viernes, 19 de octubre de 2012

Unión Soviética, la Caída de un Mito

El final de la década del '80 y el principio de la década del '90 ha sido testigo de un hecho político que cambió el rumbo de la historia. Se trata de la caída del imperio soviético. Tan importante fue este suceso, que el historiador Eric Hobsbawn, en su historia del siglo XX, considera que la historia de ese siglo comenzó en 1914 al desencadenarse la Gran Guerra y terminó en 1991.
La Unión Soviética se dividió en sus repúblicas preexistentes, que se convirtieron en países independientes manteniendo algunos vínculos especiales, mientras que sus naciones satélites del Oriente europeo cambiaron en forma radical su sistema de gobierno, algunas conservando partido comunistas en el poder, pero con rasgos diferentes es sus objetivos y métodos de gobernar.
Hacía tiempo que la economía soviética daba señales de decadencia. Su tasa de crecimiento había ido disminuyendo en forma constante desde la Segunda Guerra. En verdad, hay fundadas sospechas de que no solo había bajado la tasa de crecimiento, sino que durante algunos años había sido negativa.
Los mismos soviéticos no dejaron de advertir su propia decadencia. Durante los años cincuenta y sesenta primero (bajo el gobierno de Nikita Kruschev), y en los años ochenta después (antes del colapso), se intentaron fracasadas reformas que, sin intentar establecer el sistema de mercado, introducían mecanismos liberalizadores, con la posible intención de evolucionar hacia ese sistema.


LA ÉPOCA DEL CRECIMIENTO

En la década de 1930, mientras la mayor parte de los países del mundo de economía de mercado se hallaba en medio del proceso de depresión más grave y largo de su historia, la Unión Soviética crecía a razón de más del 5% anual.
La aparente inmunidad del sistema socialista fue el atractivo para que después de la Segunda Guerra Mundial, muchos países se convirtieran al sistema socialista y éste produjera tanto interés en ciertos sectores, especialmente los juveniles.

El crecimiento de la economía soviética
estaba limitado por el tamaño de la población
al  ser el trabajo el factor del cual dependía
         
El panorama cambió luego de la Segunda Guerra: mientras la Unión Soviética decaía después de su victoria, los países industriales de economía de mercado, y especialmente los países derrotados por la guerra vivían períodos con grandes tasas de crecimiento. Este crecimiento de la economía de los países occidentales vino acompañado de beneficios sustanciales para los sectores más bajos de la sociedad, es decir, de efectos distributivos considerables impulsados por la acción del Estado.


LAS CAUSAS DE LA CAÍDA

El proceso de crecimiento económico en los países capitalistas consiste en aportes crecientes de técnica y capital. En la Unión Soviética, el proceso consistía, fundamentalmente, en aportes crecientes de mano de obra, precisamente el factor más ocioso durante la Gran Depresión.
Los éxitos soviéticos se dieron inicialmente dentro del marco del proceso de transferencia a la industria de una mano de obra campesina. Más adelante, el enorme esfuerzo femenino soviético, cuyo coeficiente de trabajo era el más alto del mundo (alrededor del 85%). Los horarios de trabajo eran extenuantes, y puede citarse el famoso movimiento estajanovista, que requería crecientes esfuerzos personales por incentivos patrióticos no económicos.

El minero Aleksei Stajanov. El estajanovismo alentaba el aumento de
 la productividad laboral por iniciativa de los propios trabajadores

El problema radica en que el modelo de crecimiento sobre la base de aportes crecientes de mano de obra tiene un límite: el límite de la población. A diferencia del sistema de mercado en dónde el modelo de crecimiento con crecientes aportes de capital y técnica, es prácticamente ilimitado.
Finalmente, cuando la Unión Soviética terminó de incorporar horas de trabajo adicionales a la producción, es decir, cuando cesó de aumentar los aportes del factor mano de obra, se empezó a agotar su proceso de crecimiento.

Un segundo aspecto que explica lo sucedido y que es, probablemente, más importante, son las inevitables limitaciones del sistema de planificación. En tal sistema económico de producción socialista, como corresponde por definición, las empresas son (con escasas excepciones) propiedad del Estado.
La planificación en la Unión Soviética, consistía en la fijación de metas de producción a las empresas, con fuertes incentivos por su cumplimiento, y también fuertes castigos por su incumplimiento. Las metas eran fijadas de acuerdo con una estimación de las necesidades de consumo y en función de los objetivos políticos vinculados con el futuro del país, su estrategia de crecimiento y, eventualmente, sus necesidades de defensa.



En 1928, cuando se formuló el primer Plan Quinquenal, la Unión Soviética tenía una economía primitiva que se caracterizaba por grandes cantidades de recursos ociosos, especialmente mano de obra. De esta manera, la planificación centralizada puede funcionar correctamente en una primera etapa, ya que pone a trabajar factores ociosos, y aún con errores apreciables puede funcionar con eficacia en comparación con un sistema de economía de mercado en medio de una depresión. Esto explica en parte, el éxito relativo de la economía soviética en los años tambaleantes de la economía de mercado.

Fuente: Jorge Macón, Economía del Sector Público, Ed. Mc Graw Hill (2001)

Federalismo, Feudalismo, Caudillismo Organizado

Al emanciparse de la dominación española el Virreinato del Río de la Plata, de que formaba parte el actual estado argentino, vivía en él una población pastora, sin más vida industrial que los trabajos caseros de las campañas y las artes manuales en los núcleos urbanos. El comercio era mezquino, carcomido por el contrabando.
Durante los primeros veinte años de vida política argentina (1810-1830), la ausencia de intereses económicos homogéneos engendró la más completa desorganización política; base de una política personalista y caótica que suele llamarse "la anarquía argentina". Ese régimen fue un feudalismo bárbaro. Los propietarios de la tierra eran señores en sus dominios: resumían en su propia persona la autoridad política y el privilegio económico.
Los señores feudales tenían el nombre de caudillos, se agrupaban así los más débiles en torno a los más poderosos para construir facciones políticas, no movidas por intereses e ideales comunes, sino por pasiones personales y necesidades de terruño. Este régimen político llamado caudillismo, fue la natural superestructura política de un régimen económico feudal, que se caracteriza por la no existencia de partidos políticos y en dónde las influencias personales fundadas en la riqueza o la audacia de los caudillos generan el vínculo político.

Rosas y Quiroga. Caudillos y terratenientes. El porteño logró organizar un régimen con el cual ahogaba financieramente a las provincias mediante el manejo de los ingresos de la Aduana y el reparto discrecional de sus rentas


        
A la "anarquía de los caudillos" se sobrepone el "régimen caudillista organizado" que refleja la parte más importante de los intereses económicos que se iban formando cuando la agricultura y la ganadería iban reemplazando el primitivo pastoreo por la estancia. El exponente más significativo de estas nuevas actividades fue Juan Manuel de Rosas, propietario, socio y administrador de las más grandes estancias. Esa fue la causa esencial de su prestigio entre las clases conservadoras, enemigas militantes de los principios teóricos en cuyo nombre se había desenvuelto la revolución argentina, con Moreno (ver representación de los Hacendados), con la Asamblea del año Trece, con Rivadavia.
La actividad económica se realizaba con mayor intensidad en las regiones cuya situación geográfica facilitaba la circulación de productos. Así, los afluentes del Plata se encontraban más civilizados que las provincias mediterráneas, el Oeste y Norte del país, que permanecían en régimen feudal.
Se produce finalmente el engranamiento y la subordinación gradual de los pequeños señores feudales, fue una verdadera restauración colonial y tuvo su personaje representativo en el estanciero Juan Manuel de Rosas. El agrupó, sin constituírlos en nacionalidad, a los señores feudales de las provincias. Su gobierno fue la vuelta al orden de cosas vigentes de la sociedad colonial y la derrota de los principios e ideales que habían inspirado la Revolución. El partido conservador y el partido católico fueron sus verdaderos puntales, mientras se encubría en la bandera federal de Dorrego. Rosas fue, ante todo, un restaurador del antiguo régimen contra el propiciado por la Revolución de Mayo.
El historiador Ernesto Quesada (1858-1934) pintó con rasgos firmes el carácter netamente feudal de la época a la que llama "la edad media argentina", estableciendo entre ella y el feudalismo europeo un paralelo esbozado ya por Alberdi. El último período de unificación de los señores feudales en grandes estados, lo compara a la acción de Rosas sobre el caudillismo anárquico. Esa lucha entre los caudillos de provincia y el poder central, centro propulsor y puerto de importación, se complicó aquí con los celos del terruño, representados por localismos estrechos. La anarquía del año 20 representó el triunfo del feudalismo en su primer período. Posteriormente el Tratado del Cuadrilátero (1822) y el Pacto Federal (1831), al reconstruir nominalmente la confederación, dieron vida a la cohesión nacional. Pero todo ello habría sido en vano si no aparece Rosas, el cual con perfecto tino, apaciguó primero, dominó después y disminuyó, por último, los caudillajes localistas (los "señoríos feudales"), acostumbrándolos primero al acatamiento de la entidad moral que llamó Confederación Argentina, e imponiéndoles al fin la preeminencia del gobierno.

La Confederación Argentina fue la entidad que permitió controlar el interior del país por parte de Buenos Aires


               
Las leyes agrarias de Rivadavia (Enfiteusis) representan un esfuerzo por contrarrestar la apropiación feudal de la tierra; problema cardinal en la formación sociológica argentina desde la época del coloniaje. Para aquellas épocas, las campañas, en su casi totalidad, vivían del pastoreo primitivo, sin que se observara ninguna tendencia a industrializar la ganadería, lo que sólo se intentaba en la provincia de Buenos Aires. En cambio, en la zona del país favorecida geográficamente, la minoría ilustrada que conformaba el partido unitario, anhelaba desenvolver otras actividades económicas y financieras, en el orden industrial y comercial.
Las dos partes del conflicto podrían simbolizarse en estos términos: la ciudad, con su aduana, y las provincias con sus feudos. Ambas representaban tendencias de intereses heterogéneos, base de la lucha civil disfrazada con los nombres de Unitarismo y Federalismo.

Los intereses de las oligarquías coloniales eran los más importantes en la vida argentina; por eso le correspondió el predominio político sobre la minoría metropolitana que había concebido la Revolución de Mayo. Por su parte, el proletariado rural, ignorante y mestizo, sirvió en esta lucha a sus patrones y decidió el triunfo de la clase feudal.

En suma, el período de transición estuvo marcado por las luchas entre dos facciones que se disputaron el poder: la una tendía a restaurar el régimen colonial, sistema conveniente para la clase feudal, y la otra representaba la tendencia económica propia de una minoría radicada en la única aduana natural del país. La primera contó con el apoyo del  proletariado rural, siervo obligado de sus caudillos; los ejércitos de Rosas fueron en un primer momento las "peonadas" de sus estancias, los famosos Colorados del Monte.

Constituye un equívoca la célebre tesis de Sarmiento señalada en su Facundo, que da cuenta del federalismo bárbaro y el unitarismo civilizador, cuando sólo cabe ver en el primero una sistematización de las oligarquías coloniales que representaban los más grandes intereses del país, contra una minoría de intelectualidades. En la antítesis paradójica de civilización y barbarie que Sarmiento ha hecho popular, se asigna a Rosas y a los federales el último papel, y se deja el primero a los unitarios, eminentemente urbanos; estos simbolizan las ciudades, aquéllos las campañas. Esta antinomia se ha convertido en una muletilla tan infundada que el mismo Alberdi mismo ha observado que;
"...lo curioso es que representa la barbarie el que cabalmente representa la civilización, que es la riqueza producida por las campañas, mientras que en las ciudades, por siglos estuvieron excluidas las artes, la industria, las ciencias y las luces: las campañas rurales representan lo que Sud América tiene más serio para Europa".
La Revolución Argentina había sido sustentada y manejada en su provecho, por facciones metropolitanas que descuidaban en absoluto los intereses de las campañas: estas reaccionaron y fue Rosas quien se puso a la cabeza. Para triunfar necesitaban dominar en las ciudades y cambiar la orientación del gobierno, porque sólo en la metrópoli se encontraba la llave del tesoro público que era la aduana. La "suma del poder", el terror y demás accidentes, no fueron sino la forma de consolidación del poder real.

Mediante sustituciones de palabras (no siempre inocentes) muchos historiadores pretendieron hacer confundir ese feudalismo con el federalismo, sin advertir que el primero es un obstáculo a todo propósito de unidad nacional, mientras que el segundo suele ser su base más segura cuando cada estado federal tiene vida autónoma y se basta a sí mismo. En aquel momento, los señores feudales de los pueblos, que hoy son provincias, ponían precio a su adhesión a Buenos Aires, y ese precio era una participación en las rentas de la Aduana. Sabido es que en el Congreso de 1826 hubo quienes defendieron el proyecto de capitalización de Buenos Aires porque como observa Vicente Fidel López;
"venía a dar satisfacción a las provincias haciendo generales las rentas de Buenos Aires."
Hay más, cuando Buenos Aires, en 1832, se resistía a incorporarse al Congreso que la "Comisión Representativa" deseaba reunir en Santa Fe, los "señores feudales" de algunas provincias procuraron entenderse para establecer un régimen aduanero proteccionista, cuyo objeto era, según palabras del precursor del revisionismo, Adolfo Saldías;
"alejar cuanto pueda estorbar o dañar el desarrollo de la industria territorial, prohibiendo absolutamente la importación de los artículos que el país produce; porque de no hacerlo así, solo puede producir ventajas a la provincia que en cierto modo se ha hecho árbitro del tesoro nacional contra el voto de los pueblos".
Rosas se impuso al resto de los "señores feudales" porque disponía de las rentas de la Aduana, que se resistió a nacionalizar, haciendo una política esencialmente porteña y antiprovinciana. Como contrapartida se limitó a asignar subvenciones a los caudillos más levantiscos, sin que esta dádiva generosa tuviera los caracteres de una participación constitucional.

Finalmente Urquiza, quien no era ni más ni menos que el "señor feudal" de la provincia de Entre Ríos, comprendió que el régimen económico de Rosas era contrario a sus intereses. Conveníale en cambio, la libre navegación de los ríos, razón que le inclinó a aliarse con sus naturales enemigos del partido unitario, contribuyendo a que el gobierno del país pasara a manos de este partido emigrado. Luego de Caseros, el porteñismo anuló a Urquiza y la disputa sobre el reparto de las rentas de la aduana de Buenos Aires se prolongó hasta 1880.

En definitiva ¿Que anhelaban las provincias? Nacionalizar a Buenos Aires, es decir, las rentas de su aduana. Alberdi había expresado claramente esta necesidad en las Bases;
"La aduana exterior, aunque no está nacionalizada, es un objeto nacional, desde que toda la república paga los derechos de aduana, que sólo percibe Buenos Aires, exclusivo puerto del país que puede y debe tener muchos otros, aunque la aduana deba ser una y nacional en cuanto al sistema de percepción y aplicación del producto de sus rentas".
¿Que deseaban los porteños? Evitar esa nacionalización, pues en las rentas de la aduana se fundaba su prosperidad provincial y su hegemonía sobre la república entera. Esa fue la causa de la secesión de Buenos Aires, aunque se acostumbra a enunciar otras más desinteresadas y de importancia muy secundaria. No se equivocó Alberdi al comentar el hecho en sus Estudios Económicos;
"Lo curioso es que muchos de los que concurrieron a derrocar a Rosas como enemigos de Buenos Aires, porque practicaba la política económica denunciada por Florencio Varela, hoy sostienen y defienden esa misma política como amigos de Buenos Aires y tratan como Rosas trataba a los que tienen las ideas económicas del fundador ilustre del Comercio del Plata.
Uno solo de los fundamentos del edificio económico de Rosas y base de su poder dictatorial (la Aduana), conservado hasta hoy por sus adversarios personales, ha bastado para operar la restauración entera del sistema derrocado en 1852".
Alberdi exageraba, evidentemente en este segundo párrafo al defender a la Confederación. Se inclinaba también él a confundir el feudalismo de hecho con el federalismo de derecho que lo disfrazaba. Andando el tiempo, la realidad pudo más que las nomenclaturas del derecho político.

Florencio Varela combatió la política económica de la
Confederación desde su periódico el Comercio del Plata.
J.M.Blanes - El Asesinato de Florencio Varela

Los intereses económicos predominantes en el país eran los feudales, los mismos que habían servido de base al partido llamado federal; después de la caída de Rosas, el país adoptó una Constitución federal, y siguió siendo, de hecho un sistema caudillista organizado, aunque atenuadas ya ciertas violencias anteriores. En contraposición, estaban los hombres representativos de la organización liberal: Mitre y Sarmiento, que se sucedieron en la presidencia de la República. Durante ese período las oligarquías mediterraneas que antes convergieron a apuntalar el partido federal, se reorganizaron en el Partido Autonomista Nacional (PAN), frente a la minoría metropolitana que continuaba la política liberal de la inmigración, conservando el poder con el apoyo de la provincia de Buenos Aires.

Con la presidencia de Nicolás Avellaneda se inició el auge del PAN y se sentaron las bases para la futura organización del país, federalizando la ciudad de Buenos Aires (1880) y consolidando más adelante el modelo agroexportador.


Fuente: José Ingenieros, La Sociología Argentina (1908), Cap. III: La Formación Feudal (Caudillismo organizado),  Cap. IV: La Formación Agropecuaria. Centro Editor de América Latina 1979).

jueves, 18 de octubre de 2012

Rivadavia; Adelantado o Fuera de Tiempo

Bernardino Rivadavia
El decreto del Gobierno de Buenos Aires, que firman el gobernador Pastor Obligado y sus ministros Velez Sarsfield, de la Riestra y Mitre, dice en sus considerandos que debía hacerse una demostración pública de la gratitud del pueblo de Buenos Aires a los servicios que prestó a su patria el Sr. Rivadavia, para;
"vindicar su grande nombre de las persecuciones y calumnias que sufrió durante los largos años que dominó un tirano en este pueblo, hasta morir en el destierro".
Entre las honras que se dispusieron por el decreto citado figuraba la constitución de una comisión calificada para levantar, por suscripción popular, la estatua a Rivadavia, y bajo la estatua, en caja cerrada, se pondría el registro oficial y nacional desde 1821 hasta la terminación del gobierno de Rivadavia, el título de presidente de la República y una copia del decreto. El acompañamiento se realizaría por la calle de la Federación, que desde ese día se llamó Rivadavia.

De esta manera se recibieron en Buenos Aires, los restos del polémico estadista en el mes de Agosto de 1857. Al llegar la urna hablaron la presidenta de la Sociedad de Beneficencia fundada por Rivadavia, José Mármol y Domingo Sarmiento. Bartolomé Mitre, entonces Coronel del Ejército de Buenos Aires, por entonces separada de la Confederación Argentina, pronunció en nombre de la institución castrense un henchido discurso.
Años mas tarde, el 20 de mayo de 1880, nuevamente Bartolomé Mitre leyó en la plaza de la Victoria su famosa oración:
"Es el más grande hombre civil de los argentinos, padre de sus instituciones libres, cuyo espíritu renace en este día a la vida de la inmortalidad en los siglos".
La Academia Nacional de Historia, cuya historiografía es tributaria de Mitre, señala los adelantos, instituciones y sucesos rivadavianos:
Sistema representativo, sufragio universal, educación del pueblo, inmigración y colonización, tolerancia de cultos, igualación de derechos civiles, reforma eclesiástica, establecimientos de crédito, sistema rentístico, enseñanza superior, universidad y colegios, justicia uniforme, ley de olvido, abolición de fueros personales, seguridad individual, inviolabilidad de la propiedad, beneficencia pública y sociedad de beneficencia, administración de vacuna, organización de correos, departamento topográfico, ingenieros hidráulicos, arquitectos civiles, puertos y canales, higiene pública, ciencias físicas y exactas, mejora de cárceles, ornato público, jardín botánico, cementerios públicos, vías de comunicación, museo y biblioteca, mercado de abasto, registro civil, cajas de ahorro, jueces de paz, pueblos de campaña, sociedad de agricultura, laboreo de minas, consolidación de deuda, crédito exterior, publicidad y estadística...
Mausoleo de Rivadavia en Plaza Miserere. Inaugurado el 3 de Septiembre de 1932




     
JAURETCHE, OTRO HOMENAJE

El mordáz Arturo Jauretche, hoy convertido en profeta y apóstol de los cuadros militantes nacionalistas, tenía otra visión acerca del significado de Rivadavia. Intentando una respuesta al discurso de Mitre el escritor nacional y popular le dedicó al funcionario unitario algunos apartados de su "Manual de Zonceras Argentinas" expresados en el modo irónico que caracterizó su estilo;
"Como el prócer (Rivadavia) no acertó en una sola de sus fantasías concebidas y ejecutadas a destiempo, la enseñanza oficial invirtió los términos y en lugar de proponer a Rivadavia como el hombre que actuaba a destiempo, lo propuso como el hombre que se adelantó a su tiempo de manera tal que del desacuerdo de las cosas de Rivadavia con el tiempo, tiene la culpa el tiempo y no Rivadavia. Y también los que actuaron a tiempo".
También el fundador de FORJA evocó en su libro a la autoridad indiscutida que le supone contar con el General José de San Martín de su lado, y citando una supuesta carta al chileno  Pedro Palazuelos dónde el Libertador dice de Rivadavia;
"quería improvisar en Buenos Aires la civilización europea con sólo los decretos que diariamente llenaban lo que se llama Archivo Oficial... lo que siguió en Buenos Aires por el célebre Rivadavia que se empleó sólo en madera para hacer andamios para componer la fachada de lo que llaman Catedral, 60.000 duros; que se gastaban ingentes sumas para contratar ingenieros en Francia y comprar útiles para la construcción de un canal de Mendoza a Buenos Aires; que estableció un Banco donde apenas había descuentos; que gastó 100.000 pesos para la construcción de un pozo artesiano al lado de un río, en medio de un cementerio público, y todo esto se hacía cuando no había un muelle para embarcar y desembarcar los efectos, y por el contrario deshizo y destruyó el que existía de piedra y que había costado 60.000 pesos fuertes en el tiempo de los españoles; que el Ejército estaba sin pagar y en tal miseria que pedían limosna los soldados públicamente, en fin, que estableció el papel moneda; que ha sido la ruina de aquella República y los particulares". 
Arturo Jauretche
Continuando el juego dialéctico que lleva a cabo con el discurso dado por Mitre, Jauretche expresa que:
"el mismo Mitre corrobora que el hombre que se adelantó a su tiempo, era simplemente un macaneador a destiempo. Se le escapa en la misma arenga cuando dice: Años después  Rivadavia leía en el destierro La Democracia en América, de Tocqueville (años después de ser gobernante, es decir, de haberse adelantado a su tiempo). Continúa Mitre en su famosa arenga diciendo que entonces Rivadavia tuvo la revelación plena del sistema de gobierno que convenía a los pueblos libres. Tan abierto estaba siempre su espíritu a las demostraciones de la verdad que al hablar de su obra con sus compañeros de desgracia, decíales con la humildad y sinceridad del hombre convencido: Es necesario confesar que éramos unos ignorantes cuando ensayamos construir la República en nuestro país.
De manera que si Rivadavia hubiera leído a Tocqueville antes de ser Presidente, se habría comportado de otra manera, y no como un ignorante. ¿Y éste es según su propia confesión el hombre que se adelantó a su tiempo, cuando resulta que estaba atrasado hasta en las lecturas? ¿Y de manera que dependió de un librito y su lectura el destino que para el país proponía Rivadavia? ¿Si hubiera leído a Tocqueville se habría adelantado a su tiempo o hubiera actuado a tiempo?"
Sobre la frase que reza el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos, Jauretche intenta atacar el aspecto moral de Rivadavia citando nuevamente la autoridad del General San Martín quien se refirió en su momento al golpe de Estado de 1828 ejecutado por Lavalle y que terminó con la vida del gobernador Manuel Dorrego:
"Los autores del movimiento del 1° de Diciembre son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país sino a toda América, con su infernal conducta.
Si mi alma fuera tan despreciable como la suya, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay entre un hombre de bien y un malvado".
A los mismos efectos y refiriéndose al mismo suceso, Jauretche cita al sanjuanino Salvador María del Carril, quién fue ministro de Hacienda de Rivadavia. En carta dirigida a Lavalle del Carril le propone al León de Riobamba, inventar a posteriori un acta para justificar el fusilamiento de Dorrego comprometiendo al ex-presidente de la Constitución Unitaria de 1826: 
"Me tomo la libertad de prevenirle que es conveniente recoja usted un Acta del Consejo Verbal que debe haber precedido la fusilación. Un instrumento de esta clase, redactado con destreza será un documento muy importante para su vida póstuma. El señor Gelly se portará bien en esto: que le firmen todos los Jefes y que aparezca usted confirmándolo. El señor Julián Agüero y don Bernardino Rivadavia son de esta opinión y creen que lo que se ha hecho no se completa si no se hace triunfar en todas partes la causa de la civilización contra el salvajismo"

Fuentes:
  •  Ricardo Levene, La cultura histórica y el sentimiento de la nacionalidad, Segunda Ed. (1946), Espasa-Calpe Argentina.
  •  Arturo Jauretche, La colonización pedagógica y otros ensayos (Antología), Centro Editor de América Latina S.A. (1982).

miércoles, 10 de octubre de 2012

La Revolución, Una cuestión Económica

Esteban Echeverría expresó, entre otras intuiciones que merecen desglosarse de su obra, que para el conocimiento de la formación de la nacionalidad argentina es indispensable estudiar las etapas iniciales de su vida económica, clave fundamental para comprender el mecanismo de su régimen político y de sus instituciones. Juan Bautista Alberdi tuvo también claras visiones al respecto. Ambos son los precursores de esta manera de tratar los orígenes económicos de la nacionalidad argentina.

La independencia fue el resultado de la decadencia económica y política de España, y el deseo de sacudir los odiosos monopolios de la metrópoli que acogotaban el comercio de estos pueblos en beneficio exclusivo de sus clases privilegiadas.

El sistema económico con que España gobernaba a América había ya despertado reacción de los criollos y de los peninsulares residentes; se había traducido en agitaciones económicas que precedieron en toda América al movimiento de la Independencia. En Buenos Aires tuvo expresión clara en Moreno, Belgrano, Vieytes y otros, en la prensa y en algunas instituciones de carácter económico que con ese objeto se formaron, no dejando inquietar a los monopolistas.

Cuando Liniers intentó hacer un tratado que implicaba "dar libre expendio en estos dominios a las manufacturas inglesas", los "gallegos" de Buenos Aires se indignaron. Esa fue según Paul Groussac, una de las causas profundas del divorcio entre Liniers y el Cabildo:
"Había bastado que asomara en el estrecho horizonte de la Colonia el espectro del librecambio, para que los Alzaga, Santa Coloma, Agüero y demás fuertes monopolistas que dominaban el Cabildo, se alarmasen y declarasen guerra abierta al promotor de la idea". 

Martín de Alzaga. Como miembro del Cabildo de Buenos Aires defendió
sus intereses destacándose en la lucha contra la Invasiónes Inglesas.
Más adelante se opuso a la Revolución. Fue ejecutado en 1812.

La sociedad americana estaba dividida en tres clases. La primera estaba formada por el clero y la aristocracia, que gozaba de los fueros del hidalgo. La segunda se componía de comerciantes enriquecidos con el monopolio y la tercera eran los trabajadores manuales y "gauchos compadritos" del Plata. Las castas indígenas y africanas eran esclavas y tenían una existencia extrasocial.

Los descendientes americanos de las dos primeras clases, que recibían alguna educación en América, o en la península, fueron los que levantaron el estandarte de la revolución.

Una de las fuentes históricas que ofrece testimonios inobjetables es la "Representación de los hacendados de las campañas del Río de la Plata, dirigida al Excmo. Señor Virrey Don Baltasar Hidalgo de Cisneros, en el expediente promovido sobre proporcionar ingresos al erario por medio de un franco comercio con la nación inglesa.- Septiembre 30 de 1809", Mariano Moreno ha legado a la posteridad la prueba explícita del conflicto económico planteado en estas colonias a principios del siglo pasado.

El prologuista de sus escritos, Norberto Piñero, esboza en breves pinceladas el cuadro de aquella situación:
"Las comarcas que formaban el Virreinato de Buenos Aires se encontraban en una situación deplorable. La Metrópoli había querido que ninguna influencia extraña pesara sobre sus colonias y había pretendido mantenerlas herméticamente cerradas a todo tráfico con las demás potencias. El sistema de monopolio, establecido desde el principio y practicado durante trescientos años, labró lentamente la ruina económica de la colonia, o mejor dicho, aseguró en ella el predominio del atraso, del estado primitivo. Impidió el desarrollo del cultivo, de la producción, e hizo imposible el comercio internacional  En 1809 la vida era en extremo cara; los artículos más sencillos costaban precios altísimos, los agricultores y ganaderos trabajaban estérilmente, pues no tenían mercado para los productos de sus haciendas y de sus cultivos. Todos los habitantes con excepción del reducido gremio favorecido por el monopolio y de los contrabandistas, soportaban las consecuencias del enorme encarecimiento de todo.
La situación de los negocios públicos no era mejor. El erario se encontraba exhausto y endeudado; y la administración pasaba por serios apuros, necesitaba fondos con urgencia y no tenía de dónde sacarlos, por cuanto todas las fuentes de los recursos ordinarios estaban agotadas o poco menos. En semejante situación, reagravada por las desgracias que afligían a la madre patria, invadida por los ejércitos del emperador francés, lo primero que preocupó al virrey fue remediar las penurias del Tesoro y proveerse de recursos para atender los servicios públicos. Varios temperamentos se le sugirieron con tal fin; entre ellos el de abrir las puertas al comercio inglés. Los mercaderes se opusieron tenazmente a esta medida y procuraron demostrar cuán funesta y dañosa sería para el país. El Cabildo y el Consulado, cuyo dictamen reclamó el virrey, se expidieron igualmente en contra. Los monopolistas cuidaban sus intereses. Sabían que la apertura de los puertos al comercio de Inglaterra traería la ruina de sus privilegios. En cambio, los hacendados y labradores de ambas márgenes del Plata, sostuvieron la excelencia de la medida del proyecto, de la que esperaban grandes bienes y designaron a Moreno para que defendiese y patrocinase sus derechos ante el Gobierno"
Mariano Moreno. Tal vez el hombre que más evoca a la Revolución y el patriotismo. Cuando ser patriota implicaba
necesariamente levantar la bandera del librecambio y la apertura al ingreso de capital inglés.

       

El texto de la Representación de los Hacendados abunda en conceptos que especifican su carácter de reclamación económica, antes que política;
"El inmediato interés que tienen mis instituyentes en que no se frustre la realización de un plan capaz de sacarlos de la antigua miseria a que viven reducidos, les confiere la legítima representación para instruir a V.E. sobre los medios de conciliar la prosperidad del país con la del erario, removiendo los obstáculos que pudieran maliciosamente oponerse a las benéficas ideas con que el Gobierno de V.E. ha empezado a distinguirse".
Y más adelante encontramos oraciones que claman de forma explícita una apertura comercial...
"El viajero a quien se instruyese que la verdadera riqueza de esta provincia consiste en los frutos que produce, se asombrará cuando buscando al labrador por su opulencia, no encontrase sino hombres condenados a vivir en la miseria. 
Hay verdades tan evidentes, que se injuria a la razón con pretender demostrarlas. Tal es la proposición de que conviene al país la importación franca de efectos que no produce ni tiene, y la exportación de los frutos que abundan hasta perderse por falta de salida.
Estas campañas producen anualmente un millón de cueros, sin las demás pieles, granos y sebo, que son tan apreciables al comerciante extranjero: llenas todas nuestras barracas, sin oportunidad para una activa exportación, ha resultado un residuo ingente, que ocupando los capitales de nuestros comerciantes les imposibilita o retrae de nuevas compras, y no pudiendo éstas fijarse en un buen precio para el hacendado que vende, si no es a medida que la continuada exportación hace escasear el fruto, o aumenta el número de los concurrentes que lo compran, decae precisamente al lastimoso estado en que hoy se halla, desfalleciendo el agricultor hasta abandonar un trabajo que no le indemniza los afanes y gastos que le cuesta.
A la libertad de exportar sucederá un giro rápido, que, poniendo en movimiento los frutos estancados, hará entrar en valor los nuevos productos y aumentándose las labores por las ventajosas ganancias que la concurrencia de extractores debe proporcionar, florecerá la agricultura y resaltará la circulación consiguiente a la riqueza del gremio que sostiene el giro principal y privativo de la Provincia".
El petitorio pone como ejemplo de los beneficios del comercio libre a Montevideo, que mientras estuvo ocupado por las armas inglesas...
"...abrió franca puerta a las introducciones de aquella nación y exportaciones del país conquistado, momento en el cual, el inmenso cúmulo de frutos acopiados en aquella ciudad y su campaña fue extraído enteramente; las ventas se practicaron en precios ventajosos, los géneros se compraron por ínfimos valores, y el campestre se vistió de telas que nunca había conocido, después de haber vendido con estimación cueros que siempre vio tirar, como inútiles, a sus abuelos".



Mas adelante La Representación de los Hacendados se cuestiona;
"¿A qué fin tanto empeño en el aumento de brazos para fomentar la agricultura, si los frutos de ésta han de quedar perdidos por privárseles el expendio que innumerables concurrentes solicitan?"
De esta manera, llegado su momento histórico, la emancipación política se impuso y fue inevitable: el privilegio feudal, asentado en la propiedad de la tierra, pasó de manos del extranjero a las nacientes oligarquías criollas que lo retuvieron durante el siglo XIX, aunque decidiéndose nominalmente por el régimen de gobierno republicano y democrático.

Fuente: José Ingenieros, La Sociología Argentina (1908), Cap. II: La Formación de las Nacionalidades (Causas económicas de la emancipación), Centro Editor de América Latina 1979).

lunes, 8 de octubre de 2012

Joaquín V. González, La Ideología del Siglo

Joaquín V. González
El Período que se extiende entre 1880 y 1916, desde la federalización de la ciudad de Buenos Aires hasta la definitiva implantación de la reforma electoral, está dominado por un conjunto de figuras individuales que por edad eran mas o menos contemporáneas del ciclo en que se gestó y asentó el proceso constitucional de 1853. Una de ellas figuras fue Joaquín Victor González, nacido en la provincia de La Rioja en 1863, alcanzó una destacada actuación por muchos años como diputado, senador y ministro.
Después de graduarse en abogacía se destacó en el estudio de las leyes y, junto a Francisco Ramos Mejía y a Aristóbulo del Valle, participó en la obra de actualizar el régimen jurídico argentino, al que trató de alejar de la excesiva gravitación ejercida por la influencia norteamericana y de adaptar más eficazmente a los requerimientos de la situación nacional. Se desempeñó como Ministro del Interior y luego de Justicia e Instrucción Pública, fue integrante de la corte de Arbitraje de la Haya y llevó a cabo la fundación de la Universidad de la Plata en 1906. Fue además uno de los principales redactores de la Ley Nacional de Trabajo, estuvo entre los más lúcidos participantes de la acción gubernativa que habría de culminar en la Ley Saenz Peña, no sólo por considerarla única compatible con el espíritu de la Constitución sino también por considerarla única compatible con el espíritu de la Constitución.
La inagotable actividad que desplegó Joaquín V. González como gobernante, legislador, jurista y hombre de letras alcanza uno de sus momentos más destacados cuando escribe EL JUICIO DEL SIGLO, al conmemorarse el centenario de la Revolución de mayo de 1810. Sin duda es un libro personal y singularísimo, pero el mismo, no deja de constituir el más cabal resumen de las nociones políticas de las principales figuras de su generación. No pretende ser una investigación histórica original, sino un ensayo de interpretación fundado en vastas lecturas y en una sólida visión de la realidad.
Por su formación y espíritu liberal González pertenece a la linea de Rivadavia, Alberdi, Sarmiento y Avellaneda, pero al mismo tiempo exalta con espíritu de justicia la obra de Dorrego y Pedro de Angelis, condena el innecesario asesinato del caudillo coterraneo suyo "chacho" Peñaloza.
El fragmento de EL JUICIO DEL SIGLO que aquí se reproduce corresponde a algunas de las páginas finales de la obra en la que avanzada la progresión temporal que comienza en el mayo de 1810 va llegando a los acontecimientos más cercanos de su época; la admiración por Avellaneda, la valoración acerca de la recientemente consumada Conquista del Desierto, y una visión de la realidad influenciada por las teorías de pureza de raza, derivadas del positivismo y las teorías de Spencer de evolución social, derivadas a su vez de la selección natural darwiniana, son algunos de los temas tratados. 
El aspecto polémico de la obra corresponde, sin duda, al aspecto ideológico que muestra  el objetivo de la pureza de raza. La raza que tiende a sobrevivir salteando los procesos de selección que el medio le impone (europea) y por lo tanto es la que está destinada a perdurar, haciendo moralmente aceptable el exterminio de las razas inferiores (india).
Por otra parte, la inmigración derivada del proyecto de país enunciado en la Constitución, comenzaba por la época del Centenario a manifestar los primeros problemas sociales y nos muestra la interpretación de González, la estupefacción que causó en aquel momento a la clase gobernante de la época, y el ánimo del autor por tratar de buscar una solución por la vía jurídica y por lo tanto pacífica.


EL PAÍS: CONSTITUCIÓN y PROGRESO

Nicolás Avellaneda
Durante la presidencia de Avellaneda, que tuvo en la mente y en la discusión parlamentaria el problema del repartimiento de la tierra baldía en la mejor forma, nació el propósito de avanzar la ocupación del llamado desierto, que Rozas había atravesado en 1833 hasta el río Colorado sin ventaja real alguna si no era la de preparar en ausencia su plan de dictadura, pues en 1878 se hallaba en el mismo estado que antes de la estrepitosa expedición que valiera al tirano el título pomposo como el de las Galias, de "Héroe del Desierto". Hubo un estadista argentino(1) que imagino el recurso estratégico de una zanja inmensa que dividiese la zona libre de la invadida por el salvaje, y que alguien llamó con incisiva mirada "una muralla china invertida", aludiendo a la idea de separación y de enclaustramiento que parecía envolver entre el dominio pleno del soberano y el precario o condicional del indígena. Una zanja simbólica de división, en la época más aguda del litigio en el cual de parte de Chile llegó a pretenderse derecho sobre la Patagonia hasta el Río Negro, era una idea poco feliz y sólo propicia para los argumentos sutiles y hábiles con que nuestro adversario de ayer y buen amigo de hoy, Chile, nos había disputado aquel dominio. 

Imperecedero será y cada vez mejor comprendido y avalorado, el plan de ocupación total y simultáneo de la Patagonia por el ejército de la Nación, que en una carta publicada oportunamente trazó el ministro de guerra de Avellaneda, el general Julio A. Roca, y que aceptado y apoyado por el gran estadista que presidía la República, fue puesto en ejecución sin pérdida de tiempo y con inmensa ganancia para el país. La jornada representativa de la ocupación de la Patagonia terminó el 24 de mayo de 1879, en que el ministro de guerra al mando de un cuerpo de ejército llega a las márgenes del Río Negro, saluda en ella la fecha gloriosa de la Revolución, y dando el impulso personal a la campaña, ésta continúa delante, conducida con precisión absoluta por otros veteranos.

Quedaba así terminada para siempre la guerra secular de fronteras, digna del romance legendario y heroico que algún día se cantará y referirá en poemas e historias que ungirán de sentimiento nativo el recuerdo de aquellos aguerridos soldados, sin reposo ni quejas, que exponían día a día su vida en luchas irregulares cuerpo a cuerpo, con indiadas innumerables y feroces, llenos de privaciones y de olvidos; se desvanecía como en la leyenda wagneriana la horrorosa historia del monstruo que durante siglos devoró la savia y perturbó la paz de la nación entera, y opuso su valla sangrienta al progreso económico del país, que se fundaría en el trabajo, fertilización y apertura de aquellas vastísimas regiones a la grande industria nativa y extranjera; se realizaba por primera vez después de treinta años de sancionado, el mandato constitucional de trazar los lindes de las provincias y fundar los territorios federales, asientos de futuros Estados; y tal es el sentido de la ley de 16 octubre de 1884(2), que con las numerosa que después la han adicionado o modificado, forma la carta orgánica de aquellas nuevas entidades que a manera de hijos de una gran familia, debían comenzar a educarse para la vida civil y política; se despejaba además, el horizonte obscuro del sur y del sudoeste, en cuyo fondo como en el valle de las tempestades, germinaban tomando cuerpo y se lanzaban como inundaciones formidables las indiadas sobre las poblaciones cultas, adelantadas o aventuradas sobre el desierto, como si el espíritu maligno de la divinidad autóctona se hallase ocupado en fraguarlas para la defensa de su imperio y el aniquilamiento del enemigo cristiano. Por fin, se reintegraba de hecho aunque lo estuviese siempre en justicia, la unidad del patrimonio territorial, para que ni vecinos ni extranjeros tuviesen en el porvenir la menor tentación de apoderarse a título de baldío o "res nullius" de una sola porción de aquel dominio, que a manera de reserva futura, habían dejado a la nación sus gloriosos antepasados.

Ángel Della Valle. La vuelta del malón, 1892, óleo s/tela 186 x 292 cm - Museo Nacional de Bellas Artes. Buenos Aires



     
El pensamiento de la constitución, de abrir el suelo argentino para que viniesen a labrar la tierra y alzar su hogar libre los hombres de todo el mundo civilizado, tuvo una doble y amplia realización. Extinguido el indio por la guerra, la servidumbre y la inadaptabilidad a la vida civilizada, desaparece para la República el peligro regresivo de la mezcla de su sangre inferior con la sangre seleccionada y pura de la raza europea, base de nuestra étnica social y nacional; y al mismo tiempo, el extranjero europeo que la constitución llama con marcado propósito, dotándolo de privilegios excepcionales, quedaba libre del temor al indio y podía avanzar junto con el nativo en el plan de ocupación y cultivo de las tierras recuperadas a su rapacidad y ferocidad. Podía entonces legislarse sobre cosa viviente y real, y no sobre hipótesis o promesas como en 1821, y aun pensarse como lo hiciera el presidente Avellaneda fundado en uno de los más bellos libros de nuestra historia literaria y política(3) en el repartimiento gratuito u oneroso de la tierra con título perfecto y definitivo; pues una ley de nacionalidad y de conquista, no puede asentarse sobre promesas falaces, sobre títulos precarios, que no engendran la fe y el ánimo y la energía en el espíritu del hombre que abandona la tierra de sus padres, para fundar en otras lejanas y extrañas el propio hogar de sus hijos. El antiguo régimen colonial se inspiraba en el odio al extranjero: el nuevo lo proclama igual al nativo y lo llama a participar de su pan y de su sal.

El capital argentino y europeo se ha derramado ya sobre aquella inmensa zona, tan variada y fértil como las más ricas de la tierra; colonias modernas de todas las razas fueron hasta desafiar la omnipotencia del indio, desde 1865, y exploradores e industriales animosos han revelado yacimientos riquísimos de metales y substancias de incalculable valor industrial, como el oro, el carbón y el petróleo; capitales europeos buscan abrir en su seno o en sus costas nuevas rutas ferroviarias y marítimas, avanzadas del porvenir y estímulos del presente; y una brillante constelación de pueblos empieza a aparecer sobre el cielo austral de la patria, anunciando una expansión indefinida.

La política económica de la constitución ha triunfado del pasado, del desierto y de la raza misma, renovando el germen de la sangre primitiva e inoculando  la savia de una energía nueva y de una voluntad creadora de trabajo y de lucha.

La inversión extranjera se tradujo en la estructura que hiciera rentable
el modelo agroexportador. Las vías ferreas se multiplicaron

Lo que antes de la era revolucionaria era un tímido producto de contrabando, es hoy un peso formidable en la balanza comercial de la civilización europea y americana. Buenos Aires, Santa Fé, Córdoba, Entre Ríos, Corrientes, La Pampa, son teatro opulento de una labor agrícola y ganadera de asombrosa potencia productiva; Mendoza, Córdoba y Tucumán se convierten en focos de producción más intensiva, gracias al esfuerzo auxiliar de sus hijos y de los capitales importados.

Las provincias que por el pacto de 1853 se desprendieron de sus rentas de aduana para formar el tesoro común de la nación, y por ese otro pacto tácito de 1891 por el cual se despojaron del ramo impositivo de los consumos y productos locales, para crear el impuesto interno nacional, comienzan a percibir las ventajas de los grandes sacrificios patrióticos en aras de la prosperidad general, al recibir en forma de ferrocarriles, canales, diques, escuelas, obras sanitarias y otros beneficios, la compensación que el tiempo no les mezquinaría, por vivas que pudieran haber sido las desconfianzas de la primera hora. Porque estos trabajos han acercado las provincias entre sí y han sellado más hondamente en las almas la unión federativa, que al comienzo fuera una simple convención diplomática aunque abonada por una convivencia de tres siglos.

Es fuerza afirmar que la prosperidad de la República, es obra exclusiva de la Constitución de 1853. El problema más hondo que esta planteaba al país como centro de toda su política económica, era el que Alberdi había enunciado con su célebre aforismo "gobernar es poblar". Era la obsesión del desierto y de los latifundia, del aislamiento y de la barbarie que es su consecuencia más inmediata. La Constitución contemplaba esta faz de la política que debía adoptar la República, y ya que no podía buscar la solución por un coeficiente más alto de la reproducción nativa, procuró acelerar el crecimiento por la afluencia de la inmigración europea, la cual fundaría en el país nuevas familias cuya descendencia vendría a engrosar el caudal nacional.

La inmigración fue parte esencial del modelo económico llevado a cabo por la generación del '80.
Los Inmigrantes - Mural de  Campodónico (imagen modificada electrónicamente)


     
He ahí la causa por la cual la Constitución hizo del extranjero un ser privilegiado como en ningún otro país de la tierra, favorecido con todos los derechos civiles y los políticos de orden comunal, garantizado en su libertad religiosa originaria, asegurada una justicia excepcional cuya responsabilidad asumía la nación misma, libertado de toda contribución de ingreso en el país, y de sangre en los servicios militares.


LA RAZA y LA ECONOMÍA, LA FUERZA y LA BELLEZA

Aunque en los comienzos de la era constitucional fuera difícil encauzar una corriente inmigratoria regular y creciente como para fundar en ella un factor económico, una sucesión de esfuerzos tenaces ha logrado ya aquel propósito hasta el grado de que las inmigraciones, en particular la italiana y la española, constituyan un fenómeno normal y periódico. Estas masas emigrantes de Europa han marcado su evolución en el carácter de la sociabilidad argentina, dejando ver en ella signos evidentes de transformación étnica.
Eliminados por diversas causas del tipo común nacional, los elementos degenerativos o inadaptables, como el indio y el negro, quedaban sólo los que llamamos mestizos por la mezcla del indio y el blanco. Pero a su vez la evolución de un siglo, obrando sobre una proporción mínima de estos elementos, los elimina sin dificultad, y deja como ley de composición del tipo étnico nacional la de la raza europea, pura por su origen y pura por la selección operada en nuestro suelo sobre la sangre criolla, que es también sangre europea. La enorme ventaja económica de esta evolución, no necesita prueba: suprimidos los elementos de degeneración o corrupción, que significan debilidad, agotamiento, extinción, y en otro orden ineptitud y falta de resistencia para el trabajo creador y reproductivo, quedaba, pues, un producto selecto de sangre blanca pura o depurada, cuyo coeficiente o "ratio" de potencia mental, de labor, de energía y voluntad, y cuya asimilación a las más altas formas de cultura se hallan demostradas por los resultados históricos de las más grandes nacionalidades contemporáneas. Podemos así explicar el hecho ya observado por algunas sociólogos, de que la Argentina cuya población total es inferior a la de algunas otras naciones, presente, no obstante, una cifra potencial de trabajo y de producción mayor que aquéllas.

La infanta Isabel de Borbón, representante de España y el
presidente  José Figueroa Alcorta en los festejos del Centenario
La fuerza y la belleza son dos ideas y hechos que se completan e integran esencialmente en todo organismo normalmente educado; y así, en nuestro medio, ya es proverbial la mejora estética del tipo criollo primitivo, antes de su mezcla más intensa y durable con el europeo de raza distinta de la suya, como el anglo-sajón. El tipo femenino dominante, producto del cruzamiento de razas en el fondo sedimentario de nuestra sociedad tradicional, se ha robustecido y embellecido en proporción considerable y promete los halagüeños frutos de generaciones progresivamente más sanas, fuertes y hermosas; y en cuanto al tipo viril, el producto de esa fusión aparece más fuerte, más resistente, más amante del trabajo, más dueño de sí mismo, más amigo del orden y de la mesura, más inclinado a las ocupaciones y a la vida honesta y virtuosa, y más susceptible, por lo tanto, de ofrecer a su patria una descendencia de valor moral y económico más elevado e intenso. Por todo esto es justo esperar para el porvenir, cuando el tiempo de la selección transcurra en mayor espacio (si una política contradictoria no desvía la evolución de sus cauces normales), la elaboración de un tipo nuevo y definitivo que acumule sobre las cualidades originales de la raza, en sus fuentes ancestrales más puras, las mejores de otras que han conservado incontaminadas y en constante cultivo sus más selectos caracteres.

En el estudio de esta cuestión de la proporcionalidad en que entran en el conjunto de la población del país los elementos nativo y extranjero, se encuentra el observador con el fenómeno nuevo en nuestra sociabilidad, del movimiento socialista con su derivación más directa en la vida y condición de la masa operaria; y muchos espíritus cavilosos llegaron  a proponerse con marcada duda la pregunta de si es posible el problema social en la Argentina. Y al pronunciarse por la negativa, declaran que para ellos lo que aquí se llama socialismo es nada más que una forma de partido radical con bandera de reclutamiento en la clase trabajadora. Hay, sin embargo, dos consideraciones que presentar a los autores de esas afirmaciones: la primera es la que se refiere a la proporción en que en la cifra total de la población argentina entra el elemento extranjero adulto, que ha llegado al país poseído de los principios y aspiraciones de la causa que agita en Europa a todos los gremios del trabajo, y por consiguiente no es de producción nativa sino de importación reciente ese credo social; la segunda es que la mayor condensación de la ola inmigratoria se realiza en las grandes ciudades y acaso en solo dos, Buenos Aires y Rosario, en cuya agrupación de un millón doscientas mil almas la primera, y más de doscientas mil la segunda; la suma de la industria extranjera excede con mucho a la nativa; de manera que el problema social llamado argentino lo será en su caso por razón de la superioridad del elemento criollo sobre el extranjero, y además, que desde este punto de vista Buenos Aires se presenta como una prolongación lejana de la Europa misma, que ve reproducirse como semilla conducida por los vientos, las mismas causas de descontento que minaron los cimientos de la sociedad en el viejo mundo. Las industrias principales que constituyen la ocupación de esta capital son europeas, como sus métodos de trabajo y sus influencias naturales sobre las condiciones de la vida material y moral del obrero; luego no es de extrañar que aquí aparezcan los mismos caracteres que definen los focos urbanos de donde proceden las masa inmigratorias.


Militantes Anarquistas. Durante el Centenario una huelga general  fue reprimida. Se decreta el estado de sitio y sanciona la Ley de Defensa Social, limitando la actividad sindical, prohibiendo el ingreso de extranjeros que hubieran sufrido condenas y toda propaganda anarquista.


         
La opinión gobernante del país se ha sentido sorprendida por la aparición de este fenómeno; y luego, como ofendida por las formas violentas y agresivas que ha asumido en su propaganda o en su lucha. Ante tales procedimientos, el criterio tradicional y dogmático de la clase gobernante acudió al sistema defensivo y represivo de las leyes penales, comenzando por imaginar un delito el movimiento de protesta o de petición colectiva, y aun la actitud pasiva de la huelga como recurso de defensa; y más tarde tarde un criterio científico juzgó que tales actos son manifestaciones orgánicas de un estado permanente de una etapa de evolución social de la humanidad...
Fundador de la Universidad Nacional de la Plata
Joaquín V. González fue el impulsor de la obra
Una legislación nueva que en toda Europa, Australia, Nueva Zelandia y Estados Unidos ha alcanzado los amplios desarrollos de una ciencia, ha comenzado a crecer también entre nosotros(4) , inspirada en los principios humanitarios en que la causa obrera se amamanta y se nutre; y a medida que las ignorancias y prejuicios de las clases superiores cedan su lugar a una conciencia más ilustrada sobre las faces científicas, su rigor desaparecerá, y en vez de las medidas de exclusión o represión violenta a manera de castigo o exterminio, se buscarán las soluciones jurídicas que se avienen con todas las situaciones y conflictos entre los hombres y las clases. La constitución ha abierto las puertas de la tierra a todos los hombres y las ideas civilizadas que importen un progreso material o moral para la sociedad argentina; y a menos que se pruebe que las ideas sociales que sustentan las clases operarias constituyen un atraso o un delito o una causa de perturbación del orden político, no se puede arrancar una sentencia por la cual fuera permitido excluir del seno de la masa nacional estos ideales arrancados del espíritu de amor, caridad y fraternidad, que inspira el código sublime del Evangelio, alma y sustento de todas las instituciones modernas.


Notas:

(1) Adolfo Alsina: Siendo ministro de Guerra de Avellaneda, emprendió en 1876 la realización de un plan para dominar al salvaje por medios de obras de defensa que incluían la construcción de trincheras, la fundación de fortines, vanguardias de poblaciones y tratados de paz. Al fallecer Alsina en el año 1877, ocupa su lugar en el ministerio de Guerra el joven General Julio Argentino Roca, que contaba en aquel entonces con 35 años de edad. El nuevo ministro de Guerra llevará a cargo una estrategia ofensiva que concluirá en pocos años con la guerra de fronteras, y lo llevará en 1880 a ocupar la primera magistratura de la República. 

(2) El 16 de octubre de 1884 la Ley Nº 1.532 que organizó los Territorios Nacionales en Gobernaciones. 

(3) Avellaneda fundamenta su pensamiento en la obra titulada ESTUDIO SOBRE LAS LEYES DE TIERRAS PUBLICAS, del año 1865, la única obra orgánica que pudo llevar a término Avellaneda, ocupado en la tarea política. Parte de la idea de que la propiedad es una de las expectativas que dinamizan la actividad del hombre. Sus fuentes fueron el SISTEMA ECONOMICO de ALBERDI, la LEY AGRARIA de JOVELLANOS y la obra de los economistas ingleses del siglo XVIII. 

(4) Esto es, una legislación que logró arrancar a los conservadores, a principios del siglo, algunas leyes sociales, como la del descanso dominical obligatorio. Cabe destacar en este sentido la acción tesonera del diputado Alfredo L. Palacios; asimismo, Joaquín V. González elaboró un proyecto de ley nacional del Trabajo, integrando el gabinete nacional en 1903.


Fuente: Joaquín V. González, El Juicio del Siglo (25/5/1910), Centro Editor de América Latina S.A. (1979).