“Un buen título desperdiciado”, “el libro es malo, hecho muy a la ligera…” escribía el autor de la flamante novela, Lucio V. López, a su amigo Miguel Cané en julio de 1884. De hecho, uno de los sucesos por el cual el texto obtuvo trascendencia fue su título y su valor testimonial que ya proclamaba el autor en su subtitulo; costumbres bonaerenses.
Publicada desde el 20 de mayo en el periódico Sud America. Diario aparecido ese mismo mes dirigido por algunos tenores de la generación del ’80 (Carlos Pellegrini, Roque Saenz Peña, Paul Groussac). Era una herramienta política al servicio de la candidatura de Juarez Cellman, las medidas liberales del gobierno de Roca y el enfrentamiento a los grupos católicos en la discusión por el programa educativo.
Lucio V. López |
La Gran Aldea es una novela que permite rastrear el pasaje de un Buenos Aires patriota, semisencillo, semitendero, semicultural y semialdea, a la ciudad con pretenciones europeas. Ofrece un testimonio acerca de la incorporación a la vida cotidiana del gas de alumbrado, el tranvía tirado en ese entonces por caballos y otros usos y costumbres de aquella época. El progresivo avance del laicismo y la oposición de la generación del ‘80 a todo lo religioso, es uno de los condimentos que le dan valor al texto.
Julio Roláz es el joven protagonista y narrador de esta novela, quien comienza rememorando los primeros recuerdos de su niñez. Huérfano a los diez años al fallecer su padre (su madre había muerto dando a luz) se hace cargo de su crianza, su apacible y mujeriego tío Ramón (hermano de su padre), casado con una especie de arpía sin ningún otro atractivo que una gran fortuna.
Los relatos del narrador, comienzan a tomar forma al momento de la batalla de Pavón, en los que el pequeño Julio inmiscuido en los mitines de los que participaba su tía Medea (fanática ultra-porteñista) y su holgazán esposo que auspiciaba de inerte acompañante.
Uno de los animadores de estas reuniones políticas era el Doctor Trevexo (personaje detrás del cual, se escondería la figura de Rufino de Elizalde). Modelo de político pragmático descreído del estudio de las ciencias, muy ducho en recursos y ardides. Más tarde, cuando la aldea ha comenzado a ser una ciudad moderna, el carismático líder ha perdido ya, todo su protagonismo en la política porteña.
Los vaivenes políticos estaban a flor de piel en aquellos años de primeros intentos de una verdadera conformación nacional. Así el personaje nos comenta que “cuando hablaba Don Buenaventura (pseudónimo elegido para nombrar a Bartolomé Mitre), lo saludábamos con una lluvia de aplausos, y cuando los urquicistas pedían la palabra, se armaba la gorda”.
Las constantes disputas harían que la provincia de Buenos Aires quedara separada del resto del país, conformando ambos estados sus respectivas constituciones y no incorporándose a la Confederación Argentina hasta después del Pacto de San José de Flores de 1859.
Las constantes disputas harían que la provincia de Buenos Aires quedara separada del resto del país, conformando ambos estados sus respectivas constituciones y no incorporándose a la Confederación Argentina hasta después del Pacto de San José de Flores de 1859.
En un momento en el que la guerra y la política no diferenciaban claramente sus límites, en tanto la guerra era uno de las herramientas de la política. El autor pone en boca del estrambótico Trevexo un discurso que evidencia, el estatismo de la época, efectivización del estado opulento donde el ciudadano cumple con la primordial función de ser un instrumento de este. “El soldado muere en el asalto… la metralla lo quema y despedaza, pero muere sin responsabilidad. La responsabilidad de las grandes luchas electorales como de las grandes guerras está en los generales: el soldado no muere sino materialmente, de un bayonetazo, de un tiro de fusil…pero el descalabro de una campaña política o militar es la muerte moral de los jefes…
La Política
El espíritu democrático no arraigado y el hecho de que la política era tema solo de los más entendidos. Esta forma elitista de comprender el Estado queda evidenciada en esta otra parte del discurso. “La forma democrática se inspira en el derecho natural. En la tribu, los más fuertes asumen la dirección de agrupaciones humanas: el derecho positivo codifica la sanción de las legislaciones inéditas del derecho natural. El Estado soy yo decía Luis XIV y nosotros decimos: El pueblo somos nosotros.”
“En el sufragio universal, el sacrificio está impuesto a quienes dirigen. Como en la armonía celeste, el sol se encarga de producir luz y los planetas de girar, apareciendo y desapareciendo como cuerpos automáticos sin voz ni voto…
¿Qué sería de nosotros si entregáramos el voto popular a las muchedumbres? Nosotros somos la clase patricia, nosotros representamos el buen sentido, la fortuna…la gente decente. Fuera de nosotros es la canalla, la plebe quien impera. Seamos nosotros la cabeza, que la plebe sea nuestro brazo.
Podemos lanzar la lista con toda libertad y en seguida lanzarla. Todo el pueblo la acatará. Nuestra divisa es la obediencia.
No hay nada más hermoso que ver esa gran máquina humana movida por una sola voluntad.
Treinta mil, cuarenta mil seres racionales ocupando 10 cuadras de la calle florida, aplaudiendo a viva voz, obedeciendo una orden… vivando simultáneamente el nombre de su divino jefe” Divino jefe que no era ni más ni menos que Don Buenaventura.
Luego de exaltados los ánimos de la selecta concurrencia reunida, se proclamó la lista electoral que llevaría a Mitre a ser gobernador de Buenos Aires.
Pavón
Después de que Urquiza se replegara inexplicablemente y mientras Derqui renunciaba y se refugiaba en Montevideo al ver que el país era invadido; pocas semanas más tarde, el vicepresidente Pedernera declaraba caduco el gobierno nacional. Mitre proyectó su influencia sobre todo el país: todos los gobernadores federales –con la notable excepción de Urquiza – fueron derrocados en las semanas finales del año y en las primeras de 1862. Algunos lo fueron por los unitarios locales, contando con la cercanía de las fuerzas porteñas, y otros lo fueron directamente por el ejército porteño que invadió esas provincias.
Mitre fue elegido presidente de la Nación por medio de elecciones organizadas por los nuevos gobiernos; tanto en la elección de éstos, como en la de aquél, los candidatos federales estaban proscriptos. Junto a Mitre se hizo sentir el fuerte núcleo porteñista que constituía su base política, copando los ministerios y buena parte de las bancas del Congreso.
Guardia Nacional de Pavón |
“Aquella noche (18 de Septiembre de 1861) no se hablaba sino de política y solamente los que hemos vivido bajo la atmósfera caliente de Buenos Aires de entonces, podemos apreciar la importancia que tenían las pláticas de los mostradores de la calle Perú y de la calle de la Victoria…”
“¡Cohetes! - exclamó don Narciso-, ¡boletín, ese es boletín Vaya, Caparrosa –agregó dirigiéndose al muchacho cadete de la tienda -, vaya y compre el boletín de un salto, y vengase volando.”
La llegada del ejército triunfante
“Una tarde del mes de enero, entró mi tío Ramón a casa con la noticia de que al día siguiente desembarcaría el ejercito vencedor por el muelle de pasajeros”. “Mis tíos habían invitado a todas sus relaciones para ver pasar las tropas desde los balcones”. El personaje recuerda que “todas las elegancias, todo el caudal de las modas habían sido reservadas para aquel día.”
Julio relata su experiencia de ir al Bajo a recibir a las tropas, donde hoy se encuentra la avenida Leandro N. Alem, el amontonamiento de gente y su anécdota con dos señoritas del barrio, por aquel entonces, poco distinguido de Monserrat.
El festejo continuaba por la noche en el Teatro de la Victoria, el cual había sido inaugurado en 1838 y se ubicaba en las actuales Hipolito Yrigoyen entre Tacuarí y Bernardo de Irigoyen. Poseía 500 butacas y fue la primera sala cuya iluminación fue realizada con lámparas de aceite en lugar de velas de cebo. La Gala en aquel teatro contó por entonces con la presencia del recién arribado General Mitre.
Los cambios sociales
Luego de un periodo de latencia, en que el protagonista pasa un tiempo fuera de la Aldea porteña, el joven Julio regresa a Buenos Aires. No le es indiferente todo cuanto a la transformación operada en la ciudad, y se muestra nostálgico ante los cambios en las fachadas de los negocios. “Las tiendas europeas de hoy, hibridas y raquíticas, sin carácter local, han desterrado la tienda porteña de aquella época… ¡Oh, qué tiendas aquellas! Me parece que veo sus puertas sin vidrieras, tapizadas con los percales, cuyas piezas avanzaban dos o tres metros al exterior sobre la pared de la calle…”. De hecho la vidriera recién comienza a incorporarse a mediados del siglo XIX, siendo frecuente que los negocios exhibieran parte de su mercadería en su parte exterior o en la vereda.
También recuerda algunas características de los ya antiguos vendedores. “Había además los tenderos-sirenas, llamados así porque su cuerpo estaba dividido por el mostrador…” En fin…
La aldea de 1862 tenía muchas cosas de ciudad; se viajaba a Europa, las mujeres cultivaban las letras. La vieja moda que envolvía a las mujeres en verdaderas bolsas de tela, había desaparecido, ni los filosofos podían pasear de cuatro a cinco por la calle Florida sin conmoverse ante los cuerpos de las mujeres del dia.
“Los tenderos de aquella época habían muerto o desaparecido. El doctor Trevexo, hombre de más talento de su tiempo, había desaparecido de la escena pública”. Su fanática ti Medea “había tomado parte en dos revoluciones chingadas” (La revolución mitrista contra la elección de Avellaneda en 1874 y la revolución contra la federalización en Buenos Aires encabezada por el entonces gobernador Carlos Tejedor) y solo conservaba su puesto en la Sociedad Filantropica.
López da cuenta de “una nueva generación política y literaria” que “había invadido la tribuna, la prensa y los cargos públicos” . “Don buenaventura pontificaba desde lejos en el diario más grande de la América (La Nación). “El autor del facundo revoleaba su temible maza desde las columnas de El Nacional”.
La nueva sociedad porteña hacia 1880 comenzaba a dejar los viejos hábitos de gran aldea para convertirse en gente cosmo. En apenas unos años, la calle Florida se llenó de anticuarios. Las mujeres competían entre ellas con sus vestidos de alta costura de casas como Mesdames Carreau y Vigneau, Kitty Bell o Worth (que firmaba los tapados como un pintor sus cuadros), y una sofocada multitud se apiñaba contra las vidrieras de los bazares para ver las chucherías recién importadas.
Las conversaciones se “salpicaban con palabras en inglés y francés tratando de pronunciarlas con el mayor cuidado”. Si había algo viejo, había que eliminarlo.
En la residencia del Dr. Montefiori, otro de los personajes, el cambio era contundente: los gustos europeos –o lo que el dueño de casa entendía por gustos europeos– habían invadido el lugar.
El consumo de objetos de arte crecería sin precedentes, más adelante, sostenidamente entre 1880 y 1910.
“Los carruajes eran tirados por yeguas y caballos de raza, de pelo satinado y reluciente con cocheros mas correctos q los tiempos del mulato Alejandro (Antiguo cochero de la familia).”
“yo que había conocido aquel buenos aires patriota, sencillo, semitendero, semicurial… me encontraba con un pueblo con grandes pretensiones europeas que perdia su tiempo en vaguear en las calles y en la cual ya no reinaban generales predestinados. La reflexión de López tiene que ver con la moda europeizante impuesta en aquel momento por las tradicionales familiares.
Se testimonia el auge de la bolsa en donde “todo está permitido como en la guerra, jugar públicamente al alza y clandestinamente a la baja. Lanzar un gato (rumor falso) , dar una noticia de sensación, asegurar que la guerra con chile es un hecho, que nuestra escuadra está en un estado atroz, que nuestro ejército será derrotado en caso de batalla…”
El club del Progreso
En las páginas escritas por López se encuentra una pequeña descripción acerca de la significancia que tuvo esta institución de la ciudad dentro de la elite porteña. “Era en su momento, algo como una mansión soñada en la cual no es dado penetrar a todos los mortales”.
“La dorada juventud del 52 fundó ese centro del buen tono esencialmente criollo que sin embargo nunca tuvo la distinción aristocrática de un club inglés ni el chic de un de los de París”
Según Juan José Sebrelli, debía concretarse la fusión de las grandes familias porteñas unitarias y federales que habían estado distanciadas por el período de la dictadura rosista. Tenían el objeto de defender los intereses porteños a través de una institución en donde pudieran volver a confraternizar los que hasta ayer nomas eran enemigos.
Primera sede de Club el Progreso |
En el estatuto se reconocían como sus fundamentos “desenvolver el espíritu de asociación, extinguido entonces, con la reunión diaria de los caballeros más respetables, nacionales y extranjeros, uniformando en lo posible las opiniones políticas”
Sin embargo ciertos resquemores hicieron que los federales fundaran el Club del Plata cuyo primer presidente fue don Bernardo de Irigoyen. Para nuestro personoje “ser del club del progreso era chic mientras que ser del club del plata era cursi.”
De carácter ultra porteño. Urquiza tuvo que someterse a votación para ser admitido como socio del Club del Progreso mientras que el Gobernador de Buenos Aires y sus ministros fueron considerados miembros honorarios.
Testigo de la transformación del país en las mesas del Club del Progreso “ha nacido una generación de la cual van quedando pocos representantes”, “jugadores trasnochadores, maridos calavera”, “muchos hombres públicos han estudiado en sus salones el derecho constitucional”.
López da cuenta de la nueva generación con aspiraciones un tanto más democráticas con una de sus ironías “Se me ocurre que algunos de los retratos de los pensadores hacen una mueca cada vez que un pollo hace un discurso de la libertad de sufragio con un golpe que asienta sobre el damero de una reina jaqueada por la chusma de los peones sobrevivientes.”
La oligarquía y La iglesia
La iglesia será una de las víctimas del autor. En el momento en que existía una disputa entre el gobierno y la santa institución. Así describe el protagonista uno de los momentos finales en la vida de su tía. El cura a la hora de la extremaunción “abrió entre sus manos grasas un libro y eructó sobre el cadáver, en latín barbaro y gangoso algunos rezos con la pasmosa inconsciencia de un loro”.
Más adelante relata “Mi tía había sido muy religiosa, su fervor por los frailes y monigotes corría parejo con sus entusiasmos políticos. A su entierro asistías todos los clérigos de las parroquias principales correctos la mayor parte y una delegación de cada cofradía (franciscanos, dominicos) incorrectos desde el punto de vista de la higiene personal.”
Hacía rato que no bastaba con servir a Dios, había que preocuparse más por los quehaceres de este mundo, cosa que no parecían entender ciertos adeptos religiosos.
El Colón
El teatro Colón fue desde sus inicios un símbolo de clases en Buenos Aires y en La Gran Aldea se encuentra esta pequeña reseña. En su antigua sede frente a la plaza hasta desde el 25 de mayo 1857 hasta 1887 Banco Nación. “Una noche clásica de opera en el Colón reúne lo más selecto que tiene buenos aires en hombre y mujeres. Presidente, ministros, capitalistas, abogados. Aquello es la feria de las vanidades”
El desenlace de esta novela, como otras en las que la tragedia ha sido la forma elegida por algunos de los literatos de la Generación del 80, quienes parecían ver en el estilo de vida imperante, una pérdida del sentido de la vida, de los valores humanos y una necesidad de volver a ellos. Parecían presagiar también el fin de un estilo de vida basado en la ostentación, en la identificación y consiguiente imitación de costumbres europeas.
El mismo personaje de esta historia se quejaba en el funeral de su tía en la Recoleta: “¡Cuanta vana pompa! … muchas leguas de campo, muchas vacas. Los cueros y las lanas han levantado ese mausoleo que no es ni el de Moreno, ni el de García (Manuel José), ni el de los guerreros, ni el de los hombres de letras”.
El mismo Lucio V. López fue un personaje ajeno a la clase ganadera. A pesar de que venía de una de las familias más ilustres. Su abuelo Vicente Lopez y Planes fue quien ocupo la por unos meses la presidencia de la nación a la renuncia de Rivadavia por algo más de un mes antes de que quedara sin efecto el cargo en 1827. Su padre Vicente Fidel Lopez fue uno de los iniciadores de la historiografía en nuestro país, abogadoi de profesión (como su padre y luego su hijo) ocuparía los cargos de ministro de economía de Pellegrini y rector de la UBA. Opositor a Rosas debió partió al exilio directo a Montevideo donde en el año 1848 nacería su hijo Vicente Lucio.
Lucio V. Lopez comenzó su carrera política en el autonomismo de Adolfo Alsina. Junto a Miguel Cané y Aristóbulo del Valle. Como miembro de la guardia nacional participó en la represión al levantamiento mitrista. La posterior conciliación entre Avellaneda, Mitre y Alsina lo apartó del autonomismo fundó el partido republicano con un grupo de jóvenes que encabezaba del Valle.
La descuidada tumba de los López en Recoleta |
Ejerció como abogado de manera exitosa teniendo en su buffet a empresas de las más prosperas de la época.
Desde su banca de diputados de la provincia de Buenos Aires se manifestó en contra de la creación de milicias por parte de los gobiernos provinciales.
En 1893, del Valle, encargado de organizar el gabinete del presidente Lius Saenz Peña, llevó a López al ministerio del interior, cargo que ofició poco más de un mes cuando se vio interrumpido por la revolución radical de la provincia de buenos aires que obligo al anciano presidente a reorganizar su gabinete. López fue designado interventor federal de la provincia el 21 de septiembre de 1893.
El 29 de diciembre de 1894 moriría tras recibir una herida de bala al participar en un duelo con el coronel Carlos Sarmiento. El interventor había acusado al militar de malversaciones en el manejo de las ventas de algunas tierras públicas. Acusaciones altamente fundadas, que no tuvieron el efecto que deberían por pertenecer el coronel a los altos círculos del poder.
“Voy a morir con la convicción de que he sido uno de los hombres más honrados de mi país. He levantado resistencias…pero ellas no venían jamás del lado de los buenos.”.
Sin lugar a dudas la fisonomía de la otrora aldea había comenzado una transformación que no cesaría hasta convertirse en lo que más adelante Martinez Estrada definiría como La Cabeza de Goliat. Pero eso ya forma parte de otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario