Al emanciparse de la dominación española el Virreinato del Río de la Plata, de que formaba parte el actual estado argentino, vivía en él una población pastora, sin más vida industrial que los trabajos caseros de las campañas y las artes manuales en los núcleos urbanos. El comercio era mezquino, carcomido por el contrabando.
Durante los primeros veinte años de vida política argentina (1810-1830), la ausencia de intereses económicos homogéneos engendró la más completa desorganización política; base de una política personalista y caótica que suele llamarse "la anarquía argentina". Ese régimen fue un feudalismo bárbaro. Los propietarios de la tierra eran señores en sus dominios: resumían en su propia persona la autoridad política y el privilegio económico.
Los señores feudales tenían el nombre de caudillos, se agrupaban así los más débiles en torno a los más poderosos para construir facciones políticas, no movidas por intereses e ideales comunes, sino por pasiones personales y necesidades de terruño. Este régimen político llamado caudillismo, fue la natural superestructura política de un régimen económico feudal, que se caracteriza por la no existencia de partidos políticos y en dónde las influencias personales fundadas en la riqueza o la audacia de los caudillos generan el vínculo político.
A la "anarquía de los caudillos" se sobrepone el "régimen caudillista organizado" que refleja la parte más importante de los intereses económicos que se iban formando cuando la agricultura y la ganadería iban reemplazando el primitivo pastoreo por la estancia. El exponente más significativo de estas nuevas actividades fue Juan Manuel de Rosas, propietario, socio y administrador de las más grandes estancias. Esa fue la causa esencial de su prestigio entre las clases conservadoras, enemigas militantes de los principios teóricos en cuyo nombre se había desenvuelto la revolución argentina, con Moreno (ver representación de los Hacendados), con la Asamblea del año Trece, con Rivadavia.
La actividad económica se realizaba con mayor intensidad en las regiones cuya situación geográfica facilitaba la circulación de productos. Así, los afluentes del Plata se encontraban más civilizados que las provincias mediterráneas, el Oeste y Norte del país, que permanecían en régimen feudal.
Se produce finalmente el engranamiento y la subordinación gradual de los pequeños señores feudales, fue una verdadera restauración colonial y tuvo su personaje representativo en el estanciero Juan Manuel de Rosas. El agrupó, sin constituírlos en nacionalidad, a los señores feudales de las provincias. Su gobierno fue la vuelta al orden de cosas vigentes de la sociedad colonial y la derrota de los principios e ideales que habían inspirado la Revolución. El partido conservador y el partido católico fueron sus verdaderos puntales, mientras se encubría en la bandera federal de Dorrego. Rosas fue, ante todo, un restaurador del antiguo régimen contra el propiciado por la Revolución de Mayo.
El historiador Ernesto Quesada (1858-1934) pintó con rasgos firmes el carácter netamente feudal de la época a la que llama "la edad media argentina", estableciendo entre ella y el feudalismo europeo un paralelo esbozado ya por Alberdi. El último período de unificación de los señores feudales en grandes estados, lo compara a la acción de Rosas sobre el caudillismo anárquico. Esa lucha entre los caudillos de provincia y el poder central, centro propulsor y puerto de importación, se complicó aquí con los celos del terruño, representados por localismos estrechos. La anarquía del año 20 representó el triunfo del feudalismo en su primer período. Posteriormente el Tratado del Cuadrilátero (1822) y el Pacto Federal (1831), al reconstruir nominalmente la confederación, dieron vida a la cohesión nacional. Pero todo ello habría sido en vano si no aparece Rosas, el cual con perfecto tino, apaciguó primero, dominó después y disminuyó, por último, los caudillajes localistas (los "señoríos feudales"), acostumbrándolos primero al acatamiento de la entidad moral que llamó Confederación Argentina, e imponiéndoles al fin la preeminencia del gobierno.
La Confederación Argentina fue la entidad que permitió controlar el interior del país por parte de Buenos Aires |
Las leyes agrarias de Rivadavia (Enfiteusis) representan un esfuerzo por contrarrestar la apropiación feudal de la tierra; problema cardinal en la formación sociológica argentina desde la época del coloniaje. Para aquellas épocas, las campañas, en su casi totalidad, vivían del pastoreo primitivo, sin que se observara ninguna tendencia a industrializar la ganadería, lo que sólo se intentaba en la provincia de Buenos Aires. En cambio, en la zona del país favorecida geográficamente, la minoría ilustrada que conformaba el partido unitario, anhelaba desenvolver otras actividades económicas y financieras, en el orden industrial y comercial.
Las dos partes del conflicto podrían simbolizarse en estos términos: la ciudad, con su aduana, y las provincias con sus feudos. Ambas representaban tendencias de intereses heterogéneos, base de la lucha civil disfrazada con los nombres de Unitarismo y Federalismo.
Los intereses de las oligarquías coloniales eran los más importantes en la vida argentina; por eso le correspondió el predominio político sobre la minoría metropolitana que había concebido la Revolución de Mayo. Por su parte, el proletariado rural, ignorante y mestizo, sirvió en esta lucha a sus patrones y decidió el triunfo de la clase feudal.
En suma, el período de transición estuvo marcado por las luchas entre dos facciones que se disputaron el poder: la una tendía a restaurar el régimen colonial, sistema conveniente para la clase feudal, y la otra representaba la tendencia económica propia de una minoría radicada en la única aduana natural del país. La primera contó con el apoyo del proletariado rural, siervo obligado de sus caudillos; los ejércitos de Rosas fueron en un primer momento las "peonadas" de sus estancias, los famosos Colorados del Monte.
Constituye un equívoca la célebre tesis de Sarmiento señalada en su Facundo, que da cuenta del federalismo bárbaro y el unitarismo civilizador, cuando sólo cabe ver en el primero una sistematización de las oligarquías coloniales que representaban los más grandes intereses del país, contra una minoría de intelectualidades. En la antítesis paradójica de civilización y barbarie que Sarmiento ha hecho popular, se asigna a Rosas y a los federales el último papel, y se deja el primero a los unitarios, eminentemente urbanos; estos simbolizan las ciudades, aquéllos las campañas. Esta antinomia se ha convertido en una muletilla tan infundada que el mismo Alberdi mismo ha observado que;
"...lo curioso es que representa la barbarie el que cabalmente representa la civilización, que es la riqueza producida por las campañas, mientras que en las ciudades, por siglos estuvieron excluidas las artes, la industria, las ciencias y las luces: las campañas rurales representan lo que Sud América tiene más serio para Europa".
La Revolución Argentina había sido sustentada y manejada en su provecho, por facciones metropolitanas que descuidaban en absoluto los intereses de las campañas: estas reaccionaron y fue Rosas quien se puso a la cabeza. Para triunfar necesitaban dominar en las ciudades y cambiar la orientación del gobierno, porque sólo en la metrópoli se encontraba la llave del tesoro público que era la aduana. La "suma del poder", el terror y demás accidentes, no fueron sino la forma de consolidación del poder real.
Mediante sustituciones de palabras (no siempre inocentes) muchos historiadores pretendieron hacer confundir ese feudalismo con el federalismo, sin advertir que el primero es un obstáculo a todo propósito de unidad nacional, mientras que el segundo suele ser su base más segura cuando cada estado federal tiene vida autónoma y se basta a sí mismo. En aquel momento, los señores feudales de los pueblos, que hoy son provincias, ponían precio a su adhesión a Buenos Aires, y ese precio era una participación en las rentas de la Aduana. Sabido es que en el Congreso de 1826 hubo quienes defendieron el proyecto de capitalización de Buenos Aires porque como observa Vicente Fidel López;
"venía a dar satisfacción a las provincias haciendo generales las rentas de Buenos Aires."
Hay más, cuando Buenos Aires, en 1832, se resistía a incorporarse al Congreso que la "Comisión Representativa" deseaba reunir en Santa Fe, los "señores feudales" de algunas provincias procuraron entenderse para establecer un régimen aduanero proteccionista, cuyo objeto era, según palabras del precursor del revisionismo, Adolfo Saldías;
"alejar cuanto pueda estorbar o dañar el desarrollo de la industria territorial, prohibiendo absolutamente la importación de los artículos que el país produce; porque de no hacerlo así, solo puede producir ventajas a la provincia que en cierto modo se ha hecho árbitro del tesoro nacional contra el voto de los pueblos".
Rosas se impuso al resto de los "señores feudales" porque disponía de las rentas de la Aduana, que se resistió a nacionalizar, haciendo una política esencialmente porteña y antiprovinciana. Como contrapartida se limitó a asignar subvenciones a los caudillos más levantiscos, sin que esta dádiva generosa tuviera los caracteres de una participación constitucional.
Finalmente Urquiza, quien no era ni más ni menos que el "señor feudal" de la provincia de Entre Ríos, comprendió que el régimen económico de Rosas era contrario a sus intereses. Conveníale en cambio, la libre navegación de los ríos, razón que le inclinó a aliarse con sus naturales enemigos del partido unitario, contribuyendo a que el gobierno del país pasara a manos de este partido emigrado. Luego de Caseros, el porteñismo anuló a Urquiza y la disputa sobre el reparto de las rentas de la aduana de Buenos Aires se prolongó hasta 1880.
En definitiva ¿Que anhelaban las provincias? Nacionalizar a Buenos Aires, es decir, las rentas de su aduana. Alberdi había expresado claramente esta necesidad en las Bases;
"La aduana exterior, aunque no está nacionalizada, es un objeto nacional, desde que toda la república paga los derechos de aduana, que sólo percibe Buenos Aires, exclusivo puerto del país que puede y debe tener muchos otros, aunque la aduana deba ser una y nacional en cuanto al sistema de percepción y aplicación del producto de sus rentas".
¿Que deseaban los porteños? Evitar esa nacionalización, pues en las rentas de la aduana se fundaba su prosperidad provincial y su hegemonía sobre la república entera. Esa fue la causa de la secesión de Buenos Aires, aunque se acostumbra a enunciar otras más desinteresadas y de importancia muy secundaria. No se equivocó Alberdi al comentar el hecho en sus Estudios Económicos;
"Lo curioso es que muchos de los que concurrieron a derrocar a Rosas como enemigos de Buenos Aires, porque practicaba la política económica denunciada por Florencio Varela, hoy sostienen y defienden esa misma política como amigos de Buenos Aires y tratan como Rosas trataba a los que tienen las ideas económicas del fundador ilustre del Comercio del Plata.
Uno solo de los fundamentos del edificio económico de Rosas y base de su poder dictatorial (la Aduana), conservado hasta hoy por sus adversarios personales, ha bastado para operar la restauración entera del sistema derrocado en 1852".
Alberdi exageraba, evidentemente en este segundo párrafo al defender a la Confederación. Se inclinaba también él a confundir el feudalismo de hecho con el federalismo de derecho que lo disfrazaba. Andando el tiempo, la realidad pudo más que las nomenclaturas del derecho político.
Florencio Varela combatió la política económica de la Confederación desde su periódico el Comercio del Plata. J.M.Blanes - El Asesinato de Florencio Varela |
Los intereses económicos predominantes en el país eran los feudales, los mismos que habían servido de base al partido llamado federal; después de la caída de Rosas, el país adoptó una Constitución federal, y siguió siendo, de hecho un sistema caudillista organizado, aunque atenuadas ya ciertas violencias anteriores. En contraposición, estaban los hombres representativos de la organización liberal: Mitre y Sarmiento, que se sucedieron en la presidencia de la República. Durante ese período las oligarquías mediterraneas que antes convergieron a apuntalar el partido federal, se reorganizaron en el Partido Autonomista Nacional (PAN), frente a la minoría metropolitana que continuaba la política liberal de la inmigración, conservando el poder con el apoyo de la provincia de Buenos Aires.
Con la presidencia de Nicolás Avellaneda se inició el auge del PAN y se sentaron las bases para la futura organización del país, federalizando la ciudad de Buenos Aires (1880) y consolidando más adelante el modelo agroexportador.
Fuente: José Ingenieros, La Sociología Argentina (1908), Cap. III: La Formación Feudal (Caudillismo organizado), Cap. IV: La Formación Agropecuaria. Centro Editor de América Latina 1979).
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