. Ahora bien, dijimos que el hombre no puede evitar el hecho del exterminio entre los agregados humanos, por tratarse de un hecho natural, el hombre tampoco puede contradecir la verdad que la ciencia le devela. Pero ¿que es lo que la ciencia dice?, pues que en la lucha por la supervivencia, solo sobreviven los más aptos. De esta forma el individuo o especie que en cuestión, se halla ante el dilema de sobrevivir o perecer en la lucha, o lo que es lo mismo, se ve forzado a pelear por la supervivencia.

La ciencia como generadora de principios morales, por lo tanto prácticos, y regidores de la conducta humana, implican que el hombre no puede contradecir estas leyes naturales que el método científico le ha develado. Por lo tanto la humanidad se dispone a pelear por su supervivencia aceptando como consecuencia que quien logra prevalecer en el marco de una determinada disputa, se trata de esta manera de la raza, nación o tribu, etc. más apta.

Como vemos la nueva verdad revelada por el positivismo, se impone como principio moral a manera de una ley mosaica. La actitud del hombre respecto a este nuevo principio, de ninguna manera ha de ser pasiva. Se ha de luchar por la supervivencia siendo que contribuyendo al sentido que la naturaleza indica, al hacerlo simplemente se está cumpliendo con el destino que las fuerzas cósmicas han impuesto a la humanidad. 

El error de aplicar la metodología de una ciencia exacta a las ciencias del espíritu humano, consiste precisamente, que el hombre el cual es racional y por lo tanto capaz de tomar decisiones de manera consciente  va a dirigir su acción de manera que esta coincida con el nuevo principio. Se dispondrá para la guerra y la confrontación, dado que su supervivencia le indica su aptitud y por lo tanto la superioridad de su raza. De esta manera, lo que el proceso de selección natural darwiniano, el cual opera con modificaciones sucesivas en la especie (y no en el individuo) que le permiten a la misma adaptarse al medio, hace en millones de años y con cambios imperceptibles de generación en generación, el hombre lo realizará  a conciencia y de manera instantánea, ya que el nuevo principio de la naturaleza de supervivencia del más apto así se lo ordena. 

De allí que la moral de la fuerza lleva al exterminio del débil, pues, simplemente se está cumpliendo con una ley de la naturaleza. Se pasa así a legitimar la guerra de exterminio.

Podemos de esta manera llegar a entender el accionar de la generación del '80 al emprender la guerra de fronteras contra el salvaje. El accionar del roquismo se circunscribe, entonces, a esta ideología, como el propio Roca expresa;
"Es por efecto de una ley de la naturaleza que el indio sucumbe ante la invasión del hombre civilizado. En la lucha por la existencia en el mismo medio, la raza más débil tiene que sucumbir ante la mejor dotada."
Los escritos del Ministro de Justicia e Instrucción pública del segundo gobierno de Julio A. Roca, Joaquín V. González al referirse a la constitución de una raza superior, también se corresponden con :
"Eliminados por diversas causas del tipo común nacional, los componentes degenerativos o inadaptables, como el indio y el negro, quedaban sólo los que llamamos mestizos por la mezcla del indio y el blanco. Pero a su vez la evolución de un siglo, obrando sobre una proporción mínima de estos elementos, los elimina sin dificultad, y deja como ley de composición del tipo étnico nacional la de la raza europea, pura por su origen y pura por la selección operada en nuestro suelo sobre la sangre criolla, que es también sangre europea".
Julio A. Roca, figura principal de la conquista del desierto
   
De esta manera la supervivencia da como resultado que la fuerza sea un ideal buscado por la humanidad. 
Ya que son fuertes quienes han demostrado su superioridad al sobrevivir. Consecuentemente los ideales estéticos también están relacionados con este aspecto, belleza es potencia, fuerza, virilidad...
"La fuerza y la belleza son dos ideas y hechos que se completan e integran esencialmente en todo organismo normalmente educado; y así, en nuestro medio, ya es proverbial la mejora estética del tipo criollo primitivo".
También es posible advertir que las políticas de Estado iban encaminadas en este sentido. El mismo Joaquín V. González, nos dice en "El Juicio del Siglo";
"Es justo esperar para el porvenir, cuando el tiempo de la selección transcurra en mayor espacio (si una política contradictoria no desvía la evolución de sus cauces normales o los sistemas de educación no desgastan las energías iniciales o no las cultivan científicamente), la elaboración de un tipo nuevo y definitivo que acumule sobre las cualidades originales de la raza, en sus fuentes ancestrales más puras, las mejores de otras que han conservado incontaminadas y en constante cultivo sus más selectos caracteres".
Cacique Pucurú - Chaco, hacia 1900
Volviendo a José Ingenieros, él mismo reconoce que junto con la evolución histórica se atenúan los conflictos, y las naciones tienden a unificarse bajo la hegemonía de las mejor adaptadas. Dentro de una misma raza, dice Ingenieros;
"la diversidad de condiciones económicas genera antagonismos de intereses que son causa de luchas entre las naciones". 
De esta forma el sistema que el eminente médico y criminólogo esboza en su estudio sociológico, le permite agrupar cada accionar de un estado o nación como manifestación de la necesidad de supervivencia, esto es, la política entendida en términos de lucha. Así;
  1. La Política nacional es la expresión de la lucha por la vida entre diversos grupos que tienen necesidades y aspiraciones heterogéneas dentro de las que son comunes a toda la nacionalidad.
  2. La Política internacional es la expresión de la lucha por la vida entre diversas sociedades que constituyen nacionalidades diferentes, por la heterogeneidad del medio físico, la raza, etc.
A modo de conclusión, dejaremos un par de párrafos los cuales se encuentran incluidos en la obra del pensador italo-argentino, que dan cuenta de la fe y el convencimiento que José Ingenieros depositaba en el estudio de las sociedades a la manera científica-positivista:
"La selección natural favorece a las sociedades mejor adaptadas; ellas sobreviven en la lucha. Las que se organizan en mayor consonancia con las condiciones del medio, prosperan, se acrecientan y duran hasta que son absorbidas o destruidas por otras mejor adaptadas.
El resultado de esa selección natural es el progreso, que podemos definir como el perfeccionamiento adaptativo de la estructura y las funciones de las sociedades a las condiciones de lucha por la vida propias del medio en que viven".

Fuentes: 

  • José Ingenieros, La Sociología Argentina (1908), Cap. I. Centro Editor de América Latina (1979).
  • David Viñas, Literatura Argentina y realidad política (1970). Centro Editor de América Latina (1980)