domingo, 25 de marzo de 2012

El Chacho y el Facundo


Ángel Vicente Peñaloza, más conocido en nuestra historia con el nombre de “El Chacho”, vivía cuando joven en el pueblecito de Olta, allá… en La Rioja del terrible Facundo, donde la vida de un hombre dependía de la fuerza de su brazo y del filo de su acero.
Su carácter sereno, la imponencia del porte y su proverbial destreza con las armas lo había erigido en una especie de patrón y consejero, a quién todos acudían buscando solución a sus problemas y desventuras.
Por esos años era costumbre muy arraigada en el gauchaje que asistía a un casamiento, robar la novia aunque para ello tuvieran que abrirse camino a puñaladas.
En una oportunidad, en que “El Chacho” fue invitado a una boda, el comisario del pueblo, con dos milicos, trató de escaparse con la desposada, armándose entre los concurrentes un revuelo de los mil demonios.
De pronto, el popular caudillo de la localidad se lanzó sobre ello y arrebatándoles la pobre muchacha les pegó a los tres intrusos una soberana paliza. En cuanto al comisario, lo colgó de un árbol corpulento, con un lazo que le pasó por debajo de los brazos. Hecho esto regresó a la fiesta como si nada hubiera ocurrido. No bien se encontró entre sus convecinos, muchos de ellos se agruparon a su alrededor, para pedirle que huyera lo antes posible, pues en cuanto Quiroga se enterara de lo que había hecho a sus representantes, lo mandaría a fusilar.
-No me voy amigos –les respondió tranquilamente -yo no le tengo miedo al general Quiroga.
En cuanto obscureció, los sicarios del funcionario del Tigre de los Llanos y este (el comisario) de inmediato le envió un parte en el cual le decía que “el bandido Ángel Vicente Peñaloza llamado el Chacho se ha desacatado a S. E. en mi persona”.

Peñaloza y Quiroga. Caudillos riojanos

Al recibir la nota Quiroga mandó llevar a El Chacho a su presencia y escribió de puño y letra al pie de la misma: “Que se friegue por sonso y por cobarde”.
Cuando llegó a Olta la partida de montoneros que debía conducir a Peñaloza,  las viejas del pueblo prendieron velas a todos los santos y rezaron por el alma del valiente, al que ya daban por muerto.
-¿Quién sos vos para pegarle a mis hombres? –le preguntó Facundo al paisano.
-Me llamo Peñaloza señor –contestó este con altivez- y yo no voy a permitir que nadie moleste a mis vecinos, que son gente buena y trabajadora, aún cuando esos hombres sirvan a sus órdenes.
-Admiro tu valor muchacho, sobre todo cuando sabías que, lo que hiciste, podía costarte la vida –le dijo Quiroga sonriendo, y luego volviéndose hacia uno de sus ayudantes , le ordenó: -Que le den un sable y chaquetilla a ese valiente que, desde hoy, será teniente de mi escolta.

Tte. Juan Román Silveyra, Anecdotario Histórico Militar, Ed. Brunetti (1952)

sábado, 24 de marzo de 2012

Los Recuerdos de Sarmiento


“La prensa de todos los países vecinos ha reproducido las publicaciones del gobierno de Buenos Aires, y en aquellas treinta y más notas oficiales que se han cruzado, el nombre de D. F. Sarmiento ha ido acompañado siempre de los epítetos de infame , inmundo , vil , salvaje. Desciende el vilipendio de lo alto del poder público, reprodúcenlo los diarios argentinos, lo apoyan, lo ennegrecen. Mi nombre anda envilecido en boca de mis compatriotas; así lo encuentran escrito siempre, así se estampa por los ojos en la mente; y si alguien quisiera dudar de la oportunidad de aquellos epítetos denigrantes, no sabe qué alegarse a sí mismo en mi excusa, pues no me conoce, ni tiene antecedente alguno que me favorezca. El deseo de todo hombre de bien de no ser desestimado, el anhelo de un patriota de conservar la estimación de sus conciudadanos, han motivado la publicación de este opúsculo”.
Sarmiento publica “Recuerdos de provincia” desde su exilio en Chile con la intención de limpiar su nombre de la mala fama provocada por la prensa rosista. Se trata de una especie de autobiografía extendida a sus antecesores en la que intenta demostrar una especie de origen ilustre, aunque de todas maneras, el cuadro no es del todo genealógico ya que no establece la filiación directa del parentesco de los Sarmiento. Evidencia la aparente intención del autor de demostrar vinculación con los apellidos más notables de la historia sanjuanina, aunque también es cierto que no disimula su pobreza y no pierde oportunidad en defenestrar a otros de sus parientes cercanos de dudosa moralidad. De esta manera Sarmiento intenta relacionarse, por ejemplo con su primo segundo, Fray Justo Santa María de Oro (y Albarracín), aquel obispo de Cuyo quien fuera diputado por San Juan junta a Laprida en la asamblea de la declaración de la Independencia de 1816.
“Mis Recuerdos de Provincia son nada más que lo que su título indica. He evocado mis reminiscencias, he resucitado la memoria de mis deudos que merecieron bien de la patria, subieron alto en la jerarquía de la Iglesia; y honraron con sus trabajos las letras americanas; he querido apegarme a mi provincia, al humilde hogar en que he nacido. El cuadro genealógico es el índice del libro. A los nombres que en él se registran, lígase el mío por los vínculos de la sangre, la educación y el ejemplo seguido. Las pequeñeces de mi vida se esconden en la sombra de aquellos nombres”.
Sarmiento comienza su relato invocando un lejano pasado ancestral perdido en la época de la colonia del siglo XVI llegando a enorgullecerse del origen árabe de su familia materna apellidada Albarracín. “A mediados del siglo XII, un jeque sarraceno, Al Ben Razin, conquistó y dio nombre a una ciudad y a una familia que después fue cristiana. Me halaga y sonríe esta genealogía que me hace presunto deudo de Mahoma”.
Sarmiento no oculta sus orígenes pobres “Yo he encontrado a los Albarracines, sin embargo, en el borde del osario común de la muchedumbre obscura y miserable. Mi tío Francisco ganaba su vida curando caballos ejerciendo la veterinaria sin saberlo. De los otros once hermanos y hermanas de mi madre, varios de sus hijos andan ya de poncho con el pie en el suelo, ganando de peones real y medio al día”. 
A su vez tampoco duda al asumir una especie de culpa por las acciones de algunos familiares suyos, al tiempo que atribuye  las causas de la dudosa moralidad a un mal de especie genético. “La familia de los Sarmientos tiene en San Juan una no disputada reputación, que han heredado de padres a hijos, dirélo con mucha mortificación mía, de embusteros. Nadie les ha negado esta cualidad, y yo les he visto dar tan relevantes pruebas de esta innata y adorable disposición, que no me queda duda de que es alguna cualidad de familia”


El Que nunca faltó a Clases

La anécdota de aquel joven que no faltó un solo día en el colegio es relatada en esta obra. Eran tiempos en los que la influencia de la revolución de mayo extendía la nueva ideología republicana dando una importancia a la educación que no había tenido precedentes en la época de la colonia. “Pasé inmediatamente a la apertura de la escuela de la patria, a confundirme en la masa de cuatrocientos niños que acudían a recibir la única instrucción sólida que se ha dado entre nosotros en escuelas primarias. Permanecí nueve años sin haber faltado un solo día bajo pretexto ninguno, que mi madre estaba ahí, para cuidar con inapelable severidad de que cumpliese con mi deber de asistencia. A los cinco años de edad leía corrientemente en voz alta, con las entonaciones que sólo la completa inteligencia del asunto puede dar, y tan poco común debía ser en aquella época esta temprana habilidad, que me llevaban de casa en casa para oírme leer”


José de Oro y Benjamín Franklin: Influencias

El presbítero Don José de Oro fue el “maestro y mentor” del joven Sarmiento dejando una huella determinante en su educación.  “Mi inteligencia se amoldó bajo la impresión de la suya, y a él debo los instintos por la vida pública, mi amor a la libertad y a la patria, y mi consagración al estudio de las cosas de mi país, de que nunca pudieron distraerme ni la pobreza, ni el destierro, ni la ausencia de largos años. Salí de sus manos con la razón formada a los quince años, valentón como él, insolente contra los mandatarios absolutos, caballeresco y vanidoso, honrado como un ángel…”.
Sarmiento tuvo como modelo a seguir al prócer de la independencia norteamericana nacido en la ciudad de Boston. Mientras el sanjuanino atendía a la gente en la tienda de su tía cuenta que estuvo “triste muchos días, y como Franklin, a quien sus padres dedicaban a jabonero, él que debía robar al cielo los rayos y a los tiranos el cetro, toméle desde luego ojeriza al camino que sólo conduce a la fortuna. En mis cavilaciones en las horas de ocio, me volvía a aquellas campañas de San Luis en que vagaba por los bosques con mi Nebrija en las manos, estudiando mascula sunt maribus”. Las campañas de San Luis refieren al tiempo que pasó junto a su mentor José de Oro a quien acompañó en un destierro sufrido por el eclesiástico.
Más adelante confiesa; “Yo me sentía Franklin; ¿y por qué no? Era yo pobrísimo como él, estudioso como él, y dándome maña y siguiendo sus huellas, podía un día llegar a formarme como él, ser doctor ad honorem como él y hacerme un lugar en las letras y en la política americanas. La vida de Franklin debiera formar parte de los libros de las escuelas primarias. Alienta tanto su ejemplo, está tan al alcance de todos la carrera que él recorría, que no habría muchacho un poco bien inclinado que no se tentase a ser un Franklincito


Joven Autodidacta

“En 1826 entraba tímido dependiente de comercio en una tienda, yo, que había sido educado por el presbítero Oro en la soledad que tanto desenvuelve la imaginación, soñando congresos, guerra, gloria, libertad, la república en fin…”
Mientras podía, el joven Domingo se dedicaba a sus lecturas en tiempos de ocio. Cuenta que ya poseía las nociones básicas en “historia, geografía, religión, moral, políticapero le faltaba la manera de desarrollar y especificar sus conocimientos. “Pero debe haber libros, me decía yo, que traten especialmente de estas cosas, que las enseñen a los niños; y entendiendo bien lo que se lee puede uno aprenderlas sin necesidad de maestros; y yo me lancé en seguida en busca de esos libros, y en aquella remota provincia, en aquella hora de tomada mi resolución, encontré lo que buscaba, tal como lo había concebido.”


La traducción de obras literarias fue uno de sus métodos utilizados para el aprendizaje de idiomas, contando en algunos casos, solamente con la ayuda de un diccionario; “La codicia se me había despertado a la vista de una biblioteca en francés perteneciente a don José Ignacio de la Rosa, y con una gramática y un diccionario prestados, al mes y once días de principiado el solitario aprendizaje, había traducido doce volúmenes. Catorce años he puesto después en aprender a pronunciar el francés, que no he hablado hasta 1846, después de haber llegado a Francia.”
“En 1833 estuve de dependiente de comercio en Valparaíso, ganaba una onza mensual, y de ella destiné media para pagar al profesor de inglés Richard, y dos reales semanales al sereno del barrio para que me despertase a las dos de la mañana a estudiar mi inglés. Los sábados los pasaba en vela para hacerlo de una pieza con el domingo; y después de mes y medio de lecciones, Richard me dijo que no me faltaba ya sino la pronunciación, que hasta hoy no he podido adquirir”.


Rebelde y unitario

“A los dieciséis años de mi vida entré en la cárcel, y salí de ella con opiniones políticas. Era yo tendero de profesión en 1827, cuando me intimaron por la tercera vez cerrar mi tienda e ir a montar guardia en mi carácter de alférez de milicias.
Añadí un reclamo en el que me quejaba de aquel servicio, diciendo: "Con que se nos oprime sin necesidad". Fui relevado de guardia y llamado a la presencia del coronel del ejército de Chile, don Manuel Quiroga, gobernador de San Juan.
Era la primera vez que yo iba a presentarme ante una autoridad, joven, ignorante de la vida y altivo por educación, y acaso por mi contacto diario con César, Cicerón y mis personajes favoritos; y como no respondiese el gobernador a mi respetuoso saludo, antes de contestar yo a su pregunta —¿Es ésta, señor, su firma?—, levanté precipitadamente mi sombrero, calémelo con intención, y contesté resueltamente: —¡Sí, señor!— La escena muda que pasó en seguida habrá dejado perplejo al espectador dudando quién era el jefe o el subalterno, quién a quién desafiaba con sus miradas, los ojos clavados el uno en el otro, el gobernador empeñado en hacérmelos bajar a mí por los rayos de cólera que partían de los suyos, yo con los míos fijos, sin pestañear, para hacerle comprender que su rabia venía a estrellarse contra una alma parapetada contra toda intimidación. Lo vencí, y enajenado de cólera, llamó un edecán y me envió a la cárcel. 

“Hasta la casualidad me empujaba a las luchas de los partidos que aun no conocía. En una fiesta del Pueblo Viejo, disparé un cohete a las patas de un grupo de caballos, y salió de entre los jinetes a maltratarme mi coronel Quiroga, ex gobernador entonces, atribuyendo a ultraje intencional lo que no era más que atolondramiento. Hubimos de trabarnos de palabras y estrecharnos, él a caballo y yo a pie. Hacíanle a él voluminosa causa cincuenta jinetes. Yo también era en aquel instante la cabeza de una falange que se había apiñado en mi defensa. El partido federal, encabezado por Quiroga Carril, estaba a punto de irse a las manos con el partido unitario, a quien yo servía sin saberlo, en aquel momento, de punta. El ex gobernador se retiró confundido por la rechifla, y acaso asombrado de tener, segunda vez, que estrellarse en presencia de un niño, que ni lo provocaba con arrogancia, ni cedía con timidez, una vez metido en el mal paso. Al día siguiente era yo unitario. Algunos meses más tarde conocía la cuestión de los partidos en su esencia, en sus personas y en sus miras, porque desde aquel momento me aboqué el proceso voluminoso de las opiniones adversas”. 

jueves, 15 de marzo de 2012

La muerte del Chacho, una polémica de Letras


San Juan
18  de Noviembre  de 1863
Excelentísimo señor presidente de la República brigadier general don Bartolomé Mitre.
Mi estimado amigo:

      No sé lo que pensarán de la ejecución del Chacho. Yo inspirado por el sentimiento de los hombres pacíficos y honrados aquí he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses. Los ejércitos harán paz, pero la tranquilidad no se restablecería, porque a nadie se le puede inspirar confianza de que no principie la guerra cuando le plazca al Chacho invadir las provincias vecinas. Es su profesión, ejercida impunemente treinta años, hallando siempre en la razón de estado o en el interés de los partidos medios de burlarse de leyes y constituciones y aceptándolo como uno de los rasgos de la vida argentina y de nuestro modo de ser. Sea, pero seamos lógicos: cortarle la cabeza cuando se le da alcance, es otro rasgo argentino. El derecho no rige sino con los que lo respetan, los demás están fuera de la ley; y no tiene el idioma en vano estas locuciones. Hizo él o Puebla degollar en el Valle Fértil a mi primo don Maximiliano Albarracín en su casa, como Carlos Ángel haya obtenido indulto. La guerra civil concluye, pues, por actos militares gloriosos, como el de Caucete, y por el castigo de Olta. En Chile como en San Juan, recién creerán en nuestras diarias promesas de pacificación, ridículas a fuerza de verlas desmentidas por el alzamiento del primer pillo que lanza su reto al gobierno, al ejercito, dejando desacreditada hasta la victoria; pues el Chacho había conseguido ese resultado derrotado siempre, vencido jamás suma tutti, impotencia de la nación. Si la guerra continúa dos meses, San Juan entrega las cartas, sino por agotamiento. Hoy respira, los arrieros se prestarán a salir a vender sus frutos de dos años, los mineros a restablecer sus trabajos: de Chile vendrán hombres y capitales...

La carta fue escrita por el entonces gobernador de San Juan; Domingo Faustino Sarmiento, tras enterarse del asesinato del líder riojano Angel Vicente Peñaloza, el cual encabezaba uno de los últimos levantamientos federales posteriores al triunfo de Mitre sobre Urquiza en Pavón.

Chacho Peñaloza
El Chacho Peñaloza inició su carrera de armas en las huestes de Facundo Quiroga, y se opuso a Rosas trás la muerte de su antiguo comandante en 1835. Se exilió en Chile y preparó junto con Felipe Varela una invasión en las provincias de Cuyo dónde fue rechazado por el General sanjuanino Nazario Benavidez en 1842. Seis años después fue indultado por éste, quien a su vez se negó al pedido de Rosas de entregar al caudillo riojano.
Luego del asesinato de Benavidez, Peñaloza colabora militarmente a instaurar la intervención federal del gobierno de Urquiza. Es reconocido por el entrerriano con el grado de coronel, y más adelante el Congreso lo reconoció como general de la Nación.
Ofreció fuerte resistencia por el espacio de meses a las tropas centralistas de Mitre. Desde San Juan, Sarmiento solicitó refuerzos a Buenos Aires sospechando de una insurrección del heredero de Facundo...


En abril de 1863 Sarmiento lanza una proclama contra Peñaloza para evitar que San Juan quede "reducido a la barbarie". Mitre encarga la dirección de la guerra a Sarmiento, instando al sanjuanino a que trate de evitar comprometer al gobierno nacional.
En junio, el Chacho logra entrar a la ciudad de Córdoba, amenazando con extenderse hacia todo el noroeste con su táctica montonera. Sarmiento exige en una carta a Mitre que se termine con el caudillo montonero: "no trate de economizar sangre de gauchoÉste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes".
Finalmente, en noviembre de 1863, Peñaloza es sorprendido y asesinado en Olta cuando se encontraba rendido. El mayor Irrázabal, quien comandaba la patrulla que capturó al caudillo riojano, es quien lo manda a ejecutar, ordenando también la exhibición de su cabeza sobre una pica, en medio de la plaza de la pequeña aldea riojana.

La prensa urquicista elevó a Peñaloza al rango de mártir. José Hernandez escribiría en diciembre desde su diario 'El Argentino' un folletín dedicado a la 'Vida del Chacho';

Los salvajes unitarios están de fiesta. Celebran en estos momentos la muerte de uno de los caudillos más prestigiosos, más generosos y valientes que ha tenido la República Argentina. El partido Federal tiene un nuevo mártir. El partido Unitario tiene un crimen más que escribir en la página de sus horrendos crímenes. El general Peñaloza ha sido degollado. El hombre ennoblecido por su inagotable patriotismo, fuerte por la santidad de su causa, el Viriato Argentino, ante cuyo prestigio se estrellaban Las huestes conquistadoras, acaba de ser cosido a puñaladas en su propio lecho, degollado y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen desempeño del asesino, al bárbaro Sarmiento
El partido que invoca la ilustración, la decencia, el progreso, acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas.
La sangre de Peñaloza clama venganza, y la venganza será cumplida sangrienta, como el hecho que la provoca, reparadora como lo exige la moral, la justicia y la humanidad ultrajada con ese cruento asesinato.
Detener el brazo de los pueblos que ha de levantarse airado mañana para castigar a los degolladores de Peñaloza, no es la misión de ninguno que sienta correr en sus venas sangre de argentinos.
No lo hará el general Urquiza. Puede esquivar si quiere a la lucha, su responsabilidad personal…
El partido unitario es insaciable, y el general Urquiza tiene también que pagar su tributo de sangre a la ferocidad unitaria.
Lea Urquiza la historia sangrienta de nuestros últimos días; recuerde a sus amigos Benavidez, Virasoro, Peñaloza, sacrificados bárbaramente por el puñal unitario; recuerde los asesinos del Progreso que desde 1852 lo vienen acechando.
No se haga ilusiones el general Urquiza con las amorosas palabras del General Mitre; Represéntese el cadáver del general Peñaloza degollado, revolcado en su propia sangre, en medio de su familia después de haber encanecido en servicio de la patria, después de haber perdonado la vida de sus enemigos más encarnizados.

José Hernandez y Domingo Sarmiento
Los principales literatos argentinos enfrentados en política

La oposición a Sarmiento sería una constante en la vida política de José Hernandez. En 1872 publicará el 'Martín Fierro' reivindicando al gaucho y estableciendo una posición crítica con respecto al sistema de reclutamiento de frontera destinado a combatir al indio y ocupar los territorios por este  controlado.


domingo, 11 de marzo de 2012

Un Hefesto Franciscano


Cuando el general San Martin necesitó en Mendoza que alguien se ocupara de la fabricación de municiones y materiales para el ejército, encontró a un hombre providencial.
Era éste, Fray Luis Beltrán –hijo de un francés- natural de Mendoza y tenía a la sazón 30 años, pero había aprovechado tanto su tiempo y sus lecturas, que era un excelente matemático, físico, pirotécnico, carpintero, artillero, en fin, un sabelotodo.
Capellán de uno  de los cuerpos, fue llamado por el general para dirigir el parque y la maestranza, cuyo planteo se le encomendó.
Al soplo del padre Beltrán, se encendieron las fraguas y se fundieron como cera los metales que modeló en máquinas de guerra. Como un Vulcano con ropas franciscanas, forjó las armas del Ejército de los Andes.
En medio del ruido de los martillos que golpeaban sobre los únicos siete yunques con que contaba, dirigía a sus 300  obreros enseñando a cada uno su oficio y, fue tanto lo que tuvo que forzar su voz, que quedó ronco para toda la vida.

Maestranza de Fray Luis Beltrán. Oleo de Iriarte, Museo del pasado cuyano, Mendoza.


                                   
Hizo fundir cañones, balas y granadas empleando el metal de las campanas que descolgaban de las torres. Construyó cureñas, mochilas, caramañolas, cartuchos, monturas y zapatos. Forjó herraduras para los animales y bayonetas para los soldados. Componía fusiles y dibujaba sobre la pared de su taller las máquinas de su invención, con que el ejército debía trasmontar la cordillera.
Fue el Arquímedes de la revolución. En 1816 colgó sus hábitos y vistió el uniforme de teniente de artillería con un sueldo de 25 pesos.
Cuéntase que en una oportunidad, después de una larga conferencia secreta con San Martín, exclamó: -Quieren alas para los cañones, ¡pues bien, las tendrán!

Del Anecdotario Histórico Militar (Autor: Tte. Juan Román Silveyra, Ed. Brunetti, 1952)

La N. de Alem


Fue Alem un batallador incansable, político sagaz y de prestigio. Su padre perteneció a la famosa Sociedad Restauradora y después de Caseros pagó las consecuencias de sus creencias … o de sus conveniencias.
El célebre revolucionario se firmaba Leandro N. Alem. Nadie pudo nunca descifrar la incógnita de esa inicial. Alguien le preguntó una vez qué significaba y él tuvo una respuesta que seguramente habrá dejado al curioso tan enterado como lo estaba antes.
-Desde chico –le dijo- he creído que no era ni sería nada ni nadie; por eso le agregué una ene a mi nombre.
En realidad, en esa contestación se encierra la verdad, a pesar de que se ha generalizado la opinión de que su nombre era Leandro Nicéforo.
Por mi parte he querido desentrañar el misterio y, sobre todo, conocer las causas por las cuales le han endosado, al fogoso revolucionario del 90, ese segundo nombre.
Se trataba, sencillamente, de buscar su partida de bautismo. La encontré en la parroquia de Balvanera. Hoy, salvo pruebas en contra, sé que el nombre de este preclaro argentino es Leandro. Así fue bautizado y, en realidad, ése es el único y verdadero, pese a que en una avenida de Buenos Aires le han estampado la famosa inicial, fruto de su curioso capricho.

Panteón Radical dónde descansan los restos de Alem y otros miembros
del partido radical. Cementerio de la Recoleta 

Del Anecdotario Histórico Militar (Juan Román Silveyra, Ed. Brunetti, 1952)

sábado, 10 de marzo de 2012

Monumento a San Martín en Mar del Plata


En el año 1954 el comerciante catalán José Roger Balet, quien fundara cerca de 50 escuelas  en la Argentina y algunas otras en Uruguay, ofreció donar los fondos para erigir un monumento dedicado al general San Martín en la ciudad de Mar de Plata.
El Instituto Nacional Sanmartiniano (fundado en 1933 y oficializado en 1944) se encargó de gestionar la obra que finalmente adjudicó al escultor Luis Perlotti quien, para realizar la ostentosa figura, se inspiró en un óleo del pintor Antonio Alice denominado San Martín en Boulogne Sur Mer.





                                                                       
El Monumento al general don José de San Martín fue inaugurado el 25 de Febrero de 1956 al cumplirse 178 años del nacimiento del Libertador.



                                                                     
En el centro se eleva la base en piedra rústica, evocando un acantilado de Boulogne Sur Mer; desde allí mismo se erige la figura del prócer en bronce con la capa al viento mirando al mar. En los costados de este basamento se colocaron además de la dedicatoria que va al frente, tres bajorrelieves inspirados en aspectos de la vida civil del héroe: su encuentro en el Manzano histórico, al pie de los Andes con el coronel Manuel Olazábal; una evocación del anciano en el jardín de Grand Bourg con su hija Merceditas y sus dos nietitas; el tercero, denominado Paso a la Inmortalidad en el que se ve al prócer en su último sueño y a su vera, a su hija Merceditas llorando en brazos del esposo, don Mariano Balcarce y, la figura de un granadero cubriendo al glorioso soldado yacente con la bandera de la patria teniendo por fondo la silueta de la cordillera.



                                                                                     
Los bajorrelieves como el basamento fueron tallados en piedra dura de Mar del Plata. Se utilizaron en la construcción diecinueve toneladas de piedra, granito y bronce.




jueves, 8 de marzo de 2012

De Sarmiento y su "Facundo"


Domingo Sarmiento en su juventud
A la época de su exilio en Chile, Domingo Sarmiento se encontraba preocupado por publicitar los acontecimientos de la América a las naciones de Europa. Creía que los europeos como cultos y civilizados que eran, no podían imaginarse de que se trataba el gobierno tiránico de Rosas  y, menos aún, cuáles eran sus causas. Sarmiento dice acerca del conflicto con Francia que “sus más hábiles políticos no han alcanzado a comprender nada de lo que sus ojos han visto al echar una mirada precipitada sobre el poder americano que desafiaba a la gran nación”.
Preocupado, en gran parte, por obtener la ayuda exterior e informar al mundo acerca de la barbarie que gobernaba a la nación del Plata, Sarmiento escribe su  obra “Facundo; o Civilización y Barbarie en las Pampas Argentinas” de acuerdo a la necesidad de realizar un estudio exhaustivo de las condiciones en las que se genera el despótico gobierno.
A la República Argentina le ha hecho falta un Tocqueville” dirá el sanjuanino en su introducción, refiriéndose al joven francés cuyo principal escrito “La democracia en América” vino a revelar en Europa la “naturaleza” de la nación norteamericana y la forma de gobierno republicana y federal. “Hubiérase entonces –continúa Sarmiento- explicado el misterio de la lucha obstinada que despedaza a aquella República; hubiéranse clasificado distintamente los elementos contrarios, invencibles, que se chocan; hubiérase asignado su parte a la configuración del terreno, y a los hábitos que ella engendra; su parte a las tradiciones españolas, y a la conciencia nacional, íntima, plebeya, que han dejado la Inquisición y el absolutismo hispano; su parte a la influencia de las ideas opuestas que han trastornado el mundo político; su parte a la barbarie indígena; su parte a la civilización europea; su parte, en fin, a la democracia consagrada por la revolución de 1810; a la igualdad, cuyo dogma ha penetrado hasta las capas inferiores de la sociedad”.
Habría revelado a los ojos atónitos de la Europa un mundo nuevo en política, una lucha ingenua, franca y primitiva entre los últimos progresos del espíritu humano y los rudimentos de la vida salvaje, entre las ciudades populosas y los bosques sombrío”.
La clave de la explicación que pretende encontrar el autor de Facundo, reside en la barbarie a su vez producto de los factores naturales particulares de esta tierra.
Las influencias del naturalismo en el futuro padre del aula, son notables. Aquella corriente de pensamiento que busca en el conjunto de la naturaleza, la totalidad de causas de determinado estado.
A su vez, el positivismo de Comte y Saint-Simon que pretende reducir las ciencias sociales a la exactitud de una ciencia natura, también están presentes en el pensamiento de Sarmiento. A su vez, asoma una influencia romantica, con su idea de resaltar las particularidades de cada región que se opone al clasicismo de los valores absolutos, alejándose del racionalismo puro cartesiano.
Sarmiento continua enumerando los diversos factores responsables del estado social argentino, dónde la madre patria también ocupa un lugar destacado. “Esa rezagada a la Europa, que echada entre el Mediterráneo y el Océano, entre la Edad Media y el siglo XIX, unida a la Europa culta por un ancho istmo y separada del Africa bárbara por un angosto estrecho, está balanceándose entre dos fuerzas opuestas”.
Como toda la generación del ’37, Sarmiento considera a España como lo más atrasado de Europa; conservadora y ultracatólica, es la España de la inquisición tardía en pleno siglo XIX y del despotismo. El pensador sugiere la idea de conocer a la misma España a través de la observación de la vida en Argentina cuando dice que “el problema de la España europea, podría resolverse examinando minuciosamente la España americana, como por la educación y hábitos de los hijos se rastrean las ideas y la moralidad de los padres”.
Los Jesuitas, una de las instituciones españolas más representativas, tuvieron su epicentro en el Paraguay y en aquellas selvas se instituyó el gobierno despótico del Dr. Francia una vez terminada la dominación española. Sometidos durante cientos de años al autoritarismo ibérico, una vez libres de la metrópoli, no pudieron hacer otra cosa, los paraguayos, que continuar con la tradición.
Con la nación guaraní como referencia, Sarmiento entonces se pregunta “¿No merece estudio el espectáculo de la República Argentina que después de veinte años de convulsión interna, de ensayos de organización de todo género, produce al fin del fondo de sus entrañas, de lo íntimo de su corazón, al mismo Dr. Francia en la persona de Rosas?”.
La conclusión a la que es posible arribar es que el hecho de que la Argentina sea hija de la fanática España ha sido un factor determinante para la vida política del país tras su independencia. La observación le indica al joven literato que el despotismo ha aparecido en el Rio de la Plata de la misma forma que antes se había manifestado en el Paraguay, región que estuvo sometida de manera más intensa a las tradiciones representativas de España.
El otro elemento que oficia de determinante son las campañas o vastas pampas despobladas, las tierras del indio salvaje y donde además se había formado el individuo típico de estas tierras; el bruto y solitario gaucho dedicado a arrear el ganado y habituado a las más rudimentarias costumbres tan ajenas a la civilización europea.
No encontraba Sarmiento, en la figura de Quiroga, más que una representación del salvajismo al puede llegar un ser humano criado en estas campañas, a su vez que es representativo del gaucho típico.
De esta forma, Facundo ejerce el terror cual si fuera una bestia. Según el sanjuanino, el caudillo riojano tiene verdadera sed de sangre pues lleva impreso el sello inclaudicable del salvajismo…

Quiroga montado en su célebre 'Moro'
¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo! Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: "¡No, no ha muerto! ¡Vive aún! ¡El vendrá!" ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento: su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas en sistema, efecto y fin; la naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta metamorfosis en arte, en sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo como el modo de ser de un pueblo encarnado en un hombre que ha aspirado a tomar los aires de un genio que domina los acontecimientos, los hombres y las cosas. Facundo, provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo. Tirano sin rival hoy en la tierra…

El sistema de Sarmiento (si es que hay alguno) se enfrenta a un dilema; “¿Rosas, según esto, no es un hecho aislado, una aberración, una monstruosidad? ¿Es, por el contrario, una manifestación social; es una fórmula de una manera de ser de un pueblo? ¿Para qué os obstináis en combatirlo pues, si es fatal, forzoso, natural y lógico? ¡Dios mío! ¡Para qué lo combatís!”.
Como bien lo expresa el polémico sanjuanino, si Rosas y su gobierno tiránico no son más que la manifestación en política de la naturaleza de esta región, que por otro lado es la única que corresponde, se entiende, dadas las características de este suelo, entonces es inútil tratar de combatirlo, pues de hacerlo se estaría atentando contra el mismo estado natural de la Argentina.
La resolución, entonces consiste en ir contra ese estado de cosas, combatirlo con la pluma pero también con la espada, fundando escuelas pero también mediante la eliminación de lo que Sarmiento y toda su generación entendían por barbarie.
¿Somos dueños de hacer otra cosa que lo que hacemos, ni más ni menos, como Rosas no puede dejar de ser lo que es? ¿No hay nada de providencial en estas luchas de los pueblos? ¿Concedióse jamás el triunfo a quien no sabe perseverar? Por otra parte, ¿hemos de abandonar un suelo de los más privilegiados de la América a las devastaciones de la barbarie, mantener cien ríos navegables, abandonados a las aves acuáticas que están en quieta posesión de surcarlos ellas solas ab initio?”.
Como dos naturalezas diferentes que no pueden dejar ser lo que inevitablemente son, que tienen el sello del destino en cuanto a una manera de ser, en cuanto a sus tendencias naturales, tanto el bárbaro como el culto, esa misma tendencia racional es la que  le permite al hombre civilizado tratar de transformar la realidad obrando como agente transformador al ser sujeto provisto de voluntad, y a su vez sujeto transformado en cuanto están atados a la predestinación de su ser.
La civilización y la barbarie se enfrentan en el sistema de Sarmiento. La vida culta de la ciudad frente al aislamiento embrutecedor del campo, una lucha que (siguiendo su lógica) debiera dar por vencedor finalmente a la civilización, por ser el único de los dos bandos que ostenta una voluntad sistémica y por lo tanto capaz de poner a su servicio los agentes multiplicadores de la técnica y la ciencia; frente a la civilidad se encuentra el estable, instintivo y desorganizado caudillaje, aunque no por eso de mansa naturaleza. El progreso viene abriéndose camino y es imposible frenarlo, tarde o temprano el progreso llega…
De todas maneras las soluciones del progreso no vienen solas y se emplearán para su llegada los métodos más heterodoxos; desde la educación primaria, la inmigración europea y tal vez el punto más polémico de esta idea del progreso haya llegado con la conquista del desierto llevada a cabo por el general Roca.
La exterminación del indio responde a un sistema de ideas que no permite la conciliación con las razas originarias, es el punto culmine de la práctica del modelo de civilización y barbarie que tuvo en Sarmiento a su más apasionado inspirador.

Bronce de Domingo Faustino Sarmiento. Plaza XX de Septiembre, Mar del Plata



 .
"Diez años ha que la tierra pesa sobre sus cenizas, y muy cruel y emponzoñada debiera mostrarse la calumnia que fuera a cavar los sepulcros en busca de víctimas. ¿Quién lanzó la bala oficial que detuvo su carrera? ¿Partió de Buenos Aires o de Córdoba? La historia explicará este arcano. Facundo Quiroga, empero, es el tipo más ingenuo del carácter de la guerra civil de la República Argentina; es la figura más americana que la revolución presenta. Facundo Quiroga enlaza y eslabona todos los elementos de desorden que hasta antes de su aparición estaban agitándose aisladamente en cada provincia; él hace de la guerra local la guerra nacional, argentina, y presenta triunfante, al fin de diez años de trabajos, de devastaciones y de combates, el resultado de que sólo supo aprovecharse el que lo asesinó.”

He creído explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga, porque creo que él explica suficientemente una de las tendencias, una de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella sociedad singular.”



martes, 6 de marzo de 2012

Antecedentes Unitarios y Federales para la organización nacional


Juan Bautista Alberdi
Juan Bautista Alberdi elaboró en sus "Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina",  el documento que delinearía las pautas institucionales organizativas del país luego de la Batalla de Caseros. En su obra puso de relieve la importancia de reconocer la constitución natural e histórica del país. Estos aspectos que vienen dados y por ende imposible de modificarse por los legisladores, deben de considerarse como guías a las que ha de adaptarse la futura Constitución Nacional.
De esta manera Alberdi se posiciona más allá de los enfrentamientos partidarios, proponiendo un sistema intermedio entre el federalismo puro (simple confederación de estados o provincias independientes) y el unitarismo puro (dónde las provincias no cuentan en absoluto con ninguna clase de autonomía).
Este sistema de organización política intermedio conserva la autonomía provincial del federalismo, pero también delega parte de las competencias a un poder central. Para llegar a la conclusión de que este este el mejor sistema de organización, Alberdi tiene en cuenta los antecedentes tanto de corte federativo como unitario los cuales –según el tucumano- deben configurar las directrices a la hora de la organización formal.
El Capítulo XVII de “Las Bases” que se reproduce a continuación enumera dichos antecedentes;

La historia nos muestra que los antecedentes políticos de la República Argentina, relativos a la forma del gobierno general, se dividen en dos clases, que se refieren a los dos principios federativo y unitario.
Empecemos por enumerar los antecedentes unitarios.
Los antecedentes unitarios del gobierno argentino se dividen en dos clases: unos que corresponden a la época del gobierno colonial, y otros que pertenecen al período de la revolución.

He aquí los antecedentes unitarios pertenecientes a nuestra anterior existencia colonial:

1)  Unidad de origen español en la población argentina.
2)  Unidad de creencias y de culto religioso, de costumbres y de idioma.
4)  Unidad política y de gobierno, pues todas las provincias formaban parte de un solo Estado.
5)  Unidad de legislación civil, comercial y penal.
6) Unidad judiciaria, en el procedimiento y en la jurisdicción y competencia, pues todas las Provincias del virreinato reconocían un solo tribunal de apelaciones, instalado en la capital, con el nombre de Real Audiencia.
7)  Unidad territorial, bajo la denominación de Virreinato de la Plata.
8)  Unidad financiera o de rentas y gastos públicos.
9)  Unidad administrativa en todo lo demás, pues la acción central partía del virrey, jefe supremo del Estado, instalado en la capital del virreinato.
10) La ciudad de Buenos Aires, constituida en capital del virreinato, es otro antecedente unitario de nuestra antigua existencia colonial.

Enumeremos ahora los antecedentes unitarios del tiempo de la revolución:

1) Unidad de creencias políticas y de principios republicanos. La Nación ha pensado como un solo hombre en materia de democracia y de república.
2) Unidad de sacrificios en la guerra de la Independencia. Todas las Provincias han unido su sangre, sus dolores y sus peligros en esa empresa.
3) Unidad de conducta, de esfuerzos y de acción en dicha guerra.
4) Los distintos pactos de unión general celebrados e interrumpidos durante la revolución, constituyen otro antecedente unitario de la época moderna del país, que está consignado en sus leyes y en sus tratados con el extranjero. El primero de ellos es el acto solemne de declaración de la independencia de la República Argentina del dominio y vasallaje de los españoles. En ese acto, el pueblo argentino aparece refundido en un solo pueblo, y ese acto está y estará perpetuamente vigente para su gloria.
5) Los Congresos, Presidencias, Directorios supremos y generales, que con intermitencias más o menos largas, se han dejado ver durante la revolución.
6) La unidad diplomática, externa o internacional, consignada en tratados celebrados con Inglaterra, con el Brasil, con Francia, etc., cuyos actos formarán parte de la constitución externa del país, sea cual fuere.
8)  La unidad de colores simbólicos de la República Argentina.
9)  La unidad de armas o de escudo.
10) La unidad implícita, intuitiva, que se revela cada vez que se dice sin pensarlo: República Argentina, Territorio Argentino, Pueblo Argentino y no República Sanjuanina, Nación Porteña, Estado Santafecino.
11) La misma palabra argentina es un antecedente unitario.

En fuerza de esos antecedentes, la República Argentina ha formado un solo pueblo, un grande y solo Estado consolidado, una colonia unitaria, por más de doscientos años, bajo el nombre de Virreinato de la Plata; y durante la revolución en que se apeló al pueblo de las Provincias, para la creación de una soberanía independiente y americana, los antecedentes del centralismo monárquico y pasado ejercieron un influjo invencible en la política moderna, como lo ejercen hoy mismo, impidiéndonos pensar que la República Argentina sea otra cosa que un solo Estado, aunque Federativo y compuesto de muchas provincias, dotadas de soberanía y libertades relativas y subordinadas.
Guardémonos, pues, de creer que la unidad de gobierno haya sido un episodio de la vida de la República Argentina; ella, por el contrario, forma el rasgo distintivo de su existencia de más de dos siglos.
Pero, veamos ahora los antecedentes también normales y poderosos que hacen imposible por ahora la unidad indivisible del gobierno interior argentino, y que obligarán a todo sistema de gobierno central, a dividir y conciliar su acción con las soberanías provinciales, limitadas a su vez como el gobierno general en lo relativo a la administración interior.

Son antecedentes federativos de la República Argentina, tanto coloniales como patrios, los siguientes hechos, consignados en su historia y comprobados por su notoriedad:

1)  Las diversidades, las rivalidades provinciales, sembradas sistemáticamente por la dominación colonial, y renovadas por la demagogia republicana.
2)  Los largos interregnos de aislamiento y de independencia provincial, ocurridos durante la revolución.
3)  Las especialidades provinciales, derivadas del suelo y del clima, de que se siguen otras en el carácter, en los hábitos, en el acento, en los productos de la industria y del comercio, y en su situación respecto del extranjero.
4) Las distancias enormes y costosas que separan unas Provincias de otras, en el territorio de doscientas mil leguas cuadradas, que habita nuestra población de un millón de habitantes.
5)  La falta de caminos, de canales, de medios de organizar un sistema de comunicaciones y transportes, y de acción política y administrativa pronta y fácil.
6)  Los hábitos ya adquiridos de legislaciones, de tribunales de justicia y de gobiernos provinciales. Hace ya muchos años que las leyes argentinas no se hacen en Buenos Aires, ni se fallan allí los pleitos de los habitantes de las provincias, como sucedía en otra época.
7)  La soberanía parcial que la revolución de Mayo reconoció a cada una de las Provincias, y que ningún poder central les ha disputado en la época moderna.
8)  Las extensas franquicias municipales y la grande latitud dada al gobierno provincial, por el antiguo régimen español, en los pueblos de la República Argentina.
9) La imposibilidad de hecho para reducir sin sangre y sin violencia a las Provincias o a sus gobernantes al abandono espontáneo de un depósito, que, conservado un solo día, difícilmente se abandona en adelante: el poder de la propia dirección, la soberanía o libertad local.
10)  Los tratados, las ligas parciales, celebradas por varias Provincias entre sí durante el período de aislamiento.
11) El provincialismo monetario, de que Buenos Aires ha dado el antecedente más notable con su papel moneda de provincia.
12) Por fin, el acuerdo de los gobiernos provinciales de la Confederación, celebrado en San Nicolás el 31 de Mayo de 1852, ratificando el Pacto Litoral de 1831, que consagra el principio federativo de gobierno.

Acuerdo de San Nicolás presidido por Urquiza el 31 de mayo de 1852.

                      
Todos los hechos que quedan expuestos pertenecen y forman parte de la vida normal y real de la República Argentina, en cuanto a la base de su gobierno general; y ningún Congreso constituyente tendría el poder de hacerlos desaparecer instantáneamente por decretos o constituciones de su mimo. Ellos deben ser tomados por bases y consultados de una manera discreta en la constitución escrita, que ha de ser expresión de la constitución real, natural y posible.
El poder respectivo de esos hechos anteriores, tanto unitarios como federativos, conduce la opinión pública de aquella República al abandono de todo sistema exclusivo y al alejamiento de las dos tendencias o principios, que habiendo aspirado en vano al gobierno exclusivo del país, durante una lucha estéril alimentada por largos años, buscan hoy una fusión parlamentaria en el seno de un sistema mixto, que abrace y concilie las libertades de cada Provincia y las prerrogativas de toda la Nación: solución inevitable y única, que resulta de la aplicación a los dos grandes términos del problema argentino, -la Nación y la Provincia-, de la fórmula llamada hoy a presidir la política moderna, que consiste en la combinación armónica de la individualidad con la generalidad del localismo con la nación, o bien de la libertad con la asociación; ley natural de todo cuerpo orgánico, sea colectivo o sea individual, llámese Estado o llámese hombre; según la cual tiene el organismo dos vidas, por decirlo así, una de localidad y otra general o común, a semejanza de lo que enseña la fisiología de los seres animados, cuya vida reconoce dos existencias, una parcial de cada órgano, y a la vez otra general de todo el organismo.

sábado, 3 de marzo de 2012

Lavalle por el "manco" Paz


General Juan Lavalle
El general Lavalle era generalmente querido de la tropa, y tenía una gran influencia en el soldado; nadie ignora que poseía ciertas dotes especiales que lo hacían amar, a la par del efecto que causaba su varonil presencia; poseía buenos talentos, tenía rasgos de genio y concepciones felices, que emanaban de aquellas primeras cualidades; hubiera sido de desear perseverancia para seguir un plan que había adoptado y más paciencia para desarrollar los pormenores de su ejecución. Estaba sujeto a impresiones fuertes, pero transitorias, de lo que resultó que no se le vio marchar por un sistema constante sino seguir rumbos contrarios, y, con frecuencia, tocando los extremos.
Educado en la escuela militar del general San Martín, se había nutrido con los principios de orden y de regularidad que marcaron todas las operaciones de aquel general. Nadie ignora, y lo ha dicho muy bien un escritor argentino (el señor Sarmiento), que San Martín es un general a la europea, y mal podía su discípulo haber tomado las lecciones de Artigas. El general Lavalle, el año 1826, que lo conocí, profesaba una aversión marcada, no solo a los principios del caudillaje, sino a los usos, costumbres y hasta el vestido de los hombres de campo o gauchos, que eran los partidarios de ese sistema; era un soldado en toda forma.
Imbuido en estas máximas, presidió la revolución de diciembre del año 28, y tanto que quizá fue vencido por llevarlas a la exageración. Despreciaba en grado superlativo las milicias de nuestro país, y miraba con el más soberano desdén las puebladas. En su opinión, la fuerza estaba sólo en las lanzas y los sables de nuestros soldados de línea, sin que todo lo demás valiese un ardite.
Conversábamos un día en la Banda Oriental sobre este asunto, me decía que valía tan poco el paisanaje de la provincia de Mendoza, que se atrevía a ir solo con su asistente y hacer una revolución cuando quisiese. Del sud de Buenos Aires me decía: “No conoce usted esa campaña, y por eso le da alguna importancia. Con solo una mitad de caballería de línea (25 hombres) soy capaz de meter todo el sud de Buenos Aires en un cuerno y taparlo con otro”. Después de la revolución de diciembre, me decía frecuentemente: “Quisiera que los caciques Rosas, López, Bustos, Aldao, Ibarra y demás de la república, se reunieran en un cuerpo con sus numerosas hordas, para dar cuenta de ellos con quinientos coraceros”.
Cuando las montoneras de López y Rosas lo hubieron aniquilado en Buenos Aires, abjuró sus antiguos principios y se plegó a los contrarios, adoptándolos con la misma vehemencia con que los había combatido. Se hizo enemigo de la táctica, y fiaba todo el suceso de los combates al entusiasmo y valor personal del soldado. Recuerdo que en Punta Gorda, hablando del entonces comandante Chenaut, le conté que había organizado en años anteriores, y disciplinado hasta la perfección, un regimiento en la provincia de San Juan, pero que, desgraciadamente, este regimiento, por causas que no es del caso analizar, se condujo muy mal en la acción del Rodeo del Chacón. “Por eso mismo, me contestó, que se habían empeñado en darle mucha disciplina, es que se condujo cobardemente”. Hasta en su modo de vestir había una variación completa. Años antes lo había conocido haciendo alarde de su traje rigurosamente militar, y atravesándose el sombrero a lo Napoleón; en Punta Gorda, y en toda la campaña, vestía un chaquetón si era invierno, y andaba en mangas si era verano, pero sin dejar un hermoso par de pistolas con sus cordones pendientes del hombro. Llegó a decir que no volvería a ponerse corbata.
Mausoleo Lavalle. Cementerio de la Recoleta
Esta vez quería el general Lavalle vencer a sus contrarios por los mismos medios con que había sido por ellos vencido, sin advertir que ni su educación, ni su genio, ni sus habitudes, podían dejarlo descender a ponerse al nivel de ellos. Al través de su vestido y de los modales afectados del caudillo, se dejaban traslucir los hábitos militares del soldado del ejército de la independencia. Cuánto mejor hubiera sido que, sin tocar los extremos, hubiese tratado de conciliar ambos sistemas, tomando de la táctica lo que es adaptable a nuestro estado y costumbres, conservando, al mismo tiempo, el entusiasmo y decisión individual, tan convenientes para la victoria. Es natural, que una disciplina llevada a los extremos acabe por hacer del soldado una máquina, un autómata, y que concluya con las disposiciones morales que tanto se necesitan; pero también es fuera de duda que si todo se deja al entusiasmo, desatendiendo la disciplina, jamás podría tenerse ejército propiamente dicho.
A propósito de entusiasmo: Se ha proclamado como muy eminente el que manifestaban los enemigos políticos de Rosas en la época que vamos hablando, y me ocurre una duda que quisiera absolver. No puede negarse que dicho entusiasmo era muy bullicioso y muy cacareado; pero, para juzgar más favorablemente de sus quilates, hubiera querido que fuese más sostenido. Él subía o bajaba con una rapidez asombrosa, según las buenas o malas noticias de nuestros ejércitos, según las más o menos probabilidades de vencer. Cuando he reconvenido a mis compañeros sobre los avisos exagerados de de fuerza y poder que daban sus cartas, me han contestado que esos avisos eran convenidos y, se puede decir, comandados, para no enfriar el entusiasmo de nuestros amigos en Montevideo y otros pueblos. Ya veo que se me dirá que exigir un grado mayor de abnegación no puede ser en este siglo de positivismo y en nuestros tiempos modernos. Mas ¡era acaso de otro siglo el gran Napoleón cuando en su Boletín veintinueve más bien exageró que disminuyó los desastres del grande ejército, para excitar el patriotismo de los franceses? Seguramente que tenía otra opinión que nosotros del entusiasmo y de los sentimientos de sus compatriotas. Pero volvamos al ejército libertador.

La Batalla de Famaillá significó la derrota final del General Lavalle
La subordinación era poco menos que desconocida o, al menos, estaba basada de un modo particular y sobre muy débiles fundamentos. Todo se hacía consistir en las afecciones y en la influencia personal de los jefes, y, muy principalmente, en la del general. Este me dijo un dia, en Punta gorda: “Aquí están tres mil hombres que sólo me obedecen a mí y que se entienden directamente conmigo”. Esto lo explica todo, lo dice todo. Toda autoridad, toda obediencia, todo derivaba de la persona del general, y es seguro que si éste hubiese faltado, se hubiera desquiciado en un día el ejército libertador. Más tarde, cuando los reveses del Quebracho y Famaillá hubieron puesto a prueba esa decantada decisión, no bastó la influencia personal del general Lavalle, y todo se disolvió.
El general Lavalle distribuía por sus manos dinero a los que juzgaba preferir, mientras otros nada recibían.
Conversabamos con el general Lavalle el dia antes de mi viaje a Corrientes, y llegó un soldado a pedirle cuatro duros; el general llamó a su secretario Frías, y le dijo: “De usted a ese hombre una onza de oro”. Otro vino a pedirle un peso, y me preguntó si tenía dinero en la faltriquera; cuando se lo ofrecí tomó dos, que dio al soldado. No creo que esto fuese todos los días, y si que quiso hacer ostentación de generosidad y abundancia, para que llevase esa impresión a Corrientes. 
Los agraciados poco aprovechaban, porque el dinero que recibían iba por lo general a la carpeta. El juego era la diversión universal, y me han asegurado que se hizo distribución de naipes a los cuerpos. No se crea que el general Lavalle obraba sin objeto, pues lo tenía, y llegó a conseguir lo que se proponía. Se proponía atraer a los correntinos, embriagándolos con una abundancia, con una licencia que no habían conocido, para hacerlos pasar al Paraná sin que se acordasen de su tierra. Al mismo tiempo, quería presentarse en las otras provincias como un caudillo popular y condescendiente; como un hombre, en fin, que era todo lo contrario del Lavalle de los años 28 y 29.
La distribución de armamento, vestuario y raciones no era menos irregular, y hablando del primero diré que tuvo el ejército una abundancia nunca vista en los nuestros, tanto por el número de armas como por su superior calidad. Fuera de los suministros que hacía la Comisión Argentina de Montevideo, los franceses proveyeron con profusión. A nadie se hacía cargo por las armas que perdía, rompía o tiraba; tal era la facilidad de conseguirlas.

Plaza Lavalle, Buenos Aires
El modo de distribuir lo vestuarios era de dos modos. Alguna vez se le daban al jefe de división, que los repartía bien o mal, según se le antojaba, y otras muchas venían los cuerpos formados al cuartel general, donde el general en persona iba dando a cada soldado poncho, chaqueta, camisa, etc. He oído mil veces celebrar, como un acto de extraordinaria habilidad, el fraude que hacían algunos soldados retirándose de la fila después de haber recibido un vestuario, para formarse en otro lugar a donde no había llegado la distribución, para que se le diese otro; repitiendo esta operación, hubo alguno que obtuvo tres, cuatro o má vestuarios, logrando, además, los aplausos de sus jefes por este raro rasgo de ingenio. 
Muchas veces se repartieron a la tropa efectos de ultramar, finos, y particularmente las mujeres, a quienes se daba el gracioso nombre de patricias, tuvieron su parte en ellos. Me han asegurado que se les distribuyeron pañuelos y medias de seda, y otras cosas de esa clase, con la misma irregularidad que se hacía todo lo demás. Las mujeres son el cáncer de nuestros ejércitos ; pero un cáncer que es difícil cortar, principalmente en los compuestos de paisanaje, después de las tradiciones que nos han dejado los Artigas, los Ramírez y los Otorgués, y que han continuado sus discípulos, los Rivera y otros.
No se crea que reproche todo lo que voy notando, pues mal podría reprobar algo de lo que yo mismo he creido conveniente hacer. Por ejemplo: recuerdo que he mandado distribuir en corrientes una o dos docenas de guitarras a los cuerpos para que bailasen de noche, pero sin que esto les impidiese hacer sus ejercicios militares. Otra vez he mandado en entre ríos, como luego lo diré, distribuir a las mujeres un repuesto de zarazas y género blanco que había en comisaría, guardando todo el orden que era posible. Protesto que tuve que hacerme la mayor violencia para esta singular distribución, lo que más no será difícil comprender a quien conozca mis principios; pero esto se hallaba establecido, tenía la sanción de la costumbre, y no quería contrariarla. Lo que será digno de censura es el abuso, el exceso, el despilfarro. Por lo demás, un general tiene que someterse a las circunstancias, y, sobre todo, en casos excepcionales. 
Cuando la guerra del Brasil, oí un día contar al general Frutos Rivera que, encontrándose Artigas en no sé qué situación crítica que se hacía más afligente por la extraordinaria deserción de los soldados, que les era imposible contener, se le ocurrió entonces un arbitrio que propuso a Artigas, quien lo adoptó y puso en práctica con el mejor suceso. Consistía en traer algunos cientos de chinas para distribuir a los soldados.
Aunque Rivera tiene fama de embustero, no estoy lejos de creer que habló de verdad por esta vez.

Batalla de Quebracho Herrado, primera de las dos batallas en la que Oribe vence a Lavalle (1840)





       
No eran así seguramente los ejércitos que mandaba el general Belgrano, y últimamente nos ha dado un ejemplo Urquiza, que hizo su invasión en 1846 a Corrientes, sin llevar en su ejército una sola mujer. Esto le daba una inmensa economía de caballos, víveres y vestuarios, al paso que facilitaba la movilidad y el orden en todas sus operaciones. El haberlo conseguido es una prueba de lo sólidamente que estaba establecida esa autoridad fundada en la costumbre de obedecerle por muchos años, y apoyada en el terror que ha inspirado con sus castigos crueles y atroces. Además, su campaña estaba calculada como de corta duración, y no le fue difícil persuadir que dejasen las mujeres en su campo del Arroyo Grande, a donde no habían de tardar mucho en volver.
El general Lavalle había hecho las campañas últimas de la Banda Oriental con Rivera, y allí había visto el manejo de este caudillo, que él, a su vez, quería aplicar al ejército que mandaba. De aquí venía esa tolerancia, y aun consideración, con la clase más prostituta de la sociedad, lo que e más extraño para quien había conocido los principios severos del general Lavalle a este respecto; de aquí ese desengaño en las distribuciones; de aquí ese despilfarro en las administración.
La distribución de raciones participaba del mismo desorden que todo lo demás; la yerba y el tabaco se sacaban por tercios y sin cuenta ni razón. ¿Y la carneada? Se hacía a discreción; no hay idea del desperdicio, ni será fácil imaginarse cuánto se perdía inútilmente. Baste decir que donde campaba el ejército desaparecían como por encanto numerosos rebaños, y se consumían, sin aprovecharse, rodeos enteros.
Fuera de los suministros de todo género que hizo la comisión Argentina del producto de gratuitas erogaciones; fuera de lo que daban los franceses; el general Lavalle celebró contratos y contrajo empeños que montaban a sumas considerables. No se detenía en ofrecer, y estoy persuadido que, siguiendo el sistema de Rivera, se proponía ligar los hombres y hacerlos depender de él por la esperanza de que los tuviese presentes para los pagos. De esos contratos resultaron esos cargamentos de efectos, poco adecuados para un ejército, que se distribuían a las chinas, y que, por mucho que digan, es de creer no dirán todo.
En resumen: los costos que hizo el ejército libertador fueron ingentes, y es indudable que, con una mejor administración, hubieran podido sostenerse en la abundancia cuatro ejércitos como él. Sin embargo, debe tenerse presente que las circunstancias que rodeaban al general Lavalle eran extraordinarias, que todo era excepcional y salía de las reglas comunes. Sirva esto de descargo, añadiendo que su autoridad, al menos hasta que llegó a Corrientes era revolucionaria; entonces la legalizó, pero no entraba en los cálculos de él, ni en el partido que lo sostenía, el conservar esa dependencia, que podía ser una traba.
Los que lo habían elevado hasta ponerlo al frente de la revolución, tenían un positivo interés en que su fuese anómala e irregular, para que, después que hubiese servido a sus miras, pudiesen, cuando les conviniese, derrocarla, y él, naturalmente, se creía más expedito no teniendo traba alguna que lo embarazase. Ha sido muy frecuente en nuestro país emplear a los militares como mero instrumento, teniendo buen cuidado de hacer recaer sobre ellos todo lo odioso de las revoluciones y de las medidas violentas que ellas traen, y reservándose, en cuanto pueden, los medios de romper, cuando les plazca, el instrumento de que se han servido.
El señor doctor don José Gregorio Baigorri, canónigo y hombre conocido por sus talentos políticos en Córdoba, muy enlazada, además, con el partido unitario de Buenos Aires, me decía un día, hablando de la ejecución del señor Dorrego, que según la expresión del general Lavalle, que la ordenó, se había hecho “por su orden”. “Eso ha sido un acto sublime, sublime; el más sublime que he visto”, y alzaba la voz progresivamente, como en la escala del canto. Quería el bueno del doctor inducirme a que hiciese otro tanto.
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El general Paz escribió parte de sus Memorias durante su presidio
Obra de Francisco Fortuny, Museo Histórico y colonial de Luján
Mucho se ha dicho de los provechos y sórdidas especulaciones que hicieron algunos exaltados patriotas en Montevideo, tanto con los caudales que suministraron los franceses como con el producto de las cuantiosas erogaciones y empréstitos que se contrajeron, y cuyas obligaciones pesan aún sobre nuestro país, o, al menos, sobre nuestro honor. Se ha asegurado que el almirante Dupotet lo creía y lo decía así, y como él otros, bien que en la universal corrupción de Montevideo esto no debiese causar gran escándalo. Lo admirable es que en este siglo de positivismo, cuando se han hecho sudar las prensas con asuntos insignificantes, nadie haya tocado éste; antes, por el contrario, se ha procurado echarle tierra. Aún hay más; jamás se ha tratado de exigir ni dar cuenta, una razón, una satisfacción cualquiera, de la inversión de tan ingentes caudales. Entre nosotros han estado después los intendentes, comisarios, los que intervinieron en todos esos gastos, y ni una palabra, ni una sola palabra que indicase la intención de satisfacer al público a sus propias obligaciones.


De las Memorias del General Paz (Capítulo 26, Error Militar del General Lavalle)