Cuando el general San Martin
necesitó en Mendoza que alguien se ocupara de la fabricación de municiones y
materiales para el ejército, encontró a un hombre providencial.
Era éste, Fray Luis Beltrán –hijo de
un francés- natural de Mendoza y tenía a la sazón 30 años, pero había
aprovechado tanto su tiempo y sus lecturas, que era un excelente matemático,
físico, pirotécnico, carpintero, artillero, en fin, un sabelotodo.
Capellán de uno de los cuerpos, fue llamado por el general
para dirigir el parque y la maestranza, cuyo planteo se le encomendó.
Al soplo del padre Beltrán, se
encendieron las fraguas y se fundieron como cera los metales que modeló en
máquinas de guerra. Como un Vulcano con ropas franciscanas, forjó las armas del
Ejército de los Andes.
En medio del ruido de los martillos
que golpeaban sobre los únicos siete yunques con que contaba, dirigía a sus
300 obreros enseñando a cada uno su
oficio y, fue tanto lo que tuvo que forzar su voz, que quedó ronco para toda la
vida.
Maestranza de Fray Luis Beltrán. Oleo de Iriarte, Museo del pasado cuyano, Mendoza. |
Hizo fundir cañones, balas y
granadas empleando el metal de las campanas que descolgaban de las torres. Construyó
cureñas, mochilas, caramañolas, cartuchos, monturas y zapatos. Forjó herraduras
para los animales y bayonetas para los soldados. Componía fusiles y dibujaba
sobre la pared de su taller las máquinas de su invención, con que el ejército
debía trasmontar la cordillera.
Fue el Arquímedes de la revolución. En
1816 colgó sus hábitos y vistió el uniforme de teniente de artillería con un
sueldo de 25 pesos.
Cuéntase que en una oportunidad,
después de una larga conferencia secreta con San Martín, exclamó: -Quieren alas
para los cañones, ¡pues bien, las tendrán!
Del Anecdotario Histórico Militar (Autor: Tte. Juan Román Silveyra, Ed. Brunetti, 1952)
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