domingo, 18 de noviembre de 2012

Los Anchorena, el Populismo y la Reivindicación del Gaucho

Al historiar a una familia de la alta burguesía no me propongo sino analizar la clase dirigente de la sociedad argentina. Elegimos a los Anchorena por el carácter mítico que ha adquirido ese apellido, y porque en un determinado momento fue la más representativa. Pero no debe considerarse como una historia particular: ellos no hacen sino ejemplificar un proceso histórico más general, y expresan los intereses e ideología de una clase.Del mismo modo pudimos haber tomado a las familias de Alzaga, Escalada, Lezica, Alvear, Unzué, Oliden, Obligado, Martinez de Hoz, etc.

Juan José Sebreli. Su obra "Apogeo y Ocaso de los Anchorena", pretendió investigar las clases altas
de la sociedad argentina a través del análisis de una de sus familias más representativas.


   
En el trasfondo de la historia argentina, desde la Colonia hasta nuestros días, actúa siempre algún representante de la familia Anchorena, a veces (muy pocas) en papeles preponderantes, mucho más frecuentemente moviendo los hilos entre bastidores o recurriendo a un llamativo intermediario como Rosas, para ocultar su verdadero poder. Hubo Anchorena en el Consulado, y en el Cabildo durante la colonia, y después de la Revolución de Mayo, en el Ejército del Norte, en el Congreso de Tucumán, en el Directorio. Hubo Anchorena con Rosas, y a su caída con Urquiza. Hubo Anchorena en el gobierno de Buenos Aires separado de la Confederación. Hubo Anchorena con Mitre, y después con casi todos los gobiernos, incluyendo los de Yrigoyen y de Perón. Hubo también Anchorena con Onganía. Hubo Anchorena en la presidencia de todas las grandes instituciones de la oligarquía: Jockey Club, Sociedad Rural, Sociedad de Beneficencia, Teatro Colón. Hubo Anchorena en las comisiones directivas de las principales sociedades anónimas, entidades bancarias  financieras. Miguel Anchorena fue uno de los pocos argentinos que perteneció al Jockey Club de París. Un Anchorena se unió con la familia propietaria de "La Prensa" y una Anchorena es accionista de "La Nación", los dos diarios representativos de la oligarquía. Junto con otras cincuenta familias con las que están relacionados por vínculos matrimoniales, de amistad o de interés, los Anchorena forman la clase que gobernó efectivamente el país detrás de los gobiernos títeres formalmente representativos. Llegaron en un momento a ser los poseedores del país más rico de América Latina y de uno del más ricos del mundo, y dilapidaron ostentosamente esa fortuna.


SE DICE DE MÍ

Fabián Gómez y Anchorena que vivió alrededor de 1880, se había hecho fama tal de dispendioso que en la puerta de su palacio en Madrid se amontonaban los mendigos acosándolo cada vez que salía. Recurrió entonces a la treta de vestir a un mucamo con su ropa. Las aglomeraciones de mendigos alrededor del mucamo disfrazado de Anchorena eran tan grandes que una mañana apareció en la calle su cadáver destrozado. Luego Fabián de Anchorena llegó a institucionalizar la limosna, instalando una oficina donde cada semana los mendigos iban a cobrar un jornal. Su esplendidez adquiría las características de una destrucción ritual, como cuando desde su yate tiraba la vajilla de oro al Océano.

Aaron Anchorena, aquel pionero de la aviación argentina, gustaba de hacer destrozar la vajilla por un perro tras celebrar ostentosos banquetes en los hoteles de Europa.

Aaron Anchorena junto a Jorge Newbery momentos antes de cruzar el
Río de la Plata en el globo "Pampa" en diciembre de 1907.

Clara Cobo de Anchorena, según la tradición oral, llevaba en su coche numerosas cajas con guantes, pues cada vez que terminaba de usar un par, lo arrojaba a la calle. Nuevo Heráclito de la moda, no admitía usar dos veces el mismo vestido.


LOS ANCHORENA EN LA CULTURA POPULAR

El apellido Anchorena no sólo tiene prestigio entre las clases altas, sino que ha llegado a hacerse conocido entre las clases populares.  Para la gente que nunca ha tenido ni tendrá la chance de cruzarse con un Anchorena, ese nombre, también forma parte del lenguaje corriente: "más rico que un Anchorena", "no te hagas el Anchorena", "no soy un Anchorena", son expresiones típicas del habla argentina.


EL MITO

No podía faltar el mito del "origen judío". Ha circulado la versión fantástica de que los tres hermanos (Juan José, Tomás Manuel y Nicolás), eran hijos de comerciantes portugueses judíos, y que habían sido salvados de un naufragio donde murieron los verdaderos padres, siendo recogidos en Buenos Aires por Juan Esteban de Anchorena, quien los habría adoptado y dado el apellido. De esta manera los Anchorena tienen también su mito al igual que Edipo, Moisés, Rómulo y Remo, y otros tantos personajes (incluso el propio Jesucristo), para los cuales sus padres biológicos corresponden a personas diferentes de quienes finalmente los criaron. El origen del mito judío, además, está vinculado al prejuicio que asocia a los judíos y el dinero.
La leyenda de los Anchorena judíos es recogida por el historiador revisionista José María Rosa y por Manuel Antín, quienes en el proyecto del filme sobre Juan Manuel de Rosas pensaron en el periodista judío Jacobo Timerman para interpretar a Tomás Manuel de Anchorena.
El carácter imaginario del judaísmo de los Anchorena no excluye, por otra parte, la posibilidad de un auténtico origen sefardita, ya que como ha sido demostrado por numerosos historiadores, la mayoría de las familias tradicionales argentinas tienen ese origen, que desconocen o tratan de ocultar.


  EL ANONIMATO

Tomás Manuel de Anchorena fue diputado en el
Congreso de Tucumán y hacendado rosista.
El gran ruido que en el folklore han hecho los Anchorena, contrasta con el discreto silencio con que pasan por la historia oficial. Silencio que contrasta aún más si se tiene en cuenta la necesidad de rescatar un pasado prestigioso, y a veces también de justificar una pensión estatal que lleva a la transfiguración de algún ascendiente más o menos destacado en prócer de la patria, a través de biografías apologéticas encargadas a algún escriba a sueldo. Es así cómo desde Bartolomé Mitre, el género biográfico fue la gran moda de la historiografía argentina. Sin embargo el interés de los Anchorena por pasar inadvertidos, los ha llevado, por ejemplo, a presionar sobre Juan A. Pradere para que guillotinara de su Iconografía de Rosas las hojas con caricaturas de Tomás de Anchorena. Quedan de la versión original solamente una docena de ejemplares que escaparon a la autocensura, y que constituyen una verdadera rareza de bibliófilo.
Los Anchorena nunca han gastado dinero en pagar libros que recuerden a sus antecesores. Como decía Jauretche: "Ahí están los Anchorena, que teniendo un prócer con toda barba como don Tomás, nada hacen por darle a sus blasones, otro lustre que el de los doblones...¡Y pensar que con un mucamo menos hubieran podido tener un Levene o un Gandía con cama adentro!".
A los Anchorena no les interesa la publicidad, no les conviene que se recuerde el origen de su dinero, y tampoco les interesa que las demás clases los vean como los verdaderos responsables del poder político del país. Siempre han ejercido un poder oculto e ilimitado, pasando inadvertidos ante la opinión pública quien siempre ejerce su crítica en otros poderes o personajes más aparentes y superficiales.
La documentación existente sobre los Anchorena en el Archivo General de la Nación o está escrita en clave o es de lo más anodina e inofensiva; la documentación que verdaderamente importa permanece, sin duda, oculta en archivos secretos, en gavetas familiares, en viejos arcones, y la mayor parte ha sido destruida.
Ninguno de los Anchorena ha escrito ha escrito memorias a los que eran afectos los hombres públicos del siglo XIX; pocos historiadores se han ocupado de ellos, salvo la tardía apología de Tomás de Anchorena hecha por Julio Irazusta...

Palacio Anchorena. Hoy llamado palacio San Martín y ex edificio de la cancillería. Retiro 



 
Los historiadores rosistas, de Adolfo Saldías a Julio Irazusta, son pacientes hurgadores de papeles viejos. Pero estos estos manejan principalmente documentación facilitada por la propia familia de Rosas, y por lo tanto cuidadosamente expurgada. Por otra parte, los papeles que pudieran perjudicar a Rosas o a los Anchorena ya fueron destruídos por ellos después de Caseros. Esta destrucción de papeles está documentada en la carta que los hijos de Nicolás de Anchorena (Juan y Nicolás) enviaron a su padre desde Southampton, adonde habían ido a visitar a su tío Rosas; "A tiempo de despedirnos (dicen los Anchorena) nos llevó a una pieza aparte. Nos dijo, como quien no dice nada, que todas las cartas que Ud. (Nicolás Anchorena) posea concernientes a él, lo mismo en poder de la testamentaría las que hubiera de él, las quemase; que él ya había quemado las cartas concernientes a Ud." "Todas las cartas de la Campaña del Desierto y otros papeles posteriores están en poder de mi tío Tomás y le suplica a Ud. sean quemadas".
La necesidad de secreto de sus negocios particulares, llevó a los Anchorena a desinteresarse de los puestos preponderantes (nadie más indicado que ellos para ser gobernadores de la provincia, cargo al que renunciaron cada vez que se los propusieron), ellos prefirieron siempre permanecer entre las sombras, en una actividad silenciosa. De esta manera, la actividad política fue para los Anchorena sólo un medio para asegurar sus privilegios económicos, y siempre que pudieron la dejaron en manos de representantes o testaferros. El General Tomás de Iriarte había observado esa tendencia. refiriéndose a Tomás Anchorena decía que su pretensión "era mandar desde su casa sin revestir carácter público para evitar toda responsabilidad".
A los Anchorena no les interesó nunca ser ministros ni presidentes, les bastó con tener a su disposición a los ministros y presidentes.


Si quiere plata tendrá.
Mi bolsa siempre está llena,
y más rico que un Anchorena
con decir quiero será.

Estanislao del Campo, "Fausto"



POPULISMO OLIGÁRQUICO

El populismo es la forma burguesa de "ir hacia el pueblo", de apropiarse de ciertos elementos de las tradiciones y costumbre populares para integrarlos a una ideología y, de ese modo mantener el control sobre las clases populares.
Desde fines de siglo hasta la llegada del peronismo, el populismo oligárquico estaba representado por los viejos caudillos conservadores (Alberto Barceló fue el más representativo de ellos) que rodeados por de un elemento lumpen (guapos de arrabal como Ruggierito, cantores de tango como Carlos Gardel, y regentas de prostíbulo), ejercían una influencia paternalista sobre el barrio o el pueblo donde se desarrollaban sus actividades.
Caído el peronismo, los representantes de las familias tradicionalesintentaron retomar su hegemonía sobre las masas populares con nuevas formas ideológicas más adecuadas a la nueva etapa de evolución social. Es así como Manuel Anchorena, el hijo de Edda Arrotea de Anchorena, aquella damaque viéramos junto a Spruille Braden en 1945, no vacilará en la década del '70 en mostrarse junto a Perón.


 ROSAS Y PERÓN

El punto de fusión entre la oligarquía ganadera y el peronismo será Rosas. Para los Anchorena particularmente, el rosismo es una especie de privilegio de familia, algo así como un título nobiliario. Manuel de Anchorena, a la vez que trata de reivindicar a Rosas, trata de ligarlo con Perón, para entroncar, de ese modo, un movimiento popular con un pasado oligárquico. Los medios de difusión de Manuel de Anchorena son las agrupaciones que creó y dirigió: la federación Gaucha Bonaerense, la comisión pro repatriación de los restos de Rosas, y el Centro Federal. 
Manuel de Anchorena comenzó sus actividades bajo el ala del gobierno de Onganía. Su primer acto público fue un homenaje a Facundo Quiroga en la Recoleta, en el que participaron centros comunitarios de villas Miserias del Gran Buenos Aires, probablemente bajo las órdenes del entonces ministro del interior Guillermo Antonio Borda, responsable de la represión de Córdoba de 1969.
Otro ejemplo lo dio en 1971 el Secretario General de la CGT José Ignacio Rucci al celebrar el Día del Trabajador con un acto organizado por Manuel de Anchorena en el Centro Federal. Ochenta y un años después de su primera celebración en la Argentina, el Día de los Trabajadores dejaba de motivar manifestaciones de protesta, para realizarse en un acto académico en una agrupación dirigida por un estanciero, y donde no se recuerda a los mártires de Chicago sino a un estanciero que acostumbraba a castigar a sus peones con el cepo y el látigo.
El propio Perón no deja de fotografiarse en Madrid con el estanciero, quien de paso a Inglaterra se dirigía a rendir homenaje a su antepasado Rosas. En la tarea de reivindicar al máximo representante de su clase, y de su familia (Rosas y Tomás M. de Anchorena eran primos), Manuel Anchorena finalmente logró conseguir la adhesión de los dirigentes de un movimiento que en su momento se declaró acérrimo enemigo de la oligarquía ganadera.


UNA CUESTIÓN FILOSÓFICA

Peronismo y antiperonismo son parcialidades que deben ser asimiladas por una vaga categoría ontológica que ellos llaman el "ser nacional", entendiendo por tal, no la nación concebida como acontecer histórico condicionado por factores económicos económicos y sociales, sino como un organismo natural, biológico (la tierra, la sangre, la raza) y por lo tanto eterno e inmutable.
La negación de la historia lineal donde los hombres y las cosas están en permanente cambio, en movimiento continuo, donde todo fluye, se desarrolla sin cesar, se transforma en su contrario, deviene y pasa (dialéctica hegeliana adoptada por el marxismo y aplicado a la lucha de clases); y su contraposición (pensamiento tradicional de derecha), donde la historia es un ciclo circular (no lineal) repetido hasta el infinito, un eterno retorno donde todo lo que fue vuelve a repetirse bajo distinto ropaje, constituye la fundamentación histórico-social que lleva a interpretar al peronismo como la repetición del rosismo, explicando una situación nueva en base a una historia antigua.

El corriente de pensamiento Nacionalista identifica a Rosas con Perón

Rosas como todo personaje mítico, es un arquetipo, un modelo ejemplar, un paradigma: debe volverse siempre a hacer lo que el héroe mítico hizo en un tiempo legendario, la realidad se adquiere por repetición. Cuando los jóvenes de 1970 escriben en las paredes: "Rosas vuelve", no están realizando sino un ritual, una abolición del tiempo real, del devenir profano, para instalarse en el tiempo sagrado, en el eterno retorno del tiempo mítico. La historia real de Rosas, ocurrida en un tiempo irreversible, se convierte en historia ejemplar, en epifanía primordial que puede repetirse y que encuentra su sentido en la repetición misma. Estamos en pleno irracionalismo de una concepción histórica prehegeliana.
Si juzgamos al rosismo y al peronismo, no de acuerdo a sus formas más exteriores y generales, sino de acuerdo a su significado histórico concreto, comprobamos que son dos fenómenos incomparables: los obreros industriales del peronismo no tienen ninguna continuidad histórica con los gauchos y campesinos que idealiza el populismo rosista. El capitalismo primitivo de la estancia rosista es un mundo completamente muerto y sin ninguna conexión con la sociedad capitalista de hoy. Es inútil que los rosistas actuales se disfracen con posturas revolucionarias y antiimperialistas; ninguna actitud revolucionaria auténtica puede permanecer vuelta a un pasado lejano ni reconocer su conductor en un personaje que expresó una situación histórica hace largo tiempo superada. Un programa político para el futuro no se extrae del Museo de Luján.

En este reemplazo de la ética por la estética, el rosismo, totalmente inoperante desde el punto de vista práctico, se vuelve en última instancia una mera actitud estética, cae en el mero folklorismo.
Ya el poeta y biógrafo rosista Manuel Gálvez afirmaba que la sociedad de extraña originalidad que creó Rosas era de "indudable valor estético, aunque no valía tanto éticamente porque implicaba la reducción de los derechos de la persona". En el rosismo hay un frecuente predominio de lo estético sobre lo ético, de lo folklórico sobre lo político.

El rosismo, de esta manera, afirma la expresión de un supuesto ser del pueblo, con el fin de escamotearle mejor sus derechos. Por eso Manuel de Anchorena no solo creó el Centro Federal, sino también la Federación Gaucha Bonaerense dedicada al carnavalesco revival de las costumbres y tradiciones de la vida campesina del siglo pasado. Lo que en una determinada circunstancia histórica pudo haber sido una fiesta espontánea por medio de la cual el pueblo campesino se evadía de sus duros trabajos, convertida ahora en una ceremonia ritual, con los peones de Manuel de Anchorena disfrazados de gauchos del siglo XIX, resulta una mistificación. Los verdadero campesinos intuyen la falsedad de estas celebraciones que solo complacen a los patrones y a los turistas en busca del color local. El auge del folklore comenzó en las boites más sofisticadas de Buenos Aires, y con el cantor Roberto Rimoldi Fraga terminó asimilando al kitsch. José María Rosa, por su parte, colabora en la industrialización de la figura de Rosas para el cine.

Cuando el pueblo madura va perdiendo las características meramente locales de sus tiempos primitivos. Van perdiendo vigencia las supersticiones y emociones irracionales en que se fundamenta el folklore. Sólo los que tienen interés en mantener al pueblo en su estado infantil, se empeñan en celebrar fiestas conmemorativas que lo retrotraigan a costumbres arcaicas.
La idealización del gaucho, del campesino arraigado a la tierra, se basa en una vieja concepción que opone la tierra, la naturaleza pura e incontaminada, a la civilización corrompida, a la ciudad cosmopolita y desarraigada; el eterno retorno de la vida sujeta a los ritmos de la naturaleza, opuesta al cambio permanente de la vida urbana industrial. Por otra parte,la glorificación del gaucho por la oligarquía fue siempre una forma de oponerse al inmigrante español, italiano y judío, desde que este comenzó a destacarse como un activo elemento de agitación social. No debemos olvidar que la idealización del gaucho comenzó con la obra de un patrón de estancia: Ricardo Güiraldes.

La reivindicación del Gaucho como prototipo del Ser Nacional llegó con la nostalgia de las clases altas al enfrentarse
al nuevo problema social que representaban las clases obreras de inmigrantes anarquistas y sindicalistas.


 
La exaltación del criollismo es común a la oligarquía nacionalista. Un escritor como Eduardo Mallea, a quien los nacionalistas calificarían de europeizante, formula no obstante, juicios que puede suscribir el más cerrado nacionalista: "Una de esas familias criollas, señoriales, pródigas, dignas, de que nuestro país se empobrece cada vez más... Esos viejos troncos familiares son la custodia, la defensa final contra un profundo mestizaje". Mallea expresa claramente el contenido racista del criollismo oligárquico. La palabra "criollo" que en 1810 era subersiva, porque designaba a quienes luchaban contra los privilegios coloniales, se ha vuelto hoy reaccionaria, porque sirve para defender los privilegios adquiridos por las clases que hicieron la Revolución. Cuando los Anchorena reivindican para sí el legado del criollismo, del pasado colonial, tienen razón y no se les debe negar el derecho a la herencia de sus ancestros criollos. Quienes se equivocan son los sectores de clase media y clase obrera (mezcla de raza y orígenes diversos), cuando inficionados por esta ideología, tratan de reivindicar los mismos valores de tradición, pasado, raza, sangre, tierra que no les pertenece.
En la Argentina criolla que añoran los nacionalistas, las multitudes proletarias no tienen cabida, se trata de la Argentina precapitalista habitada por cincuenta familias ligadas entre sí. De esta forma el revisionista y reaccionario Héctor Saenz y Quesada expresa en su Elegía de Buenos Aires que prefería "la Argentina nuestra, la verdadera, porque era de los criollos únicamente; la de cuando todos éramos primos y no necesitábamos deletrear un apellido para entenderlo".
La Argentina proletaria actual ha sido construida íntegramente por los inmigrantes de tercera clase, sin antecesores conocidos, y totalmente abiertos hacia el futuro porque su pasado no recuerda sino miseria. Los cabecitas negras, proletariado criollo, tampoco tienen ninguna tradición que reivindicar en el pasado, que no les pertenece a ellos sino a sus patrones. Las montoneras (con excepción del artiguismo), no eran guerras populares sino al servicio de los intereses de los caudillos, grandes terratenientes... como los Anchorena.

                                      Fuente: Juan José Sebreli, De Buenos Aires y su gente (Antología), Ed. CEAL 

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