“La prensa de todos los países vecinos ha reproducido
las publicaciones del gobierno de Buenos Aires, y en aquellas treinta y más
notas oficiales que se han cruzado, el nombre de D. F. Sarmiento ha ido
acompañado siempre de los epítetos de infame , inmundo , vil , salvaje.
Desciende el vilipendio de lo alto del poder público, reprodúcenlo los diarios
argentinos, lo apoyan, lo ennegrecen. Mi nombre anda envilecido en boca de mis
compatriotas; así lo encuentran escrito siempre, así se estampa por los ojos en
la mente; y si alguien quisiera dudar de la oportunidad de aquellos epítetos
denigrantes, no sabe qué alegarse a sí mismo en mi excusa, pues no me conoce,
ni tiene antecedente alguno que me favorezca. El deseo de todo hombre de
bien de no ser desestimado, el anhelo de un patriota de conservar la estimación
de sus conciudadanos, han motivado la publicación de este opúsculo”.
Sarmiento
publica “Recuerdos de provincia”
desde su exilio en Chile con la intención de limpiar su nombre de la mala fama provocada
por la prensa rosista. Se trata de una especie de autobiografía extendida a sus
antecesores en la que intenta demostrar una especie de origen ilustre, aunque
de todas maneras, el cuadro no es del todo genealógico ya que no establece la
filiación directa del parentesco de los Sarmiento. Evidencia la aparente
intención del autor de demostrar vinculación con los apellidos más notables de
la historia sanjuanina, aunque también es cierto que no disimula su pobreza y
no pierde oportunidad en defenestrar a otros de sus parientes cercanos de
dudosa moralidad. De esta manera Sarmiento intenta relacionarse, por ejemplo
con su primo segundo, Fray Justo Santa María de Oro (y Albarracín), aquel
obispo de Cuyo quien fuera diputado por San Juan junta a Laprida en la asamblea
de la declaración de la Independencia de 1816.
“Mis Recuerdos de Provincia son nada más que
lo que su título indica. He evocado mis reminiscencias, he resucitado la
memoria de mis deudos que merecieron bien de la patria, subieron alto en la jerarquía
de la Iglesia; y honraron con sus trabajos las letras americanas; he querido
apegarme a mi provincia, al humilde hogar en que he nacido. El cuadro
genealógico es el índice del libro. A los nombres que en él se registran,
lígase el mío por los vínculos de la sangre, la educación y el ejemplo seguido.
Las pequeñeces de mi vida se esconden en la sombra de aquellos nombres”.
Sarmiento
comienza su relato invocando un lejano pasado ancestral perdido en la época de
la colonia del siglo XVI llegando a enorgullecerse del origen árabe de su
familia materna apellidada Albarracín. “A
mediados del siglo XII, un jeque sarraceno, Al Ben Razin, conquistó y dio
nombre a una ciudad y a una familia que después fue cristiana. Me halaga y
sonríe esta genealogía que me hace presunto deudo de Mahoma”.
Sarmiento
no oculta sus orígenes pobres “Yo he
encontrado a los Albarracines, sin embargo, en el borde del osario común de la
muchedumbre obscura y miserable. Mi tío Francisco ganaba su vida curando
caballos ejerciendo la veterinaria sin saberlo. De los otros once hermanos y
hermanas de mi madre, varios de sus hijos andan ya de poncho con el pie en el
suelo, ganando de peones real y medio al día”.
A su
vez tampoco duda al asumir una especie de culpa por las acciones de algunos
familiares suyos, al tiempo que atribuye las causas de la dudosa moralidad a un mal de
especie genético. “La familia de los
Sarmientos tiene en San Juan una no disputada reputación, que han heredado de
padres a hijos, dirélo con mucha mortificación mía, de embusteros. Nadie les ha negado esta cualidad, y yo les he visto
dar tan relevantes pruebas de esta innata y adorable disposición, que no me
queda duda de que es alguna cualidad de familia”
El
Que nunca faltó a Clases
La
anécdota de aquel joven que no faltó un solo día en el colegio es relatada en
esta obra. Eran tiempos en los que la influencia de la revolución de mayo extendía la nueva ideología republicana dando una importancia a la educación que no había tenido precedentes en la época de la colonia. “Pasé
inmediatamente a la apertura de la escuela de la patria, a confundirme en la
masa de cuatrocientos niños que acudían a recibir la única instrucción sólida
que se ha dado entre nosotros en escuelas primarias. Permanecí nueve años sin haber faltado un solo día bajo
pretexto ninguno, que mi madre estaba ahí, para cuidar con inapelable severidad
de que cumpliese con mi deber de asistencia. A los cinco años de edad leía
corrientemente en voz alta, con las entonaciones que sólo la completa
inteligencia del asunto puede dar, y tan poco común debía ser en aquella época
esta temprana habilidad, que me llevaban de casa en casa para oírme leer”
José
de Oro y Benjamín Franklin: Influencias
El
presbítero Don José de Oro fue el “maestro
y mentor” del joven Sarmiento dejando una huella determinante en su educación.
“Mi
inteligencia se amoldó bajo la impresión de la suya, y a él debo los instintos
por la vida pública, mi amor a la libertad y a la patria, y mi consagración al
estudio de las cosas de mi país, de que nunca pudieron distraerme ni la
pobreza, ni el destierro, ni la ausencia de largos años. Salí de sus manos con
la razón formada a los quince años, valentón como él, insolente contra los
mandatarios absolutos, caballeresco y vanidoso, honrado como un ángel…”.
Sarmiento
tuvo como modelo a seguir al prócer de la independencia norteamericana nacido
en la ciudad de Boston. Mientras el sanjuanino atendía a la gente en la tienda
de su tía cuenta que estuvo “triste
muchos días, y como Franklin, a quien sus padres dedicaban a jabonero, él que
debía robar al cielo los rayos y a los tiranos el cetro, toméle desde luego
ojeriza al camino que sólo conduce a la fortuna. En mis cavilaciones en las
horas de ocio, me volvía a aquellas campañas de San Luis en que vagaba por los
bosques con mi Nebrija en las manos, estudiando mascula sunt maribus”. Las
campañas de San Luis refieren al tiempo que pasó junto a su mentor José de Oro
a quien acompañó en un destierro sufrido por el eclesiástico.
Más
adelante confiesa; “Yo me sentía
Franklin; ¿y por qué no? Era yo pobrísimo como él, estudioso como él, y dándome
maña y siguiendo sus huellas, podía un día llegar a formarme como él, ser
doctor ad honorem como él y
hacerme un lugar en las letras y en la política americanas. La vida de Franklin
debiera formar parte de los libros de las escuelas primarias. Alienta tanto su
ejemplo, está tan al alcance de todos la carrera que él recorría, que no habría
muchacho un poco bien inclinado que no se tentase a ser un Franklincito”
Joven
Autodidacta
“En 1826 entraba tímido dependiente de comercio en una
tienda, yo, que había sido educado por el presbítero Oro en la soledad que
tanto desenvuelve la imaginación, soñando congresos, guerra, gloria, libertad,
la república en fin…”
Mientras
podía, el joven Domingo se dedicaba a sus lecturas en tiempos de ocio. Cuenta
que ya poseía las nociones básicas en “historia,
geografía, religión, moral, política” pero le faltaba la manera de
desarrollar y especificar sus conocimientos. “Pero debe haber libros, me decía yo, que traten especialmente de estas
cosas, que las enseñen a los niños; y entendiendo bien lo que se lee puede uno
aprenderlas sin necesidad de maestros; y yo me lancé en seguida en busca de
esos libros, y en aquella remota provincia, en aquella hora de tomada mi
resolución, encontré lo que buscaba, tal como lo había concebido.”
La
traducción de obras literarias fue uno de sus métodos utilizados para el
aprendizaje de idiomas, contando en algunos casos, solamente con la ayuda de un
diccionario; “La codicia se me había
despertado a la vista de una biblioteca en francés perteneciente a don José
Ignacio de la Rosa, y con una gramática y un diccionario prestados, al mes y
once días de principiado el solitario aprendizaje, había traducido doce volúmenes.
Catorce años he puesto después en aprender a pronunciar el francés, que no he
hablado hasta 1846, después de haber llegado a Francia.”
“En 1833 estuve de dependiente de comercio en
Valparaíso, ganaba una onza mensual, y de ella destiné media para pagar al
profesor de inglés Richard, y dos reales semanales al sereno del barrio para
que me despertase a las dos de la mañana a estudiar mi inglés. Los sábados los
pasaba en vela para hacerlo de una pieza con el domingo; y después de mes y
medio de lecciones, Richard me dijo que no me faltaba ya sino la pronunciación,
que hasta hoy no he podido adquirir”.
Rebelde y unitario
“A los dieciséis años de mi vida entré en la cárcel, y
salí de ella con opiniones políticas. Era yo tendero de profesión en 1827,
cuando me intimaron por la tercera vez cerrar mi tienda e ir a montar guardia
en mi carácter de alférez de milicias.
Añadí un reclamo en el que me quejaba de aquel
servicio, diciendo: "Con que se nos oprime sin
necesidad". Fui relevado de guardia y llamado a la presencia del coronel
del ejército de Chile, don Manuel Quiroga, gobernador de San Juan.
Era la primera vez que yo iba a presentarme ante una
autoridad, joven, ignorante de la vida y altivo por educación, y acaso por mi
contacto diario con César, Cicerón y mis personajes favoritos; y como no
respondiese el gobernador a mi respetuoso saludo, antes de contestar yo a su
pregunta —¿Es ésta, señor, su firma?—, levanté precipitadamente mi sombrero,
calémelo con intención, y contesté resueltamente: —¡Sí, señor!— La escena muda
que pasó en seguida habrá dejado perplejo al espectador dudando quién era el
jefe o el subalterno, quién a quién desafiaba con sus miradas, los ojos
clavados el uno en el otro, el gobernador empeñado en hacérmelos bajar a mí por
los rayos de cólera que partían de los suyos, yo con los míos fijos, sin
pestañear, para hacerle comprender que su rabia venía a estrellarse contra una
alma parapetada contra toda intimidación. Lo vencí, y enajenado de cólera,
llamó un edecán y me envió a la cárcel.
“Hasta la casualidad me empujaba a las luchas de los
partidos que aun no conocía. En una fiesta del Pueblo Viejo, disparé un cohete
a las patas de un grupo de caballos, y salió de entre los jinetes a maltratarme
mi coronel Quiroga, ex gobernador entonces, atribuyendo a ultraje intencional
lo que no era más que atolondramiento. Hubimos de trabarnos de palabras y estrecharnos,
él a caballo y yo a pie. Hacíanle a él voluminosa causa cincuenta jinetes. Yo
también era en aquel instante la cabeza de una falange que se había apiñado en
mi defensa. El partido federal, encabezado por Quiroga Carril, estaba a punto
de irse a las manos con el partido unitario, a quien yo servía sin saberlo, en
aquel momento, de punta. El ex gobernador se retiró confundido por la rechifla,
y acaso asombrado de tener, segunda vez, que estrellarse en presencia de un
niño, que ni lo provocaba con arrogancia, ni cedía con timidez, una vez metido
en el mal paso. Al día siguiente era yo unitario. Algunos meses más tarde
conocía la cuestión de los partidos en su esencia, en sus personas y en sus
miras, porque desde aquel momento me aboqué el proceso voluminoso de las
opiniones adversas”.
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